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EL MINISTERIO DE CRISTO EN RELACIÓN CON LA KENOSIS

Índice

Por: Jason Dull, Cristología: Jesucristo, Completamente Dios, Completamente hombre

Al principio de la sección sobre la kenosis, hablé de las dos teorías predominantes que contemplan la forma en que Jesús ministró:

1). Como un hombre ungido por el Espíritu Santo (ungido-ministrando), y

2). Como Dios (Dios-ministrando). En el examen de Filipenses 2:5-11 no me referí directamente ni expliqué alguna de estas dos teorías, sino que preparé el camino para el análisis de ambas.

Hay una gran cantidad de Escrituras que hablan de Jesús siendo ungido por el Espíritu Santo. Incluso el título «Cristo» que es atribuido a Jesús en numerosas ocasiones, significa «el Ungido». En las Escrituras, vemos que Jesús declaró que Él fue ungido por el Espíritu Santo cuando citó la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres…» (Lucas 4:18. La cursiva es mía), atribuyendo su cumplimiento en su ministerio.

Solo unos pocos versículos antes, se dice que «Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea», indicado que estaba dotado de un poder que no tenía antes de ir al desierto, donde ayunó y fue tentado por el diablo (Lucas 4:1- 14). (También te puede interesar: La Unicidad de Dios)

Consideremos que si Él hubiera ministrado como Dios, no tendría sentido decir que Él aumentó en poder, pues Él siempre ha sido el Todopoderoso. Mateo declaró que Isaías profetizó sobre el ministerio de Jesús, cuando citó a Isaías diciendo: «He aquí a mi siervo, a quien he escogido, mi Amado, en quien se agrada mi alma; Pondré mi Espíritu sobre Él, y Él anunciará juicio a los gentiles» (Mateo 12:18. La cursiva es mía). Si Jesús es la plenitud de la deidad encarnada, ¿cómo puede decirse que el Espíritu de Dios está «sobre Él?»

¿Acaso, Él no es Dios? ¿Cómo puede Dios ser ungido?

El libro de los Hechos tiene mucho que decir sobre el ministerio de Jesús. En el día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos: «Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él, como vosotros mismos sabéis…» (Hechos 2:22. La cursiva es mía). 

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Jesús, como se dice, fue un hombre que fue aprobado por Dios. Incluso, Pedro declaró que los milagros que Jesús realizó fueron orquestados por Dios, y que Jesús sólo fue el agente por el cual ellos fueron administrados.

En la reunión de oración sostenida por los discípulos después de que Pedro y Juan fueron liberados del Sanedrín, ellos oraron a Dios diciendo: «verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste…» (Hechos 4:27). 

Note dos cosas importantes aquí. En primer lugar, los discípulos se dirigieron a Dios en esta oración (v. 24) y le hablaron acerca de Jesús, como si Jesús tuviera una existencia independiente o fuera un ser separado de Dios. 

En segundo lugar, los discípulos estuvieron de acuerdo en que Jesús fue ungido, y que su unción vino de Dios. Una vez más, se hace una distinción implícita que existe entre Dios y Jesús.

Cuando Pedro le predicó a Cornelio, se refirió a «como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10:38). 

Esto suena como indicaciones relativas a la forma en que Dios estaría con y ungiría a su Iglesia (Marcos 16:20; Lucas 24:49; Hechos 1:8). Jesús recibió poder para hacer el bien y para sanar a los oprimidos por el diablo a causa de la unción de Dios que estaba sobre Él. 

Pedro habla de Dios como siendo con Jesús y no como Jesús siendo Dios. ¿Esto significa que Jesús no era verdaderamente divino, sino que era un simple humano como nosotros?

¿Significa esto que Jesús es divino, pero que su deidad es inferior a la del Padre?

Todas las preguntas que he planteado, se han derivado solamente de estas pocas Escrituras, pero le permiten a uno ver la debilidad inherente de la opinión de Dios-ministrando. Aquella opinión no sólo es débil, sino que es totalmente contraria a la Escritura.

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La otra única alternativa lógica, es confesar que Jesucristo fue ungido por Dios. Tenemos que entender las Escrituras que hablan de Jesús como un hombre ungido por el Espíritu Santo, a la luz de la kenosis de Dios

Dios tomó una decisión antes de la fundación del mundo, que sería la renunciar al ejercicio de sus poderes, atributos y prerrogativas divinas, con el propósito de vivir dentro de los límites que un verdadero ser humano debe vivir. 

Dios no abandonó sus atributos divinos (tales como la omnisciencia), pero los hizo latentes en Él. Aunque estos eran existentes en Él en su plenitud, Él quiso refrenar su ejercicio. «Al asumir la naturaleza humana, aceptó ciertas limitaciones en el funcionamiento de sus atributos divinos. 

Estas limitaciones no fueron el resultado de una pérdida de los atributos divinos, sino la adición de los atributos humanos». [1] En este estado, Jesús vivió su vida y llevó a cabo su ministerio como un hombre ungido por el Espíritu Santo, dependiendo de su Padre para todo lo que Él hizo.

A veces tenemos la idea de que debido a que Jesús era Dios, Él sanó a quien Él quiso, dijo que lo que quiso decir, y sabía ciertas cosas que trascendían el conocimiento humano ordinario. Jesús nos dio indicaciones sobre cómo ministró, conforme a como está registrado en el evangelio de Juan. 

Aunque más adelante voy a tratar con el significado teológico, voy a tocar aquí el significado práctico. Jesús dijo claramente acerca de su propia habilidad: «No puedo yo hacer nada por mí mismo» (Juan 5:30). 

Jesús no sabía qué enseñar, aparte de lo que su Padre le dijo. Las mismas palabras que pronunció, fueron ecos de lo que había recibido primeramente de su Padre (Juan 8:28, 8:38, 8:40, 12:49-50, 17:8). Jesús era destinatario de la revelación divina, no su autor.

En otra ocasión Jesús dijo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que Él hace» (Juan 5:19-20. Ver también 3:32. La cursiva es mía).

Estos versículos tienen una importancia doble. En primer lugar, revelan que Jesús no tenía ninguna capacidad propia, sino que estaba en total dependencia de su Padre. En segundo lugar, estos versículos nos muestran la manera en que Jesús dependía de su Padre.

Jesús vio las obras que su Padre estaba haciendo y luego realizó esas mismas obras aquí en la tierra. Al parecer, Jesús tuvo algún tipo de visiones e imágenes mentales que le permitieron conocer la voluntad de Dios. 

Las acciones de Jesús se produjeron a partir de su conocimiento de lo que estaba ocurriendo en el reino espiritual. Él no intentó nada y no dijo nada aparte de este conocimiento. Nada en su ministerio fue hecho por su poder humano. Él no espero que aquellos por los que oró fueran sanados, sino que sabía que serían sanados, porque la voluntad de su Padre era hacerlo. Si no fuera la voluntad de Dios, Jesús no habría intentado sanarlos.

Un buen ejemplo de esto, se puede ver en la curación que Jesús hizo a un hombre enfermo en el estanque de Betesda (Juan 5:2-9). Había multitudes de personas enfermas que llegaron hasta allí esperando ser sanadas. Lo sorprendente de esta historia, es que Jesús sólo curó a un hombre. 

La razón por la que Jesús no sanó al resto, no pudo ser por falta de fe de parte de ellos, pues su presencia dentro de aquel grupo demostraba que tenían fe. Todos ellos estaban esperando que un ángel agitara las aguas, creyendo que el primero en entrar a las aguas revueltas sería sanado. 

¡Si esto no es fe en el poder de Dios, entonces no sé lo que es! ¡Incluso si ellos no tuvieron fe antes de que Jesús sanara a aquel hombre enfermo, seguramente habrían tenido fe para ser sanados después de haber visto caminar a aquel hombre paralítico! Simplemente no era la voluntad de Dios que los sanara. 

La voluntad de Dios era sanar solamente a aquel hombre. En otras ocasiones, la voluntad de Dios era sanar a todos los que se acercaron a Jesús para ser sanados, y por lo tanto Jesús los sanó a todos (Mateo 8:16, 12:15; Lucas 4:40, 6:17-19).

Por la fe y la obediencia a lo que veía, Jesús trajo la realidad del mundo espiritual al reino natural. A través de esta obediencia, Él fue capaz de lograr la unidad que Dios destinó para que existiera entre el cielo y la tierra, entre los reinos invisible y visible. 

La Operación de los Dones del Espíritu en el Ministerio de Jesús

Jesús fue perfectamente conducido por el Espíritu, cumpliendo completamente con la voluntad de Dios en la tierra (Juan 5:30, 5:36). Uno de los medios por los que Él logró esto, fue a través de la operación de los dones del Espíritu.

Jesús tuvo que orar, porque Él confió en el Espíritu Santo para obtener fuerza y poder. Jesús usó los dones del Espíritu para llevar a cabo la voluntad de Dios, tal como nosotros lo hacemos. Él mismo dijo que expulsó a los demonios por el Espíritu de Dios (Mateo 12:28). 

Él supo que la mujer que halló en el pozo había tenido cinco maridos, porque le había sido dada una palabra de conocimiento por el Espíritu Santo (Juan 4:17). A través del discernimiento de espíritus, Jesús discernió el espíritu inocente de Natanael y el espíritu inmundo de un hombre que estaba en la sinagoga de Capernaum (Juan 1:47, Marcos 1:26). 

A través del don de fe, Jesús calmó una furiosa tormenta (Marcos 4:39-41). Jesús sanó a multitudes de gente enferma por medio del don de sanidad. Jesús hizo a los cojos andar por medio del don de milagros (Mateo 11:5; 15:30). 

Por la palabra de sabiduría, Jesús dirigió a los apóstoles sobre dónde debían echar las redes para que pudieran capturar una gran cantidad de peces (Lucas 5:4-10). A través del don de profecía, Jesús predijo muchos acontecimientos futuros.

Jesús Ungido con el Espíritu Santo para la Obra de su Ministerio

El bautismo de Jesús, fue el momento en que fue ungido por el Padre con el Espíritu Santo y con poder para su ministerio. Los profetas, los sacerdotes y los reyes del Antiguo Testamento, siempre fueron ungidos de alguna manera para dar a entender que ellos fueron escogidos por Dios (Éxodo 28:41, 29:7; 1. Reyes 19:16). 

El aceite con el que fueron ungidos, era un símbolo del Espíritu Santo. Entonces Jesús, de una manera similar, tenía que ser ungido por el Espíritu Santo cuando vino a cumplir el papel de profeta, sacerdote y rey (Salmo 45:7-8; Isaías 61:1). En lugar de ser ungido con aceite, que era símbolo del Espíritu Santo, Jesús fue ungido por el mismo Espíritu de Dios.

Los sacerdotes eran lavados con agua y ungidos, con el propósito de ser consagrados para su oficio (Éxodo 29:4, 29:7). Esto puede tener cierta incidencia sobre el por qué Jesús fue bautizado en agua. Ciertamente Él no fue bautizado a causa del pecado, porque Él era libre de pecado. Él fue bautizado como un lavado para su ordenación como el Sumo Sacerdote para toda la humanidad (Ver Hebreos 7).

Esta unción que Jesús recibió, no significa que Él se convirtió en Dios o Cristo en su bautismo. Simplemente este fue el punto en el que Dios le ungió para el ministerio. Jesús tuvo que ser ungido para su vocación y ministerio, de la misma forma en que nosotros somos ungidos para el nuestro. 

Tenga en cuenta que no fue sino hasta después de su unción en el bautismo, que Cristo realizó su primer milagro (Juan 2:11; ungido por Dios en 1:32-33). ¿Por qué Jesús no realizó ningún milagro antes de este tiempo? ¿Por qué fue que Dios no lo utilizó para predicar y sanar hasta que tuvo más de treinta años de edad (Lucas 3:23)? Fue debido a que el tiempo para su ministerio terrenal todavía no había llegado, y por lo tanto la unción y el poder de Dios no estaban con Él para que lo hiciera así. 

A no ser que la voluntad de Dios sea la de sanar a alguien, éste no va a ser sanado. Si Él no sana a los enfermos, resucita a los muertos, da una palabra de conocimiento, una palabra profética, una visión o una revelación, ninguna de estas cosas va a suceder. 

No podemos obligar a Dios a que haga algo por nosotros. Sólo podemos hacer las obras de Dios de acuerdo con la voluntad divina. Para sus propósitos, Dios optó por no hacer nada sustancial a través de Jesús (perteneciente a su ministerio) sino hasta que Él tuviera más de treinta años de edad.

De acuerdo con este pensamiento, tenga en cuenta que no fue sino hasta después de su bautismo que Jesús pudo estar en la sinagoga de Nazaret anunciando en sí mismo el cumplimiento de la profecía de Isaías, diciendo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19; ungido por Dios en 3:21-23). 

No fue sino hasta después de la unción de Cristo en su bautismo, que esta Escritura se cumplió. Antes de que Él fuera ungido en su bautismo, esta Escritura era todavía de naturaleza profética, aunque el que la cumpliría estaba vivo y habitando en el mundo.

Aunque Jesús ministró como un hombre ungido por el Espíritu Santo, esto no niega o minimiza su relación única y especial con el Padre. Jesús se diferenció de nosotros en su identidad como el Hijo de Dios. 

Él es Dios manifestado en la carne. Como resultado de ello, tuvo una relación especial con Dios que nosotros no podemos tener. No estoy hablando de nuestra cercanía a Dios, o del grado en que nuestro ministerio puede ser fructífero, pues podemos hacer todo lo que Jesús hizo, e incluso Jesús dijo que haríamos cosas más grandes que las que Él hizo (Juan 14:12). 

Obviamente, Jesús tiene privilegios especiales como el Hijo de Dios, que nosotros no tenemos. Estos incluyen cosas tales como el juicio a las almas de los hombres, el resucitar a los muertos y el sentarse en el trono durante el milenio como el gobernante del mundo.

Advierto esto, porque algunos podrían decir: «Si Jesús vivió su vida como un mero hombre ungido por el Espíritu Santo, entonces ¿cómo podría haber dicho que Él tenía el poder para llamar a doce legiones de ángeles para rescatarlo de la cruz (Mateo 26:53)? Jesús podría haber llamado a legiones de ángeles para que lo rescataran de la cruz, pero también podría haber decidido no ir a la cruz (Mateo 26:42). 

Teóricamente Jesús podría haber hecho estas cosas, porque Él era Dios y tenía el poder para hacerlo, pero el hecho es que no lo hizo. Basados en la kenosis, entendemos que Él no hizo estas cosas debido a su elección predestinada de limitar su existencia como un hombre ungido por el Espíritu Santo, viviendo en este mundo. 

Jesús no se aprovechó de sus poderes, porque su voluntad humana se sometió completamente a la voluntad divina, de modo que Jesús siempre hiciera las cosas que agradan a su Padre (Juan 8:29). Lo que complació al Padre, fue que Jesús no confió en su identidad como Dios.

Otra objeción podría plantearse con base a que Jesús perdonó los pecados. Sólo Dios tiene el poder de perdonar los pecados, así que ¿cómo podría Jesús hacer esto, si Él ministró como un hombre ungido por el Espíritu Santo? 

Jesús tuvo esta prerrogativa debido a su identidad como el Hijo de Dios, pero esta prerrogativa no era peculiar de él a causa de esta identidad, y tampoco fue una prerrogativa arbitraria. Jesús dijo que nosotros también tenemos el poder de perdonar o retener los pecados. Él dijo a sus discípulos: «A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos» (Juan 20:23). ¿Esto significa que tenemos el poder de perdonar los pecados?

¿Significa que decidimos quién es perdonado y quién no? No. Significa que todos aquellos a quienes declaramos perdonados por la fe y el arrepentimiento, ya han sido perdonados por Dios. Aquellos a quienes retenemos sus pecados, reflejan la falta de perdón de Dios para con ellos debido a su falta de fe y arrepentimiento. Nosotros simplemente nos limitamos a representar aquí en la tierra el juicio que ya se ha hecho en el cielo. [2]

Fue de esta manera como Jesús perdonó el pecado. Él no podía saber la condición del corazón, aparte de la revelación que le diera su Padre. Jesús perdonó a los que su Padre perdonó. La decisión de Jesús no fue arbitraria, ni se originó dentro de su propia voluntad, sino que era el propósito del Padre que esto fuera llevado a cabo en su ministerio.

Jesús nos dio esta responsabilidad antes de ascender al cielo. Si Él perdonó pecados porque Él era Dios, entonces ¿cómo podría realmente haber esperado que nosotros realizáramos esta misma responsabilidad, sabiendo que nosotros no tenemos las prerrogativas divinas para hacerlo? 

Esto sólo se puede fortalecer por el hecho de que Jesús perdonó el pecado en obediencia a la dirección del Espíritu Santo, el cual le permitió conocer que su Padre ya los había perdonado. Jesús se pronunció perdonando aquel pecado que su Padre ya había perdonado en el cielo. Esto fue hecho como un hombre ungido por el Espíritu Santo. Jesús sabía que nosotros podíamos hacer lo mismo, ya que somos seres humanos que dependemos del Espíritu Santo como Él lo hizo.

La comprensión de esta restricción o limitación de la deidad por elección divina, es la llave para la comprensión del ministerio y la obra de Cristo. Esta es la misma llave que nos dará entendimiento acerca de algunas de las declaraciones de Jesús que parecieran dar a entender que Él es menos que Dios, así como también de algunas de las acciones de Jesús y de la terminología de las Escrituras que se refieren a la relación entre Jesús y Dios el Padre. [3]

[1] Erickson, 735

[2] «Apheontai» y «kekratentai» traducidos respectivamente como «son perdonados» y «son retenidos», están en el griego en el tiempo perfecto pasivo indicativo. La idea del tiempo perfecto en griego, no puede ser transmitida de manera adecuada en una traducción palabra por palabra. Incluso una traducción de pensamiento por pensamiento suena torpe en el idioma español. El tiempo perfecto griego, explica que la acción que comenzó en algún momento del pasado continúa hasta llegar a un punto de terminación, con resultados que continúan en el futuro. La traducción apropiada de apheontai y kekratentai es «han sido y le serán perdonados» y «han sido y le serán retenidos». El autor del perdón o la retención de los pecados es Dios. Él es el que comenzó la acción en el pasado. Nosotros solo llevamos a cabo los efectos persistentes del perdón o la falta de perdón en la tierra.

[3] El término «Dios el Padre» es bíblico. En el Nuevo Testamento se utiliza un total de trece veces, por Jesús, Pablo, Pedro, Juan y Judas (Juan 6:27; Gálatas 1:1; Efesios 6:23; Filipenses 2:11; 2. Pedro 1:17; 2. Juan 1:3; Judas 1). No debemos tener miedo de usar la terminología bíblica a causa de las falsas teologías que se han derivado de ella. Aunque «Dios el Padre» es bíblico, otros términos como «Dios el Hijo» y «Dios el Espíritu Santo» no lo son, y por lo tanto deben ser evitados. Dichos términos fueron inventados para expresar una idea de la divinidad que no se encuentra en las Escrituras.