¿Cómo escoger un tema para predicar?
“La exposición de tus palabras alumbra; Hace entender a los simples.”(Salmo 119:130 RV60)
¿Alguna vez te has sentado frente a tu Biblia, sabiendo que debes predicar, pero sin tener idea de por dónde comenzar? Esta es una experiencia más común de lo que imaginas, especialmente entre quienes están dando sus primeros pasos en el hermoso ministerio de la predicación. Escoger el tema adecuado para un sermón no es una tarea menor: es el punto de partida que puede marcar la diferencia entre un mensaje que transforma vidas y uno que simplemente pasa desapercibido.
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La homilética, que es tanto un arte como una ciencia, nos enseña que predicar no es solo hablar, sino comunicar con claridad, propósito y unción la Palabra de Dios. De allí la importancia de elegir cuidadosamente el tema, pues de él dependerá el enfoque, el texto bíblico, la estructura del sermón y, en última instancia, el impacto en los oyentes.
En este artículo compartiremos 7 consejos prácticos y espirituales que te ayudarán a escoger el tema adecuado de un sermón para predicar. Ya seas un joven predicador o un siervo con años de experiencia, estos principios te recordarán que la inspiración divina y la preparación responsable van de la mano cuando se trata de anunciar el mensaje eterno del Evangelio.
Homilética para jóvenes predicadores: Ciencia y Arte
La homilética es tanto una ciencia como un arte. Es la disciplina que se encarga de enseñar cómo predicar, con el objetivo de transmitir de manera efectiva el mensaje eterno de la Palabra de Dios. A través de su estudio, aprenderás no solo a comunicar con pasión, sino también con precisión, claridad y propósito. Algunos de los temas esenciales que trataremos en este curso incluyen:
- Cómo organizar correctamente el material para la exposición.
- Cómo elaborar un bosquejo sólido y bien estructurado.
- Cómo predicar de forma efectiva y persuasiva.
- Cómo presentar las verdades bíblicas de manera clara, concreta y relevante.
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Tener el buen deseo de predicar el Evangelio, una vida consagrada y un corazón lleno de fervor espiritual son cualidades indispensables, pero no suficientes para lograr una predicación eficaz. Es necesario aprender a presentar las verdades bíblicas con orden y claridad, especialmente cuando nos dirigimos a personas que oyen el mensaje por primera vez. Una exposición bien organizada persuade sin fatigar; despierta el interés del oyente y lo guía hacia una comprensión más profunda del Evangelio.
No se debe menospreciar la preparación
Es cierto que el Espíritu Santo puede obrar a través de sermones que, humanamente hablando, son pobres en estructura o débiles en argumentación. Dios es soberano y ha salvado a muchos a través de mensajes simples, incluso desordenados. Pero eso no debe ser una excusa para menospreciar la preparación. Una predicación clara, bien estructurada y guiada por el Espíritu es mucho más poderosa y fructífera.
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El hecho de que Dios utilice incluso predicaciones homiléticamente deficientes no justifica el descuido ni la mediocridad. La predicación es un arte elevado, que exige estudio, disciplina y práctica constante. Y como se mueve en el ámbito espiritual más alto de la vida humana, merece más esfuerzo y dedicación que cualquier otro arte.
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No podemos dejar a un lado la presencia del Espíritu Santo
Ahora bien, también debemos evitar el extremo opuesto: confiar únicamente en la estructura, en los bosquejos y en nuestras habilidades oratorias, dejando de lado la presencia del Espíritu Santo. El fuego de Dios no se manifiesta solo en gritos o gestos, sino en una unción genuina que proviene de lo Alto, y que convierte una predicación en una experiencia transformadora. Solo esa unción puede hacer que el mensaje toque el corazón del oyente y lo lleve al encuentro con Dios.
Recientemente conversaba con un hermano que descuida su preparación confiando imprudentemente en la «inspiración divina del momento». Lamentablemente, sus predicaciones con frecuencia carecen de coherencia, y lejos de edificar, terminan cansando a los oyentes. Es importante entender que el Espíritu Santo nos recordará lo que ya hemos aprendido, no lo que nunca estudiamos. Dios no premiará al predicador perezoso. Pero tampoco bendecirá al que confía tanto en sus bosquejos que se olvida de buscar su presencia.
El equilibrio entre preparación y unción es la clave. Cuando el mensaje está bien elaborado y es entregado con el poder del Espíritu, el resultado es una predicación que transforma vidas.
Conociendo esta base fundamental, te invito a comenzar este apasionante estudio sobre la homilética. Descubramos juntos cómo preparar y predicar mensajes que glorifiquen a Dios y edifiquen a su Iglesia.
I. El Tema del Sermón: El Punto de Partida
Antes de comenzar a desarrollar un bosquejo, hay una pregunta fundamental que todo predicador debe responder con sinceridad y claridad. Esta pregunta es el génesis del mensaje, el punto de partida de todo el proceso homilético. Sin una respuesta concreta, no es recomendable avanzar. La pregunta es:
¿De qué voy a hablar?
Puede parecer sencilla, pero es crucial. Si no sabes con exactitud cuál será el tema de tu predicación, todo lo demás se complicará. Recuerda que no se trata simplemente de llenar un espacio en un culto, sino de ministrar la Palabra de Dios al pueblo o alcanzar almas perdidas. Esta reflexión debe llevarte a orar, meditar y buscar con profundidad
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No elijas un tema solo porque suena bonito, profundo o porque crees que impresionará. El tema debe estar alineado con el propósito del sermón, no con tus preferencias personales. La predicación no es para el ego del predicador, sino para la edificación del oyente y la gloria de Dios.
Una vez que tienes claridad sobre qué vas a predicar, es imprescindible responder una segunda pregunta:
¿Por qué voy a predicar sobre este tema?
Esta pregunta te obliga a definir el propósito del mensaje. Y este propósito será tu guía para incluir solo lo necesario y excluir todo lo irrelevante. Muchas veces hemos escuchado predicaciones que parecen tratar diez temas a la vez, y al final el oyente no puede identificar cuál era el punto central. Predicaciones así confunden más de lo que edifican.
(Bromeamos diciendo: “¡Qué grandes misterios del Señor son estos… nadie los puede entender!”. Pero en realidad, el mensaje debe ser comprensible, bíblico y bien enfocado).
Por lo tanto, recuerda siempre: el tema no solo abarca lo que vas a decir, sino que también delimita lo que NO debes incluir. La claridad temática es una muestra de madurez en el predicador, y es una señal de respeto hacia quienes escucharán el mensaje.
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II. Siete Consejos Para Encontrar el Tema del Sermón
Todo mensaje verdadero debe nacer en la presencia de Dios. Por eso, la búsqueda del tema no comienza con papel y lápiz, sino con oración y comunión. Sin embargo, no esperes que un ángel te dicte el mensaje en letras doradas. Dios te dará inspiración, sí, pero también espera que tú hagas tu parte: trabajar, escudriñar, observar y meditar.
El gran predicador Charles Spurgeon, una autoridad en homilética, escribió:
“Confieso que muchas veces paso horas pidiendo a Dios un tema, esperando en Él, y considero que esta es la parte principal de mi estudio. He invertido mucho tiempo en elaborar bosquejos, pensar en tópicos, reflexionar sobre doctrinas, y después, dejar todo eso a un lado, esperando que aparezca algo mejor.”
Esta cita nos recuerda una gran verdad: predicar requiere tanto devoción como dedicación.
7 Maneras prácticas de escoger el tema del sermón
A continuación, te comparto siete maneras prácticas para encontrar el tema de tu próximo sermón:
1. Medita en la realidad de tu congregación
Reflexiona sobre lo que están viviendo tus hermanos. ¿Hay luchas comunes? ¿Crisis familiares? ¿Falta de fe, amor o unidad? Ahí puede estar el mensaje que Dios quiere entregarles. Pero ¡ten mucho cuidado!:
No uses el púlpito para ajustar cuentas personales.
Si necesitas hablar con alguien, hazlo en privado. El púlpito no es un arma, es una mesa de alimento para todos. No conviertas tu predicación en una indirecta disfrazada.
Spurgeon aconsejaba:
“Considerad los pecados más comunes en la congregación… y buscad un bálsamo que pueda sanar esas heridas. No hace falta mencionarlos todos, pero sí predicar con propósito y sensibilidad.”
Predica la verdad con firmeza y misericordia. Ambas deben ir siempre juntas. La verdad sin amor hiere; el amor sin verdad no transforma.
2. Lee la Biblia… de verdad
Aunque parezca obvio, muchos predicadores apenas leen la Biblia. Escuchar sermones en YouTube, leer devocionales o ver frases en redes sociales no reemplaza la lectura directa de las Escrituras.
Haz de la lectura bíblica un hábito diario. Allí, en esos momentos personales, Dios te hablará con claridad. Subraya, anota, pregunta, escucha… muchas veces el próximo tema de tu predicación está escondido en tu lectura devocional de hoy.
3. Aprende de otros predicadores
No se trata de copiar sermones, sino de aprender de otros siervos de Dios. Hay predicadores cuyas experiencias, enseñanzas y enfoques pueden inspirarte, enriquecer tu visión y ayudarte a descubrir nuevas formas de comunicar el mensaje eterno.
Pero cuidado con los extremos:
- No copies textos literalmente.
- No vivas predicando solo lo que otros dicen.
Lee con discernimiento, toma notas, y haz tuyo el mensaje antes de compartirlo.
“Los mejores sermones son los que primero han transformado al predicador.”
4. Visita a quienes están en necesidad
Conversar con hermanos afligidos, enfermos, o incluso con personas que no conocen a Cristo, puede abrir tus ojos a necesidades espirituales reales. Muchas veces, un testimonio, una pregunta o una simple frase puede convertirse en el punto de partida para un sermón poderoso.
No ignores estas oportunidades. Escucha con empatía, y si Dios pone una palabra en tu corazón, guárdala y medítala. Él puede estar preparando un mensaje a través de esa experiencia.
5. Observa tu entorno
Jesús usó pájaros, semillas, monedas, peces, árboles y campos para ilustrar verdades eternas. ¿Por qué tú no?
Sé observador. Reflexiona sobre lo cotidiano. A veces, una conversación casual, una experiencia inesperada o algo que viste en la calle puede despertar una verdad espiritual.
Pero ten cuidado: la ilustración no debe convertirse en el mensaje. Que sea solo una puerta de entrada, no el núcleo de tu predicación.
6. Ora con constancia y propósito
Nada reemplaza la oración. Aunque muchos no lo admitan, orar cuesta. Es una batalla diaria. Pero es allí donde Dios revela, confirma y moldea el mensaje.
“Haber bien orado, es más de la mitad estudiado.” — Martín Lutero
¿Te cuesta orar 30 minutos? Comienza con 5. Hazlo todos los días. Y cuando tengas que predicar, ora más aún. No busques solo inspiración: busca dirección, pasión y carga espiritual.
Una predicación sin oración es como una carta sin destinatario, o como un lápiz sin tinta. No tiene impacto, no deja marca.
7. Evita repetir siempre los mismos temas
No repitas el mismo sermón una y otra vez. Sí, puedes compartirlo en diferentes lugares, pero si cada vez que predicas repites lo mismo, estás perdiendo la oportunidad de nutrir al pueblo con una dieta variada y saludable.
Spurgeon aconsejaba:
“No es sabio insistir siempre en una sola doctrina, descuidando las demás. Revisen sus sermones para ver si han dejado de presentar alguna verdad importante.”
Varía tus predicaciones. Unas veces doctrinales, otras motivacionales, otras expositivas o evangelísticas. Así como el cuerpo necesita diferentes alimentos, el alma también necesita un mensaje equilibrado.
¿Lo ves? Predicar no es improvisar ni repetir discursos vacíos. Es escuchar a Dios, conocer a tu audiencia, y hablar con verdad, claridad y amor.
III. ¿El Tema o el Texto Primero?
Una pregunta frecuente entre los predicadores es: ¿Qué debo elegir primero: el tema del sermón o el texto bíblico? La respuesta es: depende. No hay una fórmula rígida ni una regla universal.
Dos caminos posibles:
- El tema primero:
A veces Dios pone una carga en tu corazón, una necesidad espiritual que debes tratar. Entonces, buscas un texto bíblico que respalde y fundamente esa idea. Este es el caso cuando ya tienes claro el mensaje que debes compartir, y la Palabra confirma y expande esa dirección. - El texto primero:
Otras veces, mientras haces tu lectura devocional, un pasaje bíblico te impacta profundamente. Te toca, te confronta, te anima. Y de ese texto fluye naturalmente un tema central que puede desarrollarse como sermón.
Ambos caminos son válidos. Lo importante es que el mensaje que compartas nazca de la Palabra y no solo de tus emociones o pensamientos personales.
¿Es difícil encontrar el texto adecuado?
En realidad, el problema no suele ser la falta de textos, sino la abundancia de ellos. Cuando tienes un tema en mente, probablemente encontrarás varios pasajes que podrían servir. Por eso es fundamental orar, meditar y esperar en Dios. Cuando un texto llene tu corazón de gozo santo, y sientas que te habla a ti primero, ese puede ser el texto correcto.
Si el texto te cautiva a ti, también puede cautivar a quienes te escuchan.
IV. Define el Tema en una Frase Clara
Una vez que ya tienes el texto y el enfoque del mensaje, es momento de definir el tema de forma precisa. Y aquí va un consejo esencial:
No escribas primero el título… escribe primero el tema en forma de frase.
¿Qué es el tema?
El tema es el resumen central del texto y del sermón expresado en una sola frase clara. Esa frase es como la columna vertebral del mensaje. De ella saldrán todos los puntos principales que vas a desarrollar, como si fueran las costillas de ese esqueleto que forma el sermón.
Por ejemplo:
- Tema: “Jesús tiene poder para calmar nuestras tormentas, pero también para enseñarnos en medio de ellas.”
- Título: “En la barca con Jesús.”
¿Ves la diferencia? El tema expresa el mensaje, mientras que el título lo presenta de forma atractiva.
¿Por qué escribir el tema en una frase?
- Te da claridad y dirección.
- Mantiene la unidad del mensaje.
- Te evita divagar o desviarte hacia otros asuntos.
- Te ayuda a medir el alcance del sermón.
- Aporta firmeza y coherencia a todo lo que vas a compartir.
Un tema bien definido es como una brújula en medio del mar: te ayuda a no perder el rumbo.
Por eso, es mejor tener un tema concreto y específico que uno muy amplio o vago. Un predicador que no tiene claro su tema, es como un boxeador que lanza golpes al aire: se cansa, pero no impacta.
Nota: Los ejemplos de temas y títulos que compartiré en adelante están inspirados en los estudios realizados en el Seminario Abierto de Reina Valera, basados en el libro de homilética del pastor Samuel Vila. Si deseas profundizar más en esta herramienta, te animo a buscar esa valiosa obra.
¡Dios te bendiga mientras avanzas en el arte de predicar Su Palabra!
V. El Tema y el Título
Ya tenemos definido el tema del sermón, es decir, el asunto central del mensaje que vamos a predicar. También lo hemos resumido en una frase clara y concisa, que servirá como columna vertebral de nuestra predicación. ¡Excelente!
(Por cierto, debí decirte antes que sería muy provechoso ir elaborando un sermón paso a paso mientras avanzas en este estudio… ¡ponlo en práctica!).
Ahora vamos con el siguiente paso: asignar un título al sermón. Aunque esta costumbre proviene del ámbito anglosajón, es sumamente útil, sobre todo en un contexto donde la publicidad visual y la comunicación efectiva son esenciales para captar la atención.
¿Cuál es la diferencia entre tema y título?
Aunque muchos los confunden, no son lo mismo. Aquí algunas diferencias clave:
- El título es la puerta de entrada al tema. No es el mensaje completo, sino una introducción llamativa y breve.
- Debe ser corto y directo. Por ejemplo, si tu tema es: “La gran gracia que Pablo enseñó a los Romanos desde el capítulo 1 al 8”, eso claramente no es un título, sino un resumen. Un buen título podría ser simplemente: “Maravillosa gracia”.
- El título no necesita contener todos los puntos que abordarás, pero sí debe estar directamente relacionado con el contenido que vas a desarrollar.
Además, en nuestras congregaciones solemos crear afiches, invitaciones y redes sociales para anunciar predicaciones o eventos. En esos casos, un buen título «vende» la predicación sin comprometer su fidelidad bíblica. Por eso, debe ser llamativo, intrigante y apropiado, generando interés en el oyente.
Pero cuidado: el título debe guardar coherencia con el contenido del mensaje. Si titulas tu sermón “Hambre Ilícita” (sí, sabemos de dónde salió eso…), no puedes luego predicar sobre el robo de Judas. Ese tipo de desconexión entre título y contenido puede decepcionar a los oyentes, e incluso desmotivarlos a escucharte nuevamente.
Una joya homilética para reflexionar
Durante mis estudios en el Seminario Abierto de Reina Valera, anoté una cita del teólogo J.H. Jowett que quiero compartirte:
“Tengo la convicción de que ningún sermón está en condiciones de ser escrito totalmente, y aún menos predicado, mientras no podamos expresar su tema en una sola oración gramatical breve, que sea a la vez vigorosa y tan clara como el cristal. Yo encuentro que la formulación de esa oración gramatical constituye la labor más difícil, más exigente y más fructífera de toda mi preparación…”
Estas palabras resumen bien la importancia de sintetizar el mensaje en una frase potente y clara, lo cual también te dará las bases para encontrar un buen título.
Algunos consejos prácticos
- Si tienes facilidad para crear títulos interesantes y atractivos, ¡úsalo a tu favor!
- Si no eres tan bueno, asesórate o practica constantemente. Escucha a otros predicadores, analiza sus títulos y examina qué los hace eficaces.
- Recuerda: el título debe generar expectativa, no confusión. Y por supuesto, nunca debe desviar la atención del verdadero mensaje del texto bíblico.
Incluso el mismo Señor Jesús dijo que los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de luz en su trato con el mundo (Lucas 16:8). Aprendamos con sabiduría de sus métodos —sin imitar sus fines— y presentemos nuestras predicaciones con excelencia, empezando por un buen título que honre el mensaje de Dios.
VI. Sea Concreto… ¡Nada de irse por las Ramas!
Ya hemos dicho que los temas deben ser cortos, pero además de eso, deben ser claros y expresivos. Un tema largo o enredado le quita gracia, fuerza y atractivo al mensaje. Yo suelo consultar con mi esposa e hija mayor para ver si el tema se entiende bien. Si ponen cara de estar conversando con un marciano, entonces sé que debo volver a replantearlo. A veces, las personas más cercanas son los mejores críticos constructivos. ¡No los deseche!
Veamos un ejemplo real para ilustrarlo:
Un predicador anunció como tema: “Las opiniones falsas que los hombres se forman acerca de los juicios que Dios permite sobre nuestros prójimos y las opiniones rectas que se deben formar sobre tales juicios”.
Con solo anunciar eso, ya casi no hacía falta predicar. ¿Qué debió haber hecho? Por ejemplo, usar un título como: «El peligro de juicios erróneos». Este título no solo es más corto, sino que despierta interés y da paso al contenido del sermón sin confundir.
Si el sermón es textual
Cuando el sermón es textual, el tema debe reflejar el pensamiento principal del texto.
Veamos un ejemplo:
- Texto: Romanos 12:2
- Título posible: “Alistados contra lo que nos rodea”
Este título resume bien el enfoque del pasaje y da una pista clara del contenido.
Ejercicio práctico: Busca 5 textos bíblicos (pueden ser versículos o pasajes breves) y asígnales un título. Este será un excelente ejercicio de entrenamiento para afinar tu creatividad homilética.
Si el sermón es expositivo
Si el sermón es expositivo (ya veremos más adelante los distintos tipos de sermones), el tema debe surgir de la clave central del pasaje. Debe expresar el corazón de la historia que queremos que la congregación entienda y aplique. Por ejemplo:
- Texto: Juan 9:25
- Título débil: “La historia del ciego” (es muy vago).
- Título mejorado: “La confesión del ciego”
¿Por qué? Porque la palabra «confesión» nos da una base poderosa para dirigir el mensaje hacia una confesión de fe en Cristo.
Otro ejemplo:
- Texto: Lucas 15:7
- Título común: “El hambre del Hijo Pródigo”
- Título más sugerente: “El hambre del alma”
Esto despierta curiosidad y nos lleva a aplicar el mensaje al vacío espiritual del ser humano. Ya todos sabemos que el Hijo Pródigo tuvo hambre física, pero el nuevo título invita a una reflexión más profunda.
Antes de cerrar esta sección y pasar al desarrollo del tema, quiero darte una clave final muy importante:
El título debe ser una expresión completa y resumida de las ideas principales que vas a desarrollar.
Algunos Ejemplos
Aquí te dejo algunos ejemplos sacados del material base que uso para este curso:
1) Títulos sintéticos:
- “La dádiva de Dios a nosotros y la nuestra a Él” – Tito 2:14
- “El tentado pecador y el tentado Salvador” – Hebreos 2:18
2) Títulos basados en frases bíblicas:
- “Las fuentes de salud” – Isaías 12:3
- “¿A quién iremos?” – Juan 6:68
- “¿Traerá el hombre provecho a Dios?” – Job 22:2
3) Títulos paradójicos (que generan intriga):
- “Deberes que resultan privilegios” – Salmo 119:54
- “Religión sin hacer la voluntad de Dios” – Mateo 7:21
- “El gozo de la abnegación” – 2 Crónicas 29:27
- “Maravilla en sitio peligroso” – Lucas 8:25
- “Lo incomprensible en el testimonio cristiano” – Hechos 4:20
Tarea: Lee los textos anteriores junto con sus títulos y trata de imaginar cómo podrías predicar un mensaje basado en cada uno. Aunque no te doy aquí el desarrollo completo, te aseguro que los títulos te despertarán ideas valiosas. (Considera esto un pequeño regalo por seguir avanzando en el curso).
VII. El Desarrollo del Tema
¿Ya has seguido todos los pasos anteriores? Es decir, ¿ya tienes el asunto central, el objetivo del mensaje, has formulado el tema en una frase concreta, y además le colocaste un título atractivo?
Entonces ha llegado el momento de responder una nueva y crucial pregunta (sí, soy de los que preguntan mucho):
¿Cómo lograré que este mensaje cumpla su propósito?
O para decirlo de otra manera: ¿Qué cosas debo decir, y en qué orden debo decirlas?
Aquí es donde entra en juego el plan del sermón, es decir, el desarrollo ordenado del tema. No estamos hablando solo de tener buenas ideas, sino de estructurar el mensaje de tal manera que cada parte lleve naturalmente a la siguiente, hasta alcanzar el clímax: la exhortación final que impacta el corazón del oyente.
El Dr. Herrick Johnson lo dijo así en El Ministro Ideal:
«El tratamiento del asunto significa plan… plan que agrupe todo en un organismo, que ordene las partes hacia un clímax, excluya lo innecesario, y haga que las diferentes líneas vayan creciendo en intensidad, convergiendo al foco ardiente, que es la exhortación final. Esto es esencial para la eficacia del sermón…»
Y por supuesto, no podemos dejar de lado a Spurgeon, quien enseñó:
«Nuestros pensamientos deben ser bien ordenados según las reglas propias de la arquitectura mental… no debemos predicar ideas desordenadas como una masa confusa, sino hacerlas marchar como una tropa de soldados. El orden, que es la primera ley celestial, no debe ser descuidado por los embajadores del Cielo.»
Aquí, lamentablemente, es donde muchos abandonan el proceso. Algunos dirán: “yo predico así y me ha funcionado”. Pero si tú eres de los que buscan excelencia para Dios, sigue leyendo.
Desarrollar un sermón requiere trabajo
Sí, trabajo real y constante. En ocasiones, Dios nos da un bosquejo en cuestión de minutos, como una iluminación repentina. Pero muchas veces, ordenar las ideas toma tiempo, esfuerzo, y sobre todo, discernimiento espiritual.
Al desarrollar el tema, es común que:
- Tengas demasiadas ideas sueltas, sin conexión entre sí.
- Aparezcan pensamientos valiosos, pero ajenos al tema central.
- Te sientas tentado a predicar sin un plan por ser más fácil.
Pero recuerda: una buena idea no siempre es una buena idea para este sermón. Si no encaja, guárdala para otro mensaje.
¿Vale la pena predicar sin un plan?
Puede que improvisar parezca más sencillo, y en una conversación informal, incluso sea válido. Pero en el púlpito no es recomendable. Un sermón sin estructura lógica difícilmente dejará una impresión duradera.
Claro, Dios puede usar incluso los medios más sencillos para salvar almas. Pero si puedes predicar con orden y propósito, ¿por qué conformarte con menos?
Una colección de buenas ideas no es un sermón. Es como una turba desorganizada tratando de conquistar una ciudad: puede tener éxito, pero no con la eficacia de un ejército bien ordenado.
El valor del plan
Todo en la vida requiere planificación:
- Un arquitecto no construye sin planos.
- Un ingeniero no abre caminos sin trazar rutas.
- Un predicador no debe pararse a predicar sin un bosquejo claro.
Aun en casos donde debas improvisar, si eres un siervo sensible a la voz de Dios, Él te dará dirección rápidamente. Pero siempre será mejor cuando ese mensaje ha sido concebido con oración, estudio y dedicación.
Conclusión
Desarrollar un sermón no es simplemente hablar lo que se siente, ni improvisar frases bonitas sin rumbo definido. Un mensaje eficaz necesita un desarrollo ordenado, estructurado, con propósito y dirección clara. Esto requiere trabajo, reflexión, oración y sobre todo, el deseo de agradar a Dios en cada palabra que se diga desde el púlpito.
El Espíritu Santo puede inspirarte, pero Él también honra el esfuerzo del predicador diligente. Un sermón bien planificado no solo es más fácil de predicar, sino que también deja una huella más profunda en quienes escuchan. Recuerda: no estás preparando un discurso cualquiera, estás manejando la Palabra de Dios, y eso demanda excelencia.
Así como un edificio sólido comienza con planos precisos, el sermón poderoso comienza con un desarrollo bien trazado. La pasión sin orden puede emocionar, pero la verdad expuesta con claridad transforma. ¡No renuncies al trabajo! Predicar bien requiere disciplina, y el desarrollo del tema es una de las partes más vitales de ese proceso.