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Doble naturaleza de Cristo: Trinitarismo, el monarquianismo modalista y el nestorianismo

Índice

La Doble Naturaleza de Cristo. Evitando los Talones de Aquiles del Trinitarismo, el Monarquianismo Modalista y el Nestorianismo: El Reconocimiento y el Entendimiento Adecuado de la Distinción entre el Padre y el Hijo.

Por  Jason Dulle, Una Reflexión Sobre la Teología de la Unicidad de Dios

Introducción

El cristianismo nació en el contexto del monoteísmo judío. En la mente de los primeros discípulos de Cristo, estaba profundamente grabada la creencia de que Dios es el creador singular y trascendente del universo. Y sin embargo, su encuentro con Jesucristo les llevó a creer que Él era Emanuel, es decir, Dios con nosotros.

Entonces el desafío que enfrentó la iglesia primitiva, fue el de encontrar una manera de reconciliar su
creencia de que el Padre es Dios y que Jesús es Dios, sin poner en peligro el monoteísmo. Ese mismo reto se nos presenta hoy.

¿Cómo vamos a conciliar el monoteísmo con el hecho de que el Nuevo Testamento hace cientos de distinciones entre el Padre y el Hijo, y en menor medida, con el Espíritu Santo? Si Dios es uno, ¿Cómo podrían ambos, el Padre y el Hijo ser Dios, tanto que vemos que se habla del Padre y del Hijo como
distintos?

Los Datos

Para dar una idea de la magnitud del problema que enfrentamos, tenga en cuenta esta pequeña muestra de pasajes, en los que se hace una clara distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: En la Gran Comisión,
Jesús dijo que todo el poder le ha sido dado en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18). Dar algo, implica una distinción entre quien da y quien recibe, y por lo tanto una distinción entre Jesús y aquel que le dio
todo el poder.

Jesús dijo que el Padre es mayor que Él (Juan 14:28). «Mayor», es un término comparativo que implica la presencia de dos entidades distintas. ¡Sin duda, Jesús no quiso decir que Él era mayor que Él mismo! En otra ocasión dijo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que Él hace» (Juan 5:19-20; Ver también 3:32).

Aquí tenemos uno que muestra y uno que hace. Es evidente que Jesús no es el mismo que muestra lo que Él debe hacer. En otro contexto, Él dijo claramente de su propia capacidad, «No puedo yo hacer nada por mí mismo» (Juan 5:30). Incluso las palabras que Jesús enseñó, le fueron dadas originalmente por
el Padre (Juan 12:49-50). Una vez más, tenemos a uno que da y a uno que recibe. Todas estas declaraciones apuntan a una verdadera distinción entre el Padre y el Hijo.

Además, Jesús dijo: «…así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (Juan 15:10 b). Uno no puede mantener sus propios mandamientos y permanecer en su propio amor. Tal declaración implica la existencia de alguien que da el mandamiento, y de alguien que guarda el mandamiento, que lo ama y que permanece en su amor.

Jesús habló del Padre estando con Él (Juan 8:29), y de sí mismo como proveniente del Padre y enviado por el Padre (Juan 8:42; 14:24; 16:27-28, 17:8, 18), habló de volver al Padre (Juan 16:5, 7, 10), y de ser santificado por el Padre (Juan 10:36). Incluso se dice que el Padre honra al Hijo (2. Pedro 1:17).

Jesús dijo a sus discípulos que oren al Padre para que les envíe el Espíritu. Se dice que el Espíritu procede del Padre, hablando no de sí mismo, sino en los términos de que Él oirá (¿Oirá el testimonio de quién? ¿De sí mismo?). El Espíritu aún, como se dice, glorificará a Jesús (Juan 14:16-17, 15:26; 16:13-14).

En otra ocasión, Jesús dijo que si lo amamos, entonces su Padre nos amará, y ellos vendrán y harán su morada en nosotros (Juan 14:23). Si hay un solo Dios, y tanto Jesús como el Padre son ese Dios, ¿por qué Jesús habla del Padre y de sí mismo en plural?

Finalmente, Jesús dijo: «no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8:29). ¿Quiso decir que Él siempre se agradaba a sí mismo? Parece evidente que Jesús habló del Padre como alguien que no era Él mismo.

Reconciliando el Dilema: Trinitarismo y Monarquianismo Modalista

Una forma de reconciliar este dilema, se produjo en la forma del trinitarismo. Los trinitarios sostuvieron que el Padre, el Hijo y el Espíritu, son tres personas distintas, que existen eternamente dentro de la única esencia [1] de Dios.

Así que mientras que ellos se preocuparon por mantener con éxito las dos verdades -que Dios es uno y que Jesús es Dios- lo hicieron a expensas de la redefinición de «uno» en el sentido de una «unidad» de personas dentro de la única esencia de Dios. Tal redefinición del monoteísmo, condujo a la Iglesia hasta las fronteras del triteísmo. Si bien mantuvo su creencia en el monoteísmo a nivel semántico, abandonó al monoteísmo en el plano conceptual.

Un intento muy diferente de reconciliar este dilema, se hizo en la forma del monarquianismo modalista. [2]  Este sostuvo que el Padre, el Hijo y el Espíritu, son tres modos distintos de la revelación de una persona divina singular.

Algunos modalistas argumentaron que «el Hijo» sólo se refiere a la humanidad de Jesús, mientras que «el Padre» sólo se refiere a la deidad de Jesús. Por ejemplo, en la Refutación de Todas las Herejías IX, Hipólito
dijo sobre la enseñanza de Calixto que «no quiere decir que el Padre sufrió, sino sólo el Hijo, y el Padre con él».

Tal explicación demuestra claramente la tendencia a atribuir al «Hijo» sólo la humanidad de Cristo, en vez de toda su persona. Y otra vez en el capítulo X, Hipólito escribe de Calixto: «Y él está dispuesto [a mantener], que el que fue visto en la carne y fue crucificado es el Hijo, pero que el Padre es
quien habita en él».

Asimismo, en Contra Praxeas XXVII, Tertuliano registró similares tendencias teológicas. El ángel dijo a
María: «Por tanto, el santo ser que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios». Tertuliano dijo que los seguidores de un modalista llamado Práxeas, argumentaron que dado que «era la carne la que había nacido, la carne debe ser el Hijo de Dios». Prosiguió diciendo contra Práxeas y sus seguidores:

“Ellos se esfuerzan por interpretar esta distinción de una forma que sin embargo coincidirá con sus propias opiniones: de modo que, en una sola Persona, ellos distinguen a dos, al Padre y al Hijo, en su comprensión de que el Hijo es la carne, que es el hombre, que es Jesús; y que el Padre es el Espíritu, que es Dios, que es Cristo. Así ellos, afirmando que el Padre y el Hijo son uno y el mismo, de hecho realmente comienzan por dividirlos más bien que por unirlos. Ya que si Jesús es uno y Cristo es otro, entonces el Hijo será diferente del Padre, porque el Hijo es Jesús, y el Padre es Cristo”.

Este uso de los términos bíblicos no se puede justificar con las Escrituras, y los trinitarios, como Tertuliano, se apresuraron a señalar esto. (Véanse los Apéndices I y II para una discusión más completa sobre el uso correcto de «Padre» e «Hijo»).

Otros modalistas intentaron resolver el enigma mediante la eliminación de cualquier distinción entre el Padre y el Hijo. Ellos argumentaron que las aparentes diferencias eran sólo nominales, aplicables a Dios en modos diferentes, y que no eran indicativas de cualquier distinción metafísica real.

Debido a que estas denominaciones se refieren al mismo Dios, estas eran igualmente intercambiables en su uso y capaces de ser utilizadas como sinónimos virtuales. Dionisio, por ejemplo, en su tratado Contra los Sabelianos, describe la enseñanza de Sabelio de la siguiente manera: «Ya que el blasfema al decir que el Hijo es el mismo Padre, y viceversa».

Hipólito, en la Refutación de Todas las Herejías X, dijo que «Noeto supone que el Padre mismo es llamado el Hijo (y viceversa), en referencia a los acontecimientos que en sus propios períodos adecuados, les ocurrirán a ellos por separado».

Calixto continuó diciendo acerca de Noeto, que él reconoce que hay un Padre y Dios… y que este (Dios) es pronunciado y llamado por el nombre del Hijo, aunque en la sustancia Él es un Espíritu. Porque el Espíritu, como la Deidad, no es, según dice, ningún ser diferente al Logos, o el Logos de la Deidad, por lo que esta persona, (según Calixto) se divide nominalmente, pero no sustancialmente».

Al parecer, Sabelio, otro modalista, fue tan lejos como para llamar a Dios el huiopater (Hijo-Padre). Los modalistas mantuvieron así las dos verdades -que Dios es numéricamente uno y que Jesús es Dios-, pero lo hicieron a costa de ignorar y/o explicar las declaraciones bíblicas que hacen una distinción entre el Padre y el Hijo. [3]

Los trinitarios reaccionaron con fervor en contra de esta explicación, porque sentían que desatendía las cientos de distinciones que encontramos en el Nuevo Testamento entre el Padre y el Hijo. [4] Ellos sostuvieron que las distinciones tenían que ser genuinas y en esto tenían razón.

En lo que ellos se equivocaron, fue en su comprensión acerca de la naturaleza y la duración de las distinciones. Ellos las interpretaron erróneamente como eternas y personales dentro de la esencia misma de Dios, en lugar de verlas como temporales y justificadas en la encarnación.

En lo que se Equivocaron el Modalismo y el Trinitarismo

Tenemos pues, dos posiciones de los que trataron de hacer conciliar el monoteísmo bíblico con las distinciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, y ambos fracasaron en su intento, ya que insistieron tanto en un aspecto del testimonio bíblico, que al hacerlo tuvieron que redefinir o prácticamente ignorar lo demás.

Los trinitarios hicieron un fuerte hincapié en los pasajes de la distinción, que tuvieron que redefinir los
pasajes de la Unicidad, y los modalistas hicieron un fuerte hincapié en los pasajes de la Unicidad, pero con la deficiencia de que a nivel práctico llegaron a negar cualquier distinción real entre el Padre y el
Hijo.

Si queremos hacer justicia a los datos bíblicos, debemos adoptar una posición que reconozca plenamente la distinción proporcionada por el Nuevo Testamento, e incorporarla con éxito al monoteísmo del Antiguo Testamento. Esto no lo hicieron el modalismo y el  trinitarismo. [5]

El reconocimiento adecuado de las distinciones

Aunque los modernos creyentes de la Unicidad, acertadamente han encontrado afinidad con el modalismo como el precursor histórico de la teología de la Unicidad, no debemos identificarnos tan fácilmente con la totalidad de su teología. Debemos abrazar su comprensión de Dios como una persona singular, pero debemos evitar confundir al Padre y al Hijo.

Del mismo modo debemos reconocer la realidad y la autenticidad de las distinciones del Nuevo Testamento al igual que lo hacen los trinitarios, pero evitando la redefinición del monoteísmo en el proceso.

Mientras que el trinitarismo exagera y ha malentendido las distinciones, el modalismo no hizo caso de estas y no las explicó. [6]  La teología de la Unicidad puede elevarse por encima de los errores de
estas dos posiciones, reconociendo no solamente la autenticidad de las distinciones, sino encontrando una mejor manera de explicar la razón de su existencia, al mismo tiempo que mantiene el carácter uni-personal de Dios.

Sin embargo históricamente hablando, la teología de la Unicidad ha tendido a imitar la explicación modalista del Padre y del Hijo como meros dispositivos nominales para referirse a la misma persona de Dios, ignorando la verdadera distinción entre los términos. [7]

Esto a su vez, ha causado que los creyentes de la Unicidad, usen «Padre» e «Hijo», como sinónimos equivalentes, intercambiando una denominación para la otra, y por lo tanto eliminando cualquier
distinción referencial entre el Padre y el Hijo. [8]

La razón de esta práctica, suele ser el temor a violar el monoteísmo estricto de la Escritura. Tal precaución es fundada, pero ha hecho que algunos adherentes a la Unicidad adopten una hermenéutica que niega
cualquier distinción real entre el Padre y el Hijo, y por lo tanto ignora una explicación convincente de los cientos de pasajes que hacen tal distinción.

La culpa no es de la precaución para proteger a la Unicidad de Dios, sino del hecho de que algunos no sienten la necesidad de explicar las diferencias bíblicas creyendo así proteger el monoteísmo, en lugar de explicar el por qué las diferencias existen.

Evitando los Errores del Modalismo y el Trinitarismo: Estableciendo la Correcta Distinción entre el Padre y el Hijo

Explicando las diferencias entre Padre e Hijo sin recurrir a la Cristología del nestorianismo

La teología de la Unicidad, ha estado siempre en el dilema de encontrar una manera sistemática de confesar a Dios como uni-personal, y sin embargo, reconocer plenamente y explicar las diferencias bíblicas entre Padre e Hijo sin tener que recurrir a una cristología nestoriana.

Tanto a nivel académico como de los miembros en general, los adherentes a la Unicidad han admitido una verdadera distinción entre el Padre y el Hijo, diciendo tradicionalmente que esta se encuentra entre las naturalezas divina y humana de Cristo, lo que efectivamente destruye la unidad de su persona. [9]

Tales sesgos nestorianos son tan prominentes en el movimiento unicitario, que algunos han concluido que es imposible abrazar la teología de la Unicidad sin adoptar alguna forma de nestorianismo.

Por supuesto, algunos teólogos de la Unicidad son muy conscientes de dicha tendencia, y han formulado una cristología que es a la vez carente de nestorianismo y de conformidad con el monoteísmo estricto.

Esto no sólo es posible, sino que también es necesario si se quieren explicar adecuadamente los pasajes de la distinción. Podemos evitar el trinitarismo y el nestorianismo, poniendo en su lugar estas distinciones.

Opciones para la Conciliación de las Diferencias

Cuando se trata de conciliar las diferencias bíblicas entre el Padre y el Hijo con el monoteísmo bíblico, nos encontramos con unas pocas
opciones viables. Podríamos concluir que:

1. Se trata de una separación entre dos esencias divinas (Biteísmo, Triteísmo).
2. Se trata de una distinción entre dos personas divinas en una sola esencia divina (Binitarismo, Trinitarismo).
3. Se trata de una distinción dentro de Jesús, entre su naturaleza divina (identificada como «el Padre») y su naturaleza humana  (identificada como «el Hijo»).
4. Se trata de una distinción entre el modo trascendente (cósmico) y el modo encarnado de la existencia de YHWH.

Desde la perspectiva de la Unicidad, y para nuestros propósitos, las opciones uno y dos son descartadas a priori, dejando sólo las opciones tres y cuatro. La tercera opción plantea la distinción entre el Padre y el Hijo como interna
a Cristo, entre sus dos naturalezas (lo que yo llamo «el modelo internalista»), mientras que la opción cuatro postula la distinción Padre-Hijo, como externa a Cristo entre los dos modos de existencia de YHWH  (en la encarnación como hombre, y más allá de la encarnación, a lo que yo llamo «el modelo externalista»).

La distinción debe ser interna o externa a Cristo, pero no pueden ser las dos a la vez. Ahora dirigimos nuestra atención a una evaluación de estas dos opciones.

Una Distinción Interna Entre las Naturalezas de Cristo

Voy a argumentar que el modelo internalista de la distinción Padre-Hijo produce resultados teológicamente desastrosos, y por lo tanto es preferible el modelo externalista.

Socava la Redención

La localización de la distinción Padre-Hijo interna a Cristo entre sus dos naturalezas, socava el poder redentor de Cristo. La redención no se basa simplemente en la perfección moral de Jesús, sino también en su identidad personal.

Si un hombre moralmente perfecto era todo lo que se necesitaba para la propiciación por nosotros, entonces la encarnación no era necesaria. Dios simplemente podría haber creado desde la nada
a un hombre moralmente perfecto como lo hizo con Adán, si eso era todo lo que se requería.

Pero, ¿cómo podría la muerte de aquel hombre ser vicaria para toda la humanidad? ¿Qué le daría valor infinito a su muerte para que fuera suficiente para expiar el pecado de todo el mundo? A lo mejor, por ser libre de pecado, podría asegurar su propia salvación personal, pero no la salvación de todos los hombres.

Sólo el sacrificio de una persona con un valor infinito, podría expiar nuestros pecados, y por lo tanto la persona de Jesús debe ser divina. Como señaló Anselmo, Jesús debe ser Dios y hombre para llevar a cabo nuestra redención, porque «nadie puede pagar excepto Dios, y nadie debe pagar excepto el
hombre». [10] Si la humanidad de Jesús no es la humanidad de Dios de una manera ontológica y personal, entonces el sacrificio de Jesús no expía nuestros pecados.

Divide a Cristo en dos

En el modelo internalista, Jesús se convierte en dos seres que residen en un solo cuerpo, como dos compañeros de habitación que comparten un apartamento. Si la distinción entre el Padre y el Hijo es una distinción entre las naturalezas divina y humana de Jesús, entonces cuando Jesús habló, Él debería haber hecho referencia a «nosotros» y «nosotros», no a «yo» y «yo».

Sin embargo Jesús nunca habló en esos términos, porque era una sola persona con un solo centro de conciencia. Una naturaleza no habla, ora, sana y le enseña a la gente. Del mismo modo, no son las
naturalezas de Cristo las que hablaron, oraron, sanaron, ni enseñaron, sino el mismo Jesús, el Dios-hombre. Todas las acciones y palabras de Jesús fueron las del Dios-hombre, no las de un simple ser humano o las de una mera naturaleza divina.

Sería imposible que algunas de las acciones de Cristo sean las de un hombre y otras las de Dios, ya que tal noción plantea dos personas en Cristo: una que es Dios y una que es hombre. Esto es imposible a la luz de una verdadera encarnación de Dios.

Jesús es el mismo Dios existiendo como hombre, pero no Dios y un hombre que existen juntos en un mismo lugar geográfico, no es una persona divina y un ser humano que coexisten lado a lado. Como Jesús es el modo humano de la existencia de Dios, necesariamente debe haber un solo sujeto personal en Cristo -no dos-, y ese sujeto personal es Dios. [11]

A diferencia de Jesús quien es Dios que existe como hombre, nosotros somos hombres que existimos como hombres. Del mismo modo en que nosotros somos los sujetos de todas nuestras acciones, así Dios es el sujeto de todas las acciones de Cristo. Dios es quien experimentó el sueño, el hambre, la sed y el dolor.

La humanidad de Cristo es la humanidad de Dios en virtud de la ley de la encarnación por la que Él mismo se hizo hombre, y por lo tanto todos los actos de Cristo son los de Dios mismo en una existencia humana auténtica.

Por lo tanto, Jesús no es la combinación de Dios actuando y conociendo como Dios y un hombre
que actúa y conoce como hombre -uno al lado del otro-, sino Dios actuando y conociendo como hombre a través de su modo humano de existencia.

Socava La Deidad Esencial de Cristo y Una Verdadera Encarnación

Aquellos que postulan la distinción Padre-Hijo como una distinción dentro de Cristo entre sus dos naturalezas, creen que esta explicación es necesaria para proteger la Unicidad de Dios y la divinidad de Cristo, pero en realidad esa posición socava la deidad de Cristo y la humanidad de Dios. Como tal, es incompatible con la teología cristiana en general y con la teología de la Unicidad en particular.

Si Cristo son dos personas -una divina y una humana- que coexisten en un mismo cuerpo, entonces Jesús no es un «él», sino un «ellos». Habría dos centros de conciencia o dos sujetos activos en Cristo. De ello se sigue entonces, que Cristo tendría dos tipos de experiencias.

La persona humana tendría un conjunto de experiencias, y otros la persona divina. Por ejemplo, la persona divina tendría la experiencia de crear el mundo, pero no la persona humana. La persona divina podría informarle de este acto pasado -por lo que la persona humana llegaría a saberlo- pero el
ser humano sólo lo sabría proposicionalmente, no por la experiencia.

Él mismo no tendría la experiencia de crear el universo, porque no existía en la creación. Y si Él no creó el universo, entonces no es Dios. Del mismo modo, la persona humana contaría con la experiencia de consumir alimentos, pero la persona divina no. La persona divina podría observar el acto de la persona humana, pero no lo experimentaría personalmente. Su experiencia acerca de esto sería en tercera persona, no en primera persona.

Si cada persona es el sujeto personal de las distintas experiencias, entonces Jesús no sería Dios y Dios no sería hombre. Jesús podría cohabitar el mismo cuerpo que Dios, pero Él no podría ser Dios, porque Él no compartiría la identidad personal de Dios.

De la misma manera, Dios podría cohabitar el mismo cuerpo con Jesús, pero Él no podría ser hombre, porque Él no compartiría la identidad personal de Jesús. Para que Jesús sea Dios y para que Dios sea hombre, se necesita una unión ontológica, [12] y esa sería la unión de las naturalezas divina y humana en la persona de Dios. Nada menor, como una fenomenológica [13] una unión relacional, no sería suficiente.

Si la naturaleza humana de Jesús fuera el Hijo, de modo que esto significara que cuando Jesús oraba, la naturaleza humana (el Hijo) estaba orando a la naturaleza divina (el Padre) dentro de Él, entonces esto conllevaría a que Jesús no sería Dios, sino una persona humana distinta que coexistiría junto a Dios en un cuerpo compartido.

Sería un simple hombre en quien el Padre moraría, como un compañero de clases que comparte un apartamento. [14] Pero seguramente esto no daría motivos para pensar que Jesús es Dios. Tener a alguien habitando en ti, y ser ese alguien, son dos cosas totalmente diferentes.

La primera es una asociación de relación, mientras que la segunda es una identidad ontológica/personal. Como mucho, uno solo puede estar cerca de alguien que no es nuestra propia identidad. Entonces, pensar en la distinción Padre-Hijo como una distinción entre las naturalezas humana y divina de
Cristo, quiere decir que Jesús de Nazaret tiene una relación con Dios, pero que no es Dios mismo.

Este punto de vista no es la Unicidad, pero es similar a la antigua herejía del adopcionismo, en la que Dios adopta a un ser humano con existencia independiente, llenándolo con su Espíritu con tal capacidad que llega a ser «como-divino», pero no Dios.

Por lo tanto, o Jesús es la única persona divina en la existencia humana, o es sólo un hombre lleno del Espíritu de Dios como nosotros pero en mayor medida. En este último caso, entonces Jesús es diferente a
nosotros sólo cuantitativa, no cualitativamente. Para que Jesús sea Dios, -lo que significa tener la naturaleza de Dios- requiere que su persona sea singular, y que esa persona singular sea identificada como el mismo YHWH.

La Analogía Inexacta

Una analogía popular sobre la encarnación entre los adherentes a la Unicidad, es que «Dios se puso un traje de carne». A pesar de que esta analogía ilumina la verdad de la deidad de Cristo, enturbia la unidad de su divinidad y humanidad.

Para ilustrar, considere a un ser humano y su ropa. Una cosa es decir que yo estoy en mi ropa, y un asunto completamente diferente es decir que me he convertido en mi ropa. La primera describe una relación de proximidad geográfica, mientras que la segunda describe una identidad.

Si la humanidad de Jesús no es más que un vestido de Dios, entonces Jesús no comparte la identidad de Dios. Jesús, un hombre, no podría pretender ser Dios. En el mejor de los casos, Él podría presumir ser usado por Dios, o estar muy cerca de Dios, pero Él no podría pretender ser Dios, así como nuestra ropa no podría reclamar ser nosotros.

Entonces, decir que la distinción entre el Padre y el Hijo es sólo una distinción entre las naturalezas divina y humana, quiere decir que Jesús de Nazaret tiene una relación con Dios, pero no es Dios mismo.

Este punto de vista no es pertinente a la teología de la Unicidad, pero es similar al adopcionismo en el que Jesús es un hombre con existencia independiente, al cual Dios llena de su Espíritu para que su capacidad se convierta  en «cuasi-divina».

Si las reclamaciones de Cristo por la deidad tienen algún sentido ontológico, tiene que haber una unión
metafísica de sus naturalezas divina y humana incapaz de separarse en una persona. Dios no se limitó a abrigarse en un cuerpo humano, sino que trajo la naturaleza humana en la unión metafísica con su naturaleza divina, para que pudiera personalmente y realmente hacerse hombre.

La Adoración a Cristo Sería Idolatría

Si Cristo es sólo un hombre en quien Dios habita de una manera especial, en lugar de ser la misma persona de Dios encarnada, entonces la adoración a Cristo es idolatría, porque estaríamos adorando a alguien que no es Dios. Solamente si la naturaleza humana de Jesús comparte una unión esencial y metafísica con la persona/naturaleza divina, el hombre de Galilea puede ser considerado Dios y ser digno de adoración.

Cristo no Sería la Imagen de Dios

Una proximidad geográfica de dos personas/naturalezas ontológicamente independientes en Cristo, no puede testificar que la humanidad de Jesús es la imagen misma de Dios (Colosenses 1:15, Hebreos 1:3). Sólo si Dios realmente se convirtió en hombre, trayendo a la naturaleza humana en la unión con su propia persona divina, podría la humanidad de Jesús, como se ha dicho, ser la misma imagen del Dios invisible.

Una Distinción Externa de la Existencia

Si aseguramos que la distinción interna entre las naturalezas divina y humana de Jesús (opción tres), no puede explicar satisfactoriamente la distinción bíblica de Padre-Hijo, ya que socava esencialmente la deidad de Jesús y nuestra redención, la otra explicación es necesaria.

Voy a argumentar que solamente la opción cuatro, puede hacer justicia a la distinción de Padre-Hijo, y al mismo tiempo mantener la naturaleza uni-personal de Dios, la deidad de Cristo y la unidad de su persona.

El «Hacerse», Encarnacional

Uno de los textos cristológicos más importantes de las Escrituras es Juan 1:14: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1:14). Para comprender mejor la naturaleza de la distinción Padre-Hijo, y
la necesidad de rechazar ciertas concepciones de la distinción, es necesario tener un conocimiento básico del «hacerse» encarnacional.

La cuestión céntrica en el dilema cristológico, es lo que significó para Dios «hacerse» hombre. ¿Cómo pudo Dios hacerse hombre sin dejar de ser lo que siempre ha sido, o sin  comprometer la integridad de la humanidad de Cristo?

A lo largo de la historia de la iglesia, los teólogos han entendido la encarnación de varias maneras. Algunos como Eustaquio de Antioquía, Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia y Nestorio, han entendido la acción de hacerse como «llegar a ser en» (vivir en) un hombre.

Otros como Arrio, los eutiques y los kenetocistas, entendieron la acción de hacerse como «transformarse en» un hombre. Sin embargo, ambos puntos de vista son soteriológicamente deficientes, debido a que ponen en peligro la capacidad de Cristo para proveer la redención para la humanidad.

Los primeros fallan al pulverizar la deidad de Cristo en la práctica, mientras que los segundos no preservan la inmutabilidad de Dios y/o la autenticidad de la humanidad de Cristo.

Para que cualquier teología de la encarnación sea válida, debe sostener que Dios es hombre, que Cristo es el Dios que es hombre, y que Cristo es el hombre que es verdaderamente Dios. Estas tres máximas cristológicas se pueden ampliar así:

1). La unión de las naturalezas divina y humana debe ser ontológica para que Dios sea hombre;
2). Dios debe ser inmutable, para que sea el Dios que es hombre;
3). La humanidad que Dios asumió debe ser completa y genuina, para que sea el hombre que es Dios.
[15]

El mantenimiento de las tres máximas, requiere que la encarnación de Dios sea de un tipo determinado. En primer lugar, la unión de las naturalezas divina y humana debe ser ontológica, no meramente funcional.

Una unión funcional de las naturalezas/voluntades divina y humana, no puede dar cuenta de una verdadera encarnación en la que Dios viene a ser hombre, pues esto sólo podría representar que Dios mora en, y trabaja a través de un hombre.

En dicha concepción del ser encarnado, la humanidad de Cristo siempre tendría una existencia independiente de la persona divina, y se perdería cualquier fundamento ontológico para la creencia de que Cristo es Dios. Nos quedaríamos con un Cristo nestoriano en el que dos naturalezas independientes se unen en voluntad, pero no en persona.

Dos naturalezas independientes que sólo coexisten en un mismo lugar geográfico, no son una encarnación de Dios. Dios no vino a estar solamente en un hombre, sino que vino a ser un hombre. El único fundamento sobre el cual se puede decir que Dios llegó a ser hombre, y que se puede decir que el hombre que Él se hizo es Dios, es si la unión es ontológica en la naturaleza.

En segundo lugar, las naturalezas divina y humana no podían sufrir cambios en su unión. Si Dios hubiera cambiado durante el proceso de la encarnación, ya no sería el Dios que es hombre, ni el hombre que es
Dios. [16]

Si Dios hubiera experimentado cualquier cambio en su Ser cuando se hizo hombre, habría dejado de ser quien es, y por lo tanto el hombre que Él se hizo, ya no sería Dios, sino un hombre que alguna vez fue Dios. Jesús simplemente sería la forma transmutada de Aquel que solía ser Dios, pero que ahora
sería alguien/algo diferente.

Si se entiende la encarnación de Dios, diciendo que Dios dejó de ser Dios para transformarse en un hombre, entonces se están destruyendo las bases sobre las que se demanda que Jesús es Dios. Esto nos conduciría a pensar en la acción de hacerse, como una unión composicional de dos naturalezas en una nueva naturaleza o en un nuevo ser.

Una unión composicional siempre requiere un cambio de las naturalezas divina y humana en una nueva naturaleza/ser, ya sea por la mezcla, la disminución o la destrucción de las  naturalezas humana y/o divina, y por lo tanto debe ser rechazada.

Para que Dios sea hombre, y para que Cristo sea el hombre que es Dios, es necesario que Dios sea inmutable. La inmutabilidad de Dios es la que garantiza que Cristo es el Dios que es hombre, y el hombre que es Dios.

Sin embargo, a menudo se asume que la inmutabilidad de Dios le impediría convertirse en hombre de algún modo ontológico. Se argumenta que una acción ontológica de hacerse, implica cambio, y que ese cambio no es posible si Dios es inmutable, por lo tanto la acción de hacerse, no puede ser ontológica.

Por mucho que Nestorio viera la necesidad de una unión ontológica de las naturalezas para establecer la deidad ontológica de Cristo, él no podía concebir tal cosa sin destruir la inmutabilidad de Dios o la humanidad de Cristo, y por lo tanto se conformó con una unión funcional de las naturalezas/voluntades (una morada de Dios en el hombre).

Otros, como los eutiques y los kenoticistas, entendieron que la unión debe ser ontológica, por lo que estuvieron dispuestos a sacrificar la inmutabilidad de Dios y la plenitud de la humanidad de Cristo para
alcanzar esto. [17] Y otros, como Apolinar, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno, y los monofisitas,
deseando preservar una unión ontológica y la inmutabilidad de Dios, estuvieron dispuestos a sacrificar la integridad y/o autenticidad de la humanidad de Cristo.

El primero sacrificó la unión ontológica para preservar la inmutabilidad de Dios y la humanidad completa y auténtica de Cristo; los segundos sacrificaron la inmutabilidad de Dios y la humanidad completa de Cristo para preservar una  unión ontológica; los terceros sacrificaron la humanidad completa y genuina de Cristo para conservar la inmutabilidad de Dios y la una unión ontológica.

Todos los tres, sintieron la necesidad de sacrificar una o dos de las tres máximas cristológicas, porque entendieron incorrectamente la encarnación, como una  unión composicional de dos naturalezas en una sola, en lugar de una unión personal de la naturaleza humana por el ser eterno de Dios.

Ellos creyeron equivocadamente que una acción ontológica de hacerse, requiere de una unión composicional, pero esto no es necesario. La inmutabilidad de Dios no le impidió convertirse en hombre de una manera ontológica. Por el contrario, esto garantiza que el hombre que Él se hizo es totalmente Dios, y garantiza que la humanidad que Él asumió conserva su integridad.

Ahora que hemos establecido las formas en las que no debemos entender el devenir de la encarnación, ¿cómo deberíamos entenderlo? Parece mejor comprender la encarnación de Dios como un acto personal y existencial, en el que Dios trajo la naturaleza humana en la unión con su Persona divina, de modo que Él mismo podría existir personalmente como hombre  experimentando la existencia humana a través de las capacidades de la naturaleza humana que Él asumió al mismo tiempo que nunca dejó de ser Dios.

La acción de hacerse en la encarnación, no es una unión funcional de dos naturalezas independientes, ni una unión composicional de dos naturalezas en un nuevo ser, sino la tesis de Dios asumiendo la existencia humana. Él sigue existiendo y funcionando como Dios, pero también vino a existir y a funcionar como un hombre con una conciencia humana real y con una psiquis humana.

Este devenir personal y existencial, no amenaza la inmutabilidad de Dios o la integridad de la humanidad de Cristo, pero realmente proporciona una base ontológica para que Dios sea hombre y para que Jesús sea Dios. Esto será explorado con más detalle en la siguiente sección.

En resumen, la acción de hacerse en la encarnación, no era Dios viniendo a estar en un hombre o Dios transformándose en hombre, sino Dios que vino a existir como hombre a través del acto personal de la
incorporación de la naturaleza humana en su persona.

Sólo mediante la comprensión del hacerse encarnacional, como un hacerse personal y existencial en el que Dios asume un modo humano de existencia, podemos mantener las tres máximas cristológicas, una distinción real entre el Padre y el Hijo, y evitamos el fraccionamiento de la unidad de la persona de Cristo. Es a una exploración de esta distinción existencial, a la que ahora dirigimos nuestra atención.

Una distinción existencial entre el Padre y el Hijo

Debido a que los creyentes en la Unicidad reconocen que la deidad de Jesús es la del Padre, esto podría tentarles a concluir que no existe una verdadera distinción entre el Padre y el Hijo. Sin embargo, tal
conclusión sería inexacta a la luz de la unión hipostática.

Mientras que la deidad del Padre y la deidad del Hijo es la de la misma persona, el Hijo es distinto del Padre en su modo de existencia. «El Padre» se refiere al modo divino de existencia, mientras que «el Hijo» se refiere al modo de existencia de Dios encarnado; «el Padre» se refiere a Dios como deidad solamente, mientras que «el Hijo» se refiere a Dios como deidad y humanidad unidas en una existencia teándrica [18].

La unión de las naturalezas divina y humana en Cristo, condujo a Dios a un modo de existencia distinta de su existencia continua y normal más allá de la encarnación como el Espíritu ilimitado trascendente. [19] Hay pues, una distinción entre quién es Dios, y el modo en el que existe. [20]

La distinción no es una distinción eterna dentro de la esencia de Dios, sino una distinción temporal que comenzó en la encarnación, debido a la recién adquirida existencia humana de Dios; la distinción no es entre la deidad de Cristo y la deidad del Padre (trinitarismo), o entre las naturalezas divina y humana de Jesús (nestorianismo), sino entre los modos divino y humano de la existencia de Dios.

Modo dual de la Existencia de Dios

Mientras que YHWH es la única persona que hay en la deidad, esta persona ha llegado a existir en dos modos distintos simultáneamente: en la encarnación como hombre, y en su existencia continuada más allá de la encarnación como Dios. [21]

Jesús es la misma persona divina que el Padre, pero en un nuevo modo de existencia y auto-revelación (como hombre). Como el Padre, YHWH experimenta su existencia en la forma divina; como el Hijo, YHWH
experimenta su existencia en la forma humana.

Mientras que el Hijo es modalmente distinto del Padre, Él no es personalmente distinto del Padre. Jesús es la existencia personal de Dios como hombre, mientras que el Padre es el modo continuado de la existencia de sí mismo como Dios más allá de la encarnación. [22]

Después de la encarnación, entonces conocemos a Dios de dos modos distintos: más allá de la encarnación como el Padre, y en la encarnación como el Hijo. Entonces la distinción de Padre-Hijo, es una distinción entre los dos modos de la existencia personal de un solo Dios. [23] Esto se puede ilustrar de la siguiente manera: (Para ver mejor el contenido de la gráfica, de clic sobre esta para ampliarla).

Esto está en contraste con una concepción nestoriana (opción tres) de Cristo,  en la que la distinción Padre-Hijo es interna a Cristo entre sus dos naturalezas. El punto de vista nestoriano, puede ilustrarse de
la siguiente manera:

La distinción interna de las naturalezas

Localizar la distinción Padre e Hijo, como una distinción interna a Cristo entre sus dos naturalezas, en última instancia separa a la persona de Cristo. Sólo una distinción existencial externa a Cristo entre los dos modos de la existencia de Dios, puede dar cuenta de la autenticidad de la distinción Padre-Hijo, y evitar un punto de vista trinitario o nestoriano.

Dios existiendo como hombre

El modo humano de la existencia de Dios, no debe ser concebido simplemente como Dios viviendo y actuando a través de un cuerpo humano. Dios no ha venido sólo para estar en un hombre, sino que llegó a ser hombre. [24]Dios ha utilizado los atributos de la naturaleza humana para existir personalmente como hombre.

Cuando Dios asumió una existencia humana, Dios asumió todo lo que pertenece a la existencia humana incluyendo el conocimiento, la psique y la voluntad humanas, etc. Entonces en su existencia encarnada, Dios llegó a ser consciente de sí mismo como hombre, y a conocer y actuar [25] como hombre. [26] Él ha experimentado verdaderamente la existencia humana como cualquier otro hombre, no sólo en su naturaleza humana, sino a través de su modo humano de existencia/conciencia.

Una naturaleza no es un quien, sino un qué (un conjunto de capacidades únicas para una especie particular). Las naturalezas están desprovistas de personalidad. Para crear una instancia en la realidad,
la naturaleza humana generalmente deriva su personalidad de las personas humanas. Sin embargo, en el caso de Cristo, la naturaleza humana deriva su personalidad a partir de Dios mismo (llamado enhypostasis), no de un ser humano independiente.

Dios no asumió a un sirviente, sino la naturaleza de un siervo; Él no asumió a un hombre, sino la naturaleza del hombre (Filipenses 2:7-8). Dios ha personalizado la naturaleza humana que Él asumió, de un modo en el que él pueda ser una persona humana. «Cristo no es una persona llena del Espíritu como podemos llegar a serlo nosotros, que incluso somos capaces de vivir como un ser humano sin tener el Espíritu». [27]

La humanidad de Jesús encuentra su subsistencia en la persona divina, y no tiene existencia independiente de Él. [28] Dios se hizo hombre al personalizar la naturaleza humana de Cristo, de modo que Él pudiera existir personalmente como hombre.

Así como nosotros somos el sujeto personal de todas nuestras experiencias, del mismo modo Dios es
el sujeto personal de todas las experiencias de Cristo. Así que cualquier cosa que se pueda decir de la naturaleza humana de Cristo, se puede decir de Dios mismo.

La existencia humana es finita en naturaleza. Entonces si Dios se hizo hombre, estaba supeditada su aceptación voluntaria de las limitaciones humanas (Filipenses 2:5-11): limitaciones espaciales, limitaciones
epistemológicas, etc. Él simplemente no podía desechar aquellas limitaciones a la hora que fuese conveniente para Él, porque son inherentes a la existencia que asumió.

Deshacerse de aquellas limitaciones, requeriría despojarse de su existencia humana. Al ver que la encarnación es permanente, se deduce que en Cristo, Dios está siempre consciente de sí mismo como hombre, y funciona siempre como un ser humano verdadero. Sólo en su existencia cósmica trascendente a la encarnación, YHWH es consciente de sí mismo como Dios, y experimenta las funciones divinas.

Lo importante a remarcar, es que la dualidad del conocimiento/función de YHWH, no es interna a Cristo entre sus dos naturalezas, sino que es externa a Cristo, entre los dos modos de existencia de YHWH. Como el Padre, YHWH es consciente de sí mismo como Dios, y funciona como Dios a través de los atributos de la naturaleza divina. Como el Hijo, YHWH es consciente de sí mismo como hombre, y funciona como hombre a través de los atributos de la naturaleza humana.

Así que Jesús como Jesús, no experimenta tanto la omnipresencia como la presencia limitada. Sólo
como el Hijo, YHWH experimenta una presencia limitada y un conocimiento limitado. Y sin embargo, dado que la misma persona divina trasciende la encarnación como el Dios ilimitado, en ese modo de existencia continúa experimentando la omnipresencia y la omnisciencia.

Cuando Dios asumió la naturaleza humana, asumió todo lo que pertenece a una existencia humana, incluyendo el funcionamiento mental humano, como la conciencia, la psique, la voluntad, la mente, etc. [29] La mente de Cristo es la mente divina, pero voluntariamente restringida por las limitaciones inherentes a la naturaleza humana, de modo que es funcionalmente equivalente a la mente de una persona humana.

Esto no es ningún caso de amnesia divina, sino más bien un acto de autolimitación divina y una acomodación a la existencia humana. Como Garrett DeWeese, escribe:

“Él voluntariamente limitó a la mente divina, restringiéndola a operar a través de una naturaleza humana y un cuerpo humano, siendo justamente una mente humana… La «mente humana» de Cristo, se refiere
al modo de funcionamiento de la mente del Logos, que opera dentro de las restricciones de voluntariamente limitadas por) la naturaleza humana de Jesús y de los órganos del cuerpo humano. Al mismo tiempo, la mente del Logos, funcionando maravillosa y perfectamente de acuerdo a la naturaleza divina, nunca duerme, nunca deja de ser omnisciente. Este abrojo en lugar de constituir dos mentes, debe llevarnos a entender la mente humana como una especie de subconjunto limitado de la mente divina”.
[30]

En Cristo, YHWH tomó consciencia de sí mismo como hombre y funcionó como hombre, no sólo en su naturaleza humana, sino a través de su modo humano de existencia. Pero Él continuó siendo consciente de sí mismo como Dios, y funcionando como Dios en su modo de existencia cósmica trascendente a la encarnación. [31] Si bien personalmente es Él mismo, el Padre y el Hijo son existencial, metafísica, sicológica, volitiva y funcionalmente distintos.

En Marcos 5:30, es evidente que hay una distinción verdadera desde el punto de vista psicológico, volitivo y funcional entre el Padre y el Hijo. Aquí leemos de una mujer enferma de flujo de sangre, que recibió
sanidad cuando tocó la ropa de Jesús.

Jesús respondió con una pregunta: «¿Quién me ha tocado?» No estaba fingiendo ignorancia. Él verdaderamente era inconsciente de la identidad de la mujer. Él sabía que alguien había sido sanado sólo porque sintió el flujo de energía que salió de Él.

Sabemos que los acontecimientos sobrenaturales no son espontáneos, pues se producen sólo cuando Dios quiere  que sucedan. Pero parece claro que Jesús no ejerció ningún poder voluntario para sanar a la mujer, ya que si lo hubiese hecho, habría sabido quién era el que la quiso sanar, pero no lo supo.

La experiencia de Jesús era pasiva, no activa. ¿Pero quién la sanó? Ya que no fue un acto de la voluntad de Jesús el que trajo como resultado la sanidad de la mujer, debe haber sido un acto de la voluntad del Padre.

Esto es muy significativo, ya que demuestra una genuina diferencia psicológica, volitiva y funcional entre el Padre y el Hijo. El Padre estaba haciendo una cosa (actuando para sanar), mientras que el Hijo estaba haciendo otra – siendo totalmente inconsciente de lo que su Padre estaba haciendo.

Una comprensión internalista para la distinción Padre-Hijo, no tiene en cuenta esto. ¿Después de todo, cómo podría Jesús ser inconsciente de lo que el Padre había hecho, si la actividad del Padre fuera interna a Jesús? Tiene más sentido entender «el Padre», como una referencia a la existencia continua de Dios
trascendente a Cristo, y su lugar de actividad externa a Cristo.

No Asimilable al Trinitarismo

Entender la distinción Padre-Hijo, como una distinción existencial entre los dos modos de existencia del Dios unipersonal, no es algo afín al trinitarismo. A diferencia de la teología trinitaria, que plantea tres
personas en la Divinidad respectivamente, nosotros reconocemos a una sola persona divina, pero vemos que esa única persona vino a existir en dos modos distintos después de la encarnación.

La encarnación no creó a una segunda persona divina, sino que simplemente trajo un nuevo modo de
existencia para esa única persona. Lo que se distingue es la forma en la cual la única persona divina ha llegado a existir/funcionar, pero no la persona misma. Cuando Dios se hizo hombre en la encarnación, Él comenzó a existir como hombre además de seguir existiendo como Dios. Jesús es el mismo Dios personal, YHWH, pero existente en un nuevo modo (como hombre).

En principio, esto no parece diferente a la enseñanza de la trinidad en la cual la segunda persona de la trinidad llegó a existir como hombre, y sin embargo sigue existiendo como el Hijo ilimitado más allá de la
encarnación, sin llegar a hacerse dos personas.

Donde se diferencian las teologías de la Unicidad y la Trinidad, no está en la confesión de una
existencia dual para una sola persona divina, sino en la identidad de esa persona. La teología trinitaria entiende que esa persona es la segunda persona de un Dios tri-personal, mientras que la teología de la
Unicidad
entiende que esa persona es YHWH, el propio Dios uni-personal. Sin embargo, en ambas teologías una sola persona asume un modo doble de existencia, a la vez que queda como una sola persona.

La comprensión de las similitudes entre estas dos teologías, tiene un gran valor apologético. Cualquier trinitario que catalogue la comprensión de la Unicidad –donde una sola persona asume una doble
existencia– como algo sin sentido, debe reconocer que este cargo sería igualmente aplicable al trinitarismo, y cualquier acusación de que la teología Unicitaria introduce sutilmente a otra persona en la Divinidad, no es más fundamento que la idea de que la teología trinitaria introduce sutilmente a una cuarta persona en la Deidad.

El siguiente diagrama sirve para demostrar cómo la comprensión de la Unicidad, en la cual la única persona divina tiene una existencia dual, es de algún modo similar a la comprensión trinitaria donde la (segunda persona de la trinidad, o la) única persona del Hijo tiene una doble existencia; y también cómo tal distinción no hace a Dios multi-personal en la teología de la Unicidad: (Para ver mejor el contenido de la gráfica, de clic sobre esta para ampliarla).

Una analogía

El modo dual de la existencia de Dios, puede ser comparado con un globo y el aire. El aire es invisible, y sin embargo está presente en todas las partes de nuestra atmósfera. Por otro lado, un globo es visible y tiene una localización espacial definida y limitada.

El aire no tiene forma o apariencia, pero cuando éste llena un globo, toma una localización espacial finita y limitada, y se hace visible para nosotros, no directamente, sino a través del globo. Sin el globo, nosotros no seríamos capaces de ver el aire, y sin el aire el globo no sería capaz de cumplir su telos (propósito).

Del mismo modo, Dios es invisible y omnipresente. Él no puede ser visto directamente (Juan 1:18; 1 Timoteo 1:17, 6:16, Hebreos 11:27, 1. Juan 4:12). Sin embargo, Jesús es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15, Hebreos 1:3). Jesús dijo: «El que me ha visto ha visto al Padre» (Juan 14:9; ver también Juan 12:45). Aparte de Cristo, nosotros nunca podremos ver a Dios. Sin embargo en Cristo lo vemos, no directamente, sino indirectamente a través de la existencia humana que Él asumió.

El aire de un globo no se limita sólo al globo. Como una sustancia, el aire también sigue existiendo más allá del globo. Del mismo modo, el Espíritu de Dios en Cristo, sigue existiendo más allá de Cristo como el
Espíritu omnipresente. [32] Dios no dejó de habitar en el cielo cuando se hizo hombre.

Por así decirle, Él existe tanto en el globo como más allá del globo. Y al igual que el aire en el globo es la misma sustancia que el aire que sigue existiendo más allá del globo, del mismo modo el Espíritu de Cristo es el mismo Espíritu que sigue existiendo más allá de Cristo. No es una persona divina diferente, sino la misma persona en un modo diferente de existencia.

Aunque nosotros reconozcamos que el aire de un globo es la misma sustancia que el aire que existe más allá del globo, no llamaríamos «aire» al globo, ni tampoco nos referimos como «globo» al aire que
existe más allá del globo, porque reconocemos que en cada caso, el aire existe de una manera diferente.

El objeto material (globo) lleno de aire, es distinto del aire mismo, aunque el mismo aire llena tanto al
globo como a la atmósfera. De la misma manera nosotros no debemos llamar al Padre «el Hijo», ni al Hijo «el Padre», porque al hacerlo se confunde el modo personal de la existencia de Dios como Dios, y el modo personal de la existencia de Dios como hombre.

¿Cambió Dios en la Encarnación?

Si Dios viene a existir de una nueva manera en la encarnación, ¿esto significa que Dios ha cambiado? [33]
No, Dios no ha cambiado en el sentido de que haya dejado de ser lo que Él siempre ha sido, pues Dios mantuvo lo que Él es. Sin embargo, Dios ha cambiado en el sentido de que Él asumió un modo de existencia que no había asumido antes, y experimentó algo que nunca antes había experimentado -ser humano- [34]

Si bien, la Escritura afirma que Dios no cambia (Malaquías 3:6), esto se refiere a su carácter y fidelidad, no a su capacidad de experimentar algo nuevo. Mientras que la esencia y el carácter de Dios es inmutable,
la experiencia de Dios puede y ha cambiado a lo largo de la historia, sobre todo en la encarnación.

De hecho, es la inmutabilidad de Dios la que garantiza que en la encarnación Cristo es el verdadero Dios que es hombre. Si Dios no fuera inmutable, podría haber sufrido un cambio en la encarnación, y por lo tanto habría dejado de ser Dios en este proceso.

Dios no renunció a nada de lo que es cuando llegó a encarnarse, sino que añadió algo a su persona que Él nunca había tenido antes la humanidad y por lo tanto llegó a experimentar algo que nunca había experimentado anteriormente: la existencia humana (Filipenses 2:7, Hebreos 2:14, 2:16, Colosenses 2:9).

Dios continuó siendo lo que es, pero asumió lo que no era. Como Orígenes lo escribió: «Él… llegó a ser hombre, y aunque es Dios se encarnó, y al mismo tiempo que se hizo hombre, continuó siendo
el Dios que era». [35]

¿Cómo Puede una Distinción Existencial entre el Padre y el Hijo, Distinguirse de una Distinción Trinitaria de Personas?

Uno podría preguntarse en donde el modelo de la Unicidad presentado en este trabajo, difiere del modelo trinitario. Este se diferencia de las siguientes maneras:

1. El trinitarismo sostiene que hay tres personas eternamente distintas dentro de una esencia divina. Sin embargo, la teología de la Unicidad no admite distinciones personales dentro de Dios.

2. Mientras que la teología trinitaria dice que la distinción Padre-Hijo es una distinción entre dos personas divinas; en la teología de la Unicidad la distinción Padre-Hijo se da entre los modos de existencia divino y humano de la única persona divina.

3. Mientras que en la teología trinitaria la distinción Padre-Hijo es eterna en su duración, en la teología unicitaria la distinción Padre-Hijo se originó en la encarnación. Mientras que la distinción trinitaria es eterna y no está relacionada con la encarnación, en la teología unicitaria la distinción es temporal y exclusivamente ligada a la encarnación.

A la luz de estas diferencias, podemos afirmar que el hecho de confesar una distinción existencial entre el Padre y el Hijo, no es una confesión cuasi-trinitaria de una división interna de personas dentro de la
naturaleza de Dios. Más bien, es un reconocimiento de que cuando Dios tomó para sí una existencia humana, tomó sobre sí un segundo modo distinto de existencia.

Si bien hay que rechazar una distinción eterna y personal dentro de la esencia misma de Dios, no podemos rechazar una distinción temporal y existencial entre el Padre y el Hijo, originada por la encarnación.

Conclusión

Debemos aprender de los errores tanto del modalismo como del trinitarismo, con el fin de que no acentuemos tanto los pasajes de la Unicidad, de tal manera que ignoremos o redefinamos los pasajes de la distinción Padre-Hijo; o que acentuemos tanto los pasajes de la distinción, que ignoremos o redefinamos los pasajes de la Unicidad.

Tampoco vamos a continuar con el error cometido por los modalistas, que vieron el reconocimiento de la verdadera distinción Padre-Hijo como si fuera un ataque contra la Unicidad de Dios. Debemos confesar la verdadera distinción a la luz de los datos bíblicos, pero debemos procurar entender donde reside tal distinción.

Nosotros no debemos entender la diferencia Padre-Hijo, como estando ubicada entre las naturalezas divina y humana de Cristo, ya que tal posición destruye la unidad de su persona (nestorianismo), y socava los fundamentos mismos sobre los cuales nuestra redención fue llevada a cabo, a la vez que socava la deidad esencial y completa de Jesús, llegando a la incongruencia con la teología de la Unicidad.

La mejor manera de confesar la naturaleza unipersonal de Dios, la verdadera distinción entre el Padre y el Hijo, la deidad de Cristo, la unidad de la persona de Cristo y la realidad de nuestra redención, es entendiendo la distinción entre el Padre y el Hijo como externa, como la distinción entre la existencia encarnada del único Dios como hombre, y la existencia continuada de Dios más allá de la encarnación, tal como existe en sí mismo.

Sólo una distinción encarnacional, metafísica y existencial entre el Padre y el Hijo, es congruente con los principios básicos de la teología de la Unicidad. Esta explica adecuadamente la razón de la distinción Padre-Hijo, y mantiene la verdad de la naturaleza unipersonal de Dios.

Apéndice I

Hijo

Cuando se trata de entender las denominaciones «el Padre» y «el Hijo», hay sólo un número limitado de opciones desde la perspectiva de la Unicidad. Podríamos decir que «el Hijo» se refiere exclusivamente a la
naturaleza humana de Jesús, mientras que «el Padre» se refiere exclusivamente a la naturaleza divina de Jesús, pero tal explicación asume una definición no-bíblica de «el Hijo», y amenaza con destruir la
unidad de su persona.

Aunque la denominación: «el Hijo», tiene sin duda su origen en la encarnación y en la participación de Dios de la naturaleza humana, no puede ser «asignada» a cualquiera de las naturalezas de Jesús. «El Hijo» se refiere a toda la persona de Jesús, tanto en la divinidad como en la humanidad, unidas en una sola
existencia.

Considere por ejemplo Hebreos 1:8-9. El autor conecta «Hijo» con «Dios», diciendo: «Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios…». Si el Hijo se refiriera sólo a la naturaleza humana de Cristo, tal declaración no tendría sentido. Es evidente que el autor de Hebreos atribuye la divinidad al Hijo.

Otro ejemplo se encuentra en Mateo 16:16-17, donde se nos dice que a Pedro le fue revelado que Jesús es el Hijo de Dios. Si «el Hijo de Dios» se refiere sólo a la humanidad de Jesús, ninguna revelación del Padre hubiera sido necesaria.

Cualquiera podría haber visto que Jesús era un ser humano con sólo mirarlo. Incluso los judíos incrédulos comprendieron que era un ser humano genuino. Lo que judíos no podían creer, y que fue lo que Pedro entendió por la revelación de Dios, es que Jesús es divino, siendo Dios y hombre al mismo tiempo.

Mientras que «el Hijo» se refiere a mucho más que a la naturaleza humana de Jesús, no es adecuado aplicar este término a Dios aparte de la encarnación de Cristo. «El Hijo» es un término relacional que surge únicamente a consecuencia de la encarnación, haciendo hincapié en la humanidad que surge en la encarnación, pero al mismo tiempo sin excluir a la naturaleza divina.

«El Hijo» no se refiere exclusivamente al Espíritu incorpóreo sin hacer referencia a la humanidad de Cristo. Los creyentes en la Unicidad, están en contra del término «Dios Hijo», porque este equipara el término «Hijo» exclusivamente con la divinidad, ante lo cual no hay ningún apoyo bíblico. «el Hijo», enfatiza la
humanidad que Dios asumió en la encarnación, pero no excluye la deidad de Jesús a partir de esta referencia. Sólo la persona entera de Cristo, tanto en la divinidad como en la humanidad, puede ser llamada razonablemente el Hijo.

Apéndice II

El Uso Bíblico de «Padre» e «Hijo»

Debido a que los pentecostales unicitarios entienden que la persona del Padre es idéntica a la persona del Hijo, a menudo son tentados a utilizar » el Padre» y «el Hijo» de manera intercambiable. Sin embargo, a la luz de la distinción modal que estas denominaciones representan, creo que es necesario superar esta tentación.

Si bien es cierto que el Padre y el Hijo son la misma persona, «el Padre» y «el Hijo» se usan en las Escrituras para distinguir el modo divino de la existencia de Dios (el Padre), de su modo humano de
existencia (el Hijo).

«El Padre» habla del modo cósmico de la existencia de Dios, mientras que «el Hijo» habla de la existencia del mismo Dios como hombre. Usar las dos denominaciones indistintamente, sobre la base de que sabemos que el Padre y el Hijo son la misma persona, no solo es una falta de respeto a la revelación de Dios, sino que también tiende a confundir la distinción entre los modos cósmico y humano de la
existencia de Dios.

La deidad del Hijo se conoce como «YHWH» desde antes de la encarnación, pero «el Hijo» sólo vino a la existencia después de la encarnación, y el título se usa con el fin de distinguir la nueva existencia de Dios como un ser humano, de la existencia continuada de Dios como Dios.

«El Padre» y «el Hijo», son términos relacionales que surgen en la encarnación para describir la relación temporal entre los modos cósmico y humano de la existencia de Dios.

Notas al Pie

[1] Es decir las cualidades y atributos que hacen que una cosa sea lo que es.

[2] Mis comentarios sobre el modalismo son de amplio alcance, y están destinados a representar en su amplitud la teología de los modalistas, en lugar de la teología particular de cualquier modalista, tales como Praxeas, Noeto o Sabelio. Me he dado cuenta que cada uno de estos teólogos hizo su contribución única a la teología modalista, pero estoy tratando de poner de manifiesto el enfoque común y los supuestos subyacentes a todos.

También hay que señalar que es difícil determinar la teología exacta de los modalistas, porque sus escritos/creencias sólo han sobrevivido dentro de los escritos de sus adversarios teológicos. No podemos estar seguros de la exactitud con la que los llamados padres de la iglesia, como Hipólito y Tertuliano, entendieron y/o transmitieron la perspectiva teológica de los modalistas.

[3] Y/o también al afirmar que «el Hijo» se refiere únicamente a la humanidad de Jesús, mientras que «el
Padre» se refiere a la deidad de Jesús. Este uso de los términos bíblicos es incorrecto. Véanse los Apéndices I y II para una discusión más completa sobre el uso correcto de «el Hijo» y «el Padre».

[4] Aquí yo uso «trinitarios» en términos generales, en habida cuenta de que la doctrina de la trinidad
todavía no se había desarrollado plenamente cuando los llamados padres de la Iglesia, como Tertuliano e Hipólito, hicieron su evaluación del monarquianismo modalista.

[5] Mientras que encuentro un error en las teologías trinitaria y modalista, estas no son iguales en su error. Estoy persuadido de que los modalistas estaban más cerca de la verdad bíblica que los trinitarios. Sin embargo al decir que estaban «más cerca», estoy reconociendo que ellos tenían un margen para mejorar, y por lo tanto no están por encima de la crítica. Personalmente, encuentro gran afinidad con el monarquianismo modalista, pero he deseado señalar sus defectos, de modo que nosotros podamos evitarlos en el desarrollo de nuestra propia cristología y teología apropiadas.

[6] Como se indicó anteriormente, también se recurrió a un punto de vista como-nestoriano de Cristo, en el que «el Hijo» fue entendido para referirse solamente a la naturaleza humana de Jesús, mientras que «el Padre» se refiere sólo a la naturaleza divina de Jesús.

[7] Cuando hemos hecho una distinción referencial entre el Padre y el Hijo, típicamente hemos seguido la
explicación modalista en la que se dice que «el Hijo» se refiere a la naturaleza humana de Jesús, mientras que «el Padre» se refiere a su naturaleza divina. Véase el Apéndice I, para el uso adecuado del Hijo.

[8] La elaboración teológica, es a menudo de naturaleza reaccionaria. Cuando un grupo ve un error en la
teología de otro grupo, a menudo lo compensan poniendo un exceso de énfasis en un concepto verdaderamente bíblico, a tal punto que su propia teología puede desequilibrarse y ya no ser bíblica.

Temo que los partidarios de la Unicidad han reaccionado contra la teología trinitaria, de tal  manera que han causado un desequilibrio a su propia formulación teológica, lo que ha permitido al trinitarismo dar forma a nuestra comprensión de Dios, en lugar de las Escrituras.

Los adherentes a la Unicidad, se dan cuenta de que el Padre y el Hijo no son dos personas distintas en la Divinidad, pero reaccionan de forma exagerada al poner demasiado énfasis en su unidad, debido a su propia reacción contra el punto de vista contrario. Este es un ejemplo de cómo a menudo la teología de la Unicidad ha reaccionado contra la Trinidad y sus adherentes, y esto ha hecho que los creyentes de la Unicidad hayamos permitido al trinitarismo dar forma a nuestra comprensión de Dios, en lugar de las Escrituras. Con demasiada frecuencia se sobre-enfatizamos una enseñanza bíblica para distanciarnos de una enseñanza trinitaria, o sub-enfatizamos una enseñanza bíblica por temor a ser asociados con el
trinitarismo.

Ambas cosas nos llevan a postular una teología reaccionaria, en lugar de una teología bíblica. Esto no quiere decir que la teología se puede hacer en el vacío, o que no se debe hacer hincapié en ciertas enseñanzas bíblicas en reacción contra los errores que se arrastran en la iglesia, sino que quiere decir que no debemos dejar que esos errores nos llevan a distorsionar o a hacer caso omiso de las facetas de la enseñanza bíblica, por temor a «sonar trinitarios.»

[9] Esto se evidencia por el uso tradicional de «el Hijo» para referirse estrictamente a la naturaleza humana de Jesús, y no a la persona de Jesús en su totalidad – tanto a la divinidad y a la humanidad unidas en una sola existencia. Véase el Apéndice I para más información sobre el por qué debemos rechazar la doctrina de que «el Hijo» se aplica únicamente a la naturaleza humana de Jesús.

[10] Anselmo de Canterbury, Cur Deus Homo [¿Por qué Dios se Hizo Hombre?] 2.6.

[11] Sí, es cierto que Cristo tiene tanto la naturaleza divina y la humana, pero su naturaleza humana no es
una persona humana distinta. Sólo hay una persona en Cristo la cual es Dios, ya que sólo una persona incorporó una naturaleza/existencia humana en su persona divina. Dios vino a existir como hombre por asumir la naturaleza humana en su persona divina, no por unirse a una persona humana ontológicamente separada y con otra existencia personal individual.

[12] La ontología es una rama de la filosofía que estudia la realidad última. Entonces hablar de una unión
«ontológica», es hablar de una verdadera unión de las sustancias, a diferencia del mero aspecto de una unión.

[13] Lo que significa «la apariencia de la realidad de acuerdo a la percepción humana».

[14] La Escritura dice que Dios mora en Cristo y que el Padre está en Cristo (Juan 10:38; 14:10-11; 17:21, 2.
Corintios 5:19, 1. Timoteo 3:16), por lo que en ninguna manera yo estoy condenando el uso de tal lenguaje. Simplemente me limito a ofrecer un correctivo contra una compresión ilegítima de estas declaraciones bíblicas.

Cuando la Escritura habla de que Dios está en Cristo, esto no sugiere que Dios sólo ocupa el «espacio» dentro del hombre Jesús. Otros pasajes indican que la presencia de Dios en Cristo, va más allá de una simple morada. Por ejemplo, Juan dice que «La Palabra se hizo carne» (Juan 1:1, 1:14). Mientras que «en» podría ser interpretado como una unión moral/funcional, «hacerse» implica algo mucho más grande, es decir una unión ontológica.

Debemos entender la primera a la luz de esta última. Cuando la Escritura habla del Padre habitando «en Cristo», no está  tratando de explicar la realidad metafísica de la persona de Cristo, sino más bien la realidad funcional de la encarnación. Esta es una manera sencilla de expresar la verdad de que Dios trabaja en y por Cristo, porque la humanidad de Cristo es la humanidad de Dios, en virtud de la acción encarnacional de hacerse y de la unión hipostática. Jesús es la existencia de Dios como un ser humano.

Se debe prestar especial atención a Juan 1:14, ya que algunos ponen el énfasis en «habitar» en lugar de en «hacerse», sosteniendo que «habitar» describe la manera en que Dios se hizo carne. Se ha dicho que la
encarnación es Dios que mora en, o tabernaculiza en un hombre. Creo que esta interpretación confunde. Gramaticalmente la Palabra hizo dos cosas: «se hizo» y «habitó», en ese orden. Una vez que la Palabra se hizo carne, entonces vivió entre nosotros como hombre. «Habitó», no describe cómo la Palabra se hizo carne, sino más bien lo que la Palabra hizo después de que se hizo carne, es decir, que vivió entre los hombres.

[15] Thomas G. Weinandy, ¿Dios cambia?: El Hacerse de la Palabra en la encarnación, Estudios de Teología
Histórica, vol. IV (Still River, MA: Publicaciones de San Bede, 1985), 82.

[16] Ibídem, 186-187.

[17] No todos los kenoticistas se ubicarían en este campo. Por ejemplo, Thomasius y Charles Gore, niegan
la inmutabilidad, pero confiesan una humanidad relativamente completa y genuina. Ellos declararon que Dios se despojó de sus atributos relativos (los omni-), pero no de sus atributos esenciales (el amor, la justicia, la santidad, etc.).

Otros como Weston, no negaron la inmutabilidad de Dios, pero en realidad parecieron negar la autenticidad de la humanidad de Cristo, al afirmar que Dios simplemente ejerció el autocontrol de sus
atributos divinos al nivel que la humanidad tenía la capacidad de mediar. En esta línea de razonamiento, la conciencia de Jesús es esencialmente una conciencia divina truncada, adaptada a un nivel humano, no una conciencia humana. Al negar a Jesús una sicología humana auténtica, se mitiga su humanidad verdadera.

También es difícil clasificar al kenoticismo en un solo campo, porque algunos kenoticistas parecen negar la deidad completa de Cristo y confiesan su humanidad completa antes de su glorificación, pero luego
afirman su deidad completa y niegan su completa humanidad después de su glorificación, al ver una restauración completa de su deidad y una deificación de la humanidad en su glorificación. Así que si es antes o después de la glorificación de Cristo, los kenoticistas tienden a negar la inmutabilidad de Dios y la humanidad verdadera en un momento u otro.

[18] Viene del griego theos (Dios) y anthropos (hombre).

[19] La unión de las naturalezas divina y humana de Cristo, no debe concebirse como una mezcla o combinación de deidad y humanidad en un ser compuesto que no es plenamente Dios ni plenamente hombre (a tertium quid, o una «tercera cosa»). En el hacerse encarnacional (Juan 1:14), Dios asumió
una nueva forma de existencia, siendo todavía plenamente Dios, pero también plenamente hombre durante este proceso. Si la deidad y la humanidad hubieran formado una nueva sustancia en la unión, no se podría decir que Cristo es el Dios que es verdaderamente hombre, o que Cristo es el verdadero hombre que Dios se hizo.

[20] Algunos pueden malinterpretar la terminología «modo de existencia,» en el pensamiento de que ello implica una negación de la autenticidad o integridad de la humanidad de Cristo. Quiero dejar claro que no hay tal cosa siendo implicada por mi uso de esta terminología. Cuando digo: «modo de existencia», la autenticidad de la existencia no está siendo descrita o cuestionada, sino más bien el tipo de existencia.

Si preguntara, ¿Cuál es su modo de viajar?, se entenderá que yo estoy cuestionando la forma en la que se viaja, no la autenticidad del viaje. El viaje es genuino, pero hay diferentes maneras de viajar. Lo mismo se aplica a la existencia. La existencia es real, pero hay diferentes tipos de existencia. Hay un modo humano de existir y un modo divino de existir. Dios existe de un modo divino, mientras que los humanos existen de un modo humano.

Normalmente, las cosas siempre existen como lo que son. Si usted es un pato, entonces existe en un
«modo de pato». Si usted es un hombre, existe de un modo humano. Pero cuando llegamos a la encarnación nos enfrentamos con algo totalmente diferente. Aquí hay algo: Dios, que llega a existir de una manera que está por «fuera de su normalidad», por así decirlo. No podemos mirar al sujeto y asumir automáticamente su modo de existencia, porque nunca antes en la historia tuvimos al sujeto divino existiendo alguna vez como algo más que un ser divino, pero manteniendo el modo divino. Sin
embargo, en la encarnación del sujeto divino, este llegó a existir como hombre sin dejar de existir de acuerdo a su modo «normal» de existencia.

La terminología puede sonar muy extraña, porque la situación es muy extraña. La encarnación es el único ejemplo que conocemos, donde existe una identidad particular de un modo que es diferente a su identidad. ¿Cómo es que Dios puede ser hombre? En el mundo nunca se ha visto una cosa semejante. A lo único que puedo compararlo es con la oruga, pero incluso esta es una analogía imperfecta. Una oruga comienza como una oruga, pero al final se convierte en una mariposa.

La identidad de este insecto es el de una oruga, pero en el transcurso del tiempo viene a existir como una mariposa. ¿La identidad personal cambió cuando cambió la oruga? No. Es la misma cosa, «conclusivamente» la misma sustancia. ¿Qué ha cambiado? Lo que cambió es el modo (la forma) en el que aquella mariposa existe.

En la actualidad existe de un modo diferente al de antes. Se podría decir entonces, que la mariposa es el modo de existencia de la oruga «mariposeada». Y cuando digo que la oruga «existe como una mariposa», tal declaración de ninguna manera implica que la mariposa no es una mariposa real. El sujeto sigue siendo el mismo -la mariposa-, pero el modo en el que la mariposa ha llegado a existir ha cambiado. Ahora, por supuesto, Dios no dejó de existir como Dios para existir como hombre, y ahí es donde la analogía se rompe. La analogía sólo sirve para mostrar cómo un sujeto puede llegar a existir de una
manera nueva, conservando todavía su identidad personal.

[21] Weinandy, 59.

[22] Se podría decir que si Dios existe más allá de la encarnación, la encarnación no existe más allá de
Dios. Es decir, Dios no se transformó en un ser humano (Él conservó sus atributos divinos y su identidad divina), y la humanidad de Cristo tiene su subsistencia en la persona divina.

[23] Debido a que la distinción está ligada a la encarnación, entonces no es eterna, y tampoco está arraigada en la divinidad esencial de Dios como en la teología trinitaria. La divinidad del Hijo y la divinidad del Padre no son dos personas divinas y distintas en la Deidad, pero sí son la misma persona en dos modos distintos de existencia. Entonces hay una diferencia entre Dios, tal como existe en sí mismo, y como Él ha llegado a existir como hombre.

La distinción no es entre Dios y Dios, Dios y un hombre individual, o entre una naturaleza divina y una naturaleza humana, sino entre los dos modos de la existencia personal de Dios. La existencia recién adquirida de Dios como hombre, debe ser distinguida de la existencia normal de Dios como Él es en sí mismo, que no se afectó debido a la adquisición de la naturaleza humana. La adquisición de la naturaleza humana es la causa de la distinción, no el lugar de la distinción (como en el nestorianismo).

[24] Mientras que la adquisición por parte de Dios de una naturaleza humana en la encarnación es la causa de la distinción Padre-Hijo, esta no es la posición de la distinción, ya que se basa en un punto de vista internalista.

[25] Weinandy, 171.

[26] Yo no uso «acto» o «actuar» en el sentido de «fingir», sino en el sentido de llevar a cabo «acciones»
(hablar, sanar, orar, dormir, comer, enseñar, etc.)

[27] La encarnación no debe ser concebida como Dios sabiendo y actuando como Dios, sino como Dios sabiendo y actuando como hombre, en virtud de su adquisición de una existencia/conciencia humana. Decir que Dios como Dios sabe y actúa en Cristo, es negar a Cristo un conocimiento verdaderamente humano, perdiendo así el sentido de muchos pasajes de la Escritura, como los que hablan de Jesús creciendo en sabiduría y teniendo falta de conocimiento.

Sólo si Dios deliberadamente existió como hombre en la encarnación, podríamos encontrar sentido a
tales limitaciones humanas que se aplican a Cristo (al menos sin recurrir al nestorianismo). Afirmar que la conciencia de Jesús es divina y no humana, encaja en la antigua herejía de Apolinar, en donde Cristo
está desprovisto de una sique y personalidad humana.

Si Dios como Dios simplemente actuara a través de un recipiente humano vacío, sin una verdadera mente/conciencia humana, entonces Jesús no sería nada más que una bolsa de carne sin conciencia, animada y controlada por la mente divina, pero no un ser humano genuino. Y si Dios en Cristo fuera consciente como Dios, entonces también deberíamos concluir que las oraciones de Jesús no eran
nada más que Dios orándose a sí mismo, porque el que ora y a quien se ora, son la misma persona.

A menos que estemos dispuestos a diagnosticar a Dios con esquizofrenia divina y a negar la integridad de la humanidad de Cristo, debemos reconocer la conciencia de Jesús como la de un ser humano. Sólo por medio de una verdadera conciencia humana, Cristo tiene verdaderamente la necesidad de orar, y es capaz de tener una relación genuina con el Padre.

[28] David Bernard, Clifford Readout y J.L. Hall, «La Verdadera Humanidad de Jesucristo», Posición oficial de la Iglesia Pentecostal Unida Internacional, marzo de 2004.

[29] Por ello el nacimiento virginal es una doctrina tan importante de la cristiandad. El nacimiento virginal
no fue necesario para evitar la transmisión de una naturaleza pecaminosa a Cristo (pues tal idea presupone que nuestra predisposición hacia el pecado se transmite únicamente por varones, para lo cual no hay ningún apoyo bíblico. Jesús se libró de esta predisposición a la naturaleza humana caída, por un acto de Dios), sino que fue necesario para evitar la creación de un ser humano independiente.

Las personas humanas comienzan a existir en la concepción, con la unión de los gametos masculinos y femeninos. Sin la contribución de los gametos masculinos, ninguna persona humana sería creada. En cambio la misma persona divina, tomó sobre sí la existencia humana con la contribución biológica de María.

[30] Garrett J. DeWeese, «Una persona, Dos Naturalezas: Dos Modelos Metafísicos de la Encarnación», Jesús, en la Perspectiva Trinitaria: Una Introducción a la Cristología, eds. Fred Sanders y Klaus Issler (Nashville, TN: B & H Academic, 2007), 145-146.

[31] ¿Significa esto, entonces, que Dios tiene dos conciencias? Sí y no, dependiendo de cómo entendemos tal declaración. En efecto, Dios ha adquirido otra conciencia en la encarnación, por lo que en cierto sentido se podría decir que ahora Dios tiene dos conciencias.

Aunque Dios ha adquirido otra conciencia en la encarnación, esta es una conciencia humana, no una segunda conciencia divina. No hay dualidad de conciencias en el Ser de Dios después de la encarnación, por lo que no podemos decir que Dios como Dios, tiene dos conciencias.

Dios como Dios tiene una sola conciencia, pero Dios como hombre tiene una conciencia humana. La recién adquirida conciencia humana de Dios no es interna a su esencia divina, pero es externa a
esta, en virtud de su naturaleza humana asumida. Esto está en contraposición al trinitarismo, que plantea tres conciencias personales dentro de la esencia misma de Dios.

[32] Todas las analogías se estropean en uno u otro momento y ésta no es la excepción. Explicar la encarnación como el aire que llena un globo, podría ser tomado en un sentido nestoriano o apolinariano, dando a entender que Dios sólo habitó en el hombre/cuerpo humano.

Esto en ningún caso está siendo deducido aquí. La analogía es también inexacta en otra área: Es obvio que todo el aire no puede estar a la vez en el globo y sigue existiendo más allá del globo al mismo tiempo, pero sabemos que la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo, y aún Dios continúa existiendo más allá de la encarnación en su plenitud. Vea mi artículo titulado: «¿Cómo Puede la Plenitud de Dios «Caber» en un Lugar tan Pequeño Como el Cuerpo Cristo?»

[33] Este asunto de Dios hecho hombre en la encarnación, no es exclusivo de la teología de la Unicidad. Es considerado por igual en las teologías de la Unicidad y la Trinidad, porque ambas confiesan una verdadera encarnación de Dios en la existencia humana. La cuestión es cómo Dios pudo hacerse hombre sin experimentar el cambio, no importa si Dios hecho hombre es la segunda persona de un Dios tri-personal, o el Dios uni-personal de la teología de la Unicidad.

[34] ¿Cómo puede ser que Dios pudiera encarnarse como hombre sin cambiar en algo? Debemos admitir que algo es diferente después de la encarnación, de lo que era antes de la encarnación. Si dijéramos que en realidad no había nada nuevo o diferente, entonces nos veríamos forzados a conceder que Dios siempre ha estado encarnado, o a negar completamente la realidad de la encarnación.

Si interpretamos que algo «nuevo» para Dios, significa que Dios cambia (por ejemplo, un nuevo modo de existir como hombre), entonces seguramente Dios no se podría haber encarnado. Una verdadera encarnación de Dios, exige que nosotros asumamos que hay algo diferente para Dios después de la encarnación, de lo que era antes de la encarnación.

Ya que nos damos cuenta de que Dios debe permanecer como Dios pese a su encarnación, entendemos que la encarnación implicó un cambio en el modo existencia de Dios y por lo tanto en su experiencia,
pero no en su naturaleza esencial como Dios. Con ello se reconoce que algo cambió cuando Dios se encarnó, pero se confiesa al mismo tiempo que Dios no cambió en sí mismo.