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LA FE Y LA GRACIA

Índice

FE Y GRACIA

Prédica de la gracia y la fe

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

Este capítulo establece un fundamento para toda discusión subsiguiente sobre de la salvación. Antes de proceder en analizar los varios aspectos de la salvación, debemos entender qué son la gracia y la fe y cómo están relacionadas.

Una Definición de Gracia 

La gracia es el favor no merecido de Dios hacia el hombre. Es el don libre de Dios al hombre. Es la obra de Dios en el hombre. La palabra expresa que la salvación es una bendición no merecida y prepagada que Dios da libremente. Dios hace toda la obra involucrada en la salvación de un alma.

El hombre no puede ayudar a Dios en obrar su propia salvación, ni puede contribuir a ella; El solo puede aceptar o rechazar la obra que Dios ha hecho y está deseoso de hacer a favor de la humanidad.

La Salvación del Hombre Proviene de la Gracia de Dios 

Efesios 2:8-9 enfatiza que la salvación viene por la gracia de Dios y no por cualquier obra de parte del hombre. Específicamente, por medio de la muerte de Jesucristo Dios ha hecho que la salvación nos sea disponible. Somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Jesucristo, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3:24-25).

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No solo dio Dios a Su Hijo a morir por nosotros y a comprar nuestra salvación por medio de Su muerte, sino ahora nos extiende todo lo necesario para poder mantener nuestra salvación. Pablo hizo la pregunta, “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con El todas las cosas?” (Romanos 8:32).

Filipenses 2:13 enseña que Dios obra en nosotros a fin de producir la salvación: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer.” En Filipenses 2:12 Pablo nos amonestó a ocuparnos en nuestra salvación con temor, con reverencia, y con vigilancia.

Enseguida, en el próximo versículo, El explicó que no podemos salvarnos ni podemos ayudarnos a nosotros mismos; en cambio, podemos o rechazar o someternos a la obra de Dios en nosotros. Si estamos dispuestos, Dios nos dará tanto el deseo (la buena gana) como el poder (la capacidad) de hacer Su voluntad.

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Dios, quien compró para nosotros el derecho de ser salvos, ahora nos provee libremente todas las cosas que son necesarias para recibir y retener la salvación. Entonces, desde el principio hasta el fin, la salvación del hombre es un producto de la gracia de Dios.

Por supuesto, la gracia no elimina nuestra opción. Dios nos ha dado la libertad o de rendirnos a El o de rechazarle, pero no podemos contribuir nada positivo a fin de ganar nuestra propia salvación.

La Gracia y las Obras

No somos salvos por las obras en el sentido de ganar, merecer, o comprar la salvación por medio de las obras buenas. Sin embargo, la gracia de Dios nos guiará a las buenas obras y a una vida santa. Efesios 2:8-9 enseña enfáticamente que la salvación viene por medio de la gracia y no por las obras, y el próximo versículo continúa, “Porque somos hechura suya, creados en Jesucristo para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Dios nos da la gracia expresamente para ayudarnos a producir buenas obras. “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).

La gracia de Dios ha venido para enseñarnos cómo vivir vidas virtuosas y santas y para darnos el poder de hacerlo. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.” (Tito 2:11-12).

La gracia no da licencia para pecar. “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera” (Romanos 6:1-2). “¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera” (Romanos 6:15). Al contrario, la gracia pone a nuestra disposición el poder del Espíritu. 

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Si seguimos la dirección del Espíritu, podremos cumplir toda la justicia que la ley de Moisés exigía pero no podía proporcionar (Romanos 8:3-4). En resumen, la gracia de Dios trae la salvación como una dádiva libre, incluso el poder de vivir una vida justa.

Aunque no podemos ganar el don de la salvación, una vez que lo hayamos recibido, nuestras vidas cambiarán y como resultado empezaremos a hacer buenas obras. Si no manifestamos los atributos justos y piadosos, de hecho no estamos permitiendo que la gracia salvadora de Dios obre en nosotros. No podemos separar la gracia de una vida de devoción y de la obediencia a Cristo.

La Gracia y la Fe

Si la doctrina de la gracia enseña que Dios hace toda la obra en la salvación del hombre, ¿se salvan automáticamente todos los hombres? Esto no puede ser porque muchos van a recibir la condenación eterna en el juicio final (Apocalipsis 20:11-15).

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Si la doctrina de la gracia enseña que el hombre no puede ayudar a Dios a proporcionar la salvación, ¿escoge Dios sin condiciones a ciertas personas para salvarlas sin tomar en cuenta sus propias actitudes y reacciones? Esto no puede ser porque Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34). Si El escogiera a algunos sin condiciones, Su justicia le obligaría a escoger a todos. La doctrina de la fe nos ayuda a entender las respuestas a estas dos preguntas.

La fe es el medio por medio del cual el hombre acepta y recibe la gracia salvadora de Dios (Romanos 3:21- 31; Efesios 2:8). El hombre no puede ayudar a Dios a proporcionar la salvación, pero el hombre sí tiene la responsabilidad de aceptar o rechazar lo que Dios ofrece.

La reacción del hombre hacía Dios al aceptar Su obra de la salvación se llama fe. Entonces, la fe es el medio por medio del cual la gracia de Dios viene al hombre. Tanto la gracia de Dios como la fe del hombre son necesarias para la salvación. 

“Sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). Un autor protestante declaró, “ El hecho de que el hombre debe hacer algo para aprovecharse de la provisión de Dios de la salvación por medio de Jesucristo, no hace ninguna violencia a la doctrina de la gracia. Teológicamente así como etimológicamente hay dos aspectos de charis (gracia): la provisión no merecida y la recepción agradecida.”[1]

Sin embargo, no debemos decir que la salvación viene en parte del hombre. Cuando el hombre acepta la gracia, el crédito le pertenece totalmente a Dios y el poder de Su gracia, pero cuando el hombre rechaza la gracia, toda la culpa descansa sobre el hombre y su incredulidad. De modo que afirmamos tanto la salvación exclusivamente por la gracia como la responsabilidad del hombre de aceptar la salvación.

La Justificación por la Fe 

Ser justificado significa ser contado o declarado justo por Dios. La Biblia enseña claramente la justificación por la fe: “El justo por la fe vivirá” (Habacuc 2:4; Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Hebreos 10:38).

Pablo predicó esta doctrina: “Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de El se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en El es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).

Pablo enfatizó en sus escrituras la justificación por la fe: “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado… Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en El . . . Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Jesucristo, a quien Dios como propiciación por medio de la fe en su sangre . . .” (Romanos 3:20-25).

“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16). Romanos 4 y Gálatas 3 contienen muchas enseñanzas adicionales sobre este tema.

La conclusión es ésta: nadie puede ser justificado por observar la ley de Moisés o por hacer obras buenas. En cambio, el único camino a la salvación es por medio de la fe en Jesucristo y en Su sacrificio para nosotros.

Habiendo establecido esto, debemos determinar qué es la verdadera fe en Cristo, y cómo recibirla. Para un comienzo, notamos las palabras de Benjamín Warfield: “La justificación por la fe no significa . . . la salvación por creer cosas en lugar de hacer justicia. Significa reclamar los méritos de Cristo ante el trono de la gracia en lugar de nuestros propios méritos.”[2]

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El Origen de la Fe 

Antes de hablar en detalle acerca de la fe, debemos contestar la pregunta, “¿Qué es el origen de la fe?” Si el hombre fabrica su propia fe, aparentaría entonces que él sería su propio salvador, o a lo menos parcialmente. Esto negaría la doctrina de gracia. La respuesta es que la capacidad de poseer la fe proviene de la gracia de Dios.

Sin embargo, esto levanta un segundo problema. Si Dios da la fe potencial a todo el mundo, ¿serán salvos todos? Por otro lado, si Dios solo da la fe potencial a algunos, El condenaría arbitrariamente al resto al infierno sin darles ninguna capacidad de escoger.

La respuesta es que Dios sí da la fe potencial a todo el mundo, pero da la oportunidad a cada individuo a aceptar y a aplicar aquella fe a su vida. Otra manera de expresar esto es decir que Dios da a todos la capacidad de tener la fe en El.

Cada ser humano tiene la capacidad de creer, pero no todos escogen creer en Dios; no obstante, todos creen o pueden creer en algo, sea Dios, el diablo, los dioses falsos, en sí mismos, otras personas, o cosas materiales. En la creación, Dios dejó un claro testigo de Sí mismo para que todos tuviesen una oportunidad de creer en Dios y no tuviesen ninguna excusa de no hacerlo (Romanos 1:19-20).

Las Escrituras enseñan que Dios da a todos la capacidad de creer, y por consiguiente, El es la fuente de la fe de un cristiano. Dios ha repartido a cada uno una medida de fe (Romanos 12:3). Jesús es el autor y el consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2).

Aun después del nuevo nacimiento, el Espíritu sigue impartiendo la fe como una dádiva sobrenatural en los momentos de crisis y como un elemento de vida cristiana diaria (1 Corintios 12:9; Gálatas 5:22).

Debido a nuestras naturalezas pecaminosas, no podríamos buscar a Dios por nuestra propia cuenta sin que su poder nos atrajera (Juan 3:27; 6:44; Romanos 3:10-12). Nadie nunca tendría la fe si Dios no la concediera. Sin embargo, Cristo murió por el mundo entero para que pudiese extender la gracia a todos (Juan 3:16).

Aunque el hombre por su propia cuenta es tan depravado y pecaminoso que no puede por su parte escoger a Dios, Dios le da a cada hombre la capacidad de buscarle y de responderle a El. Los teólogos llaman a esta gracia que precede la salvación y que se da a toda la humanidad, “la gracia preveniente universal.”

La Biblia enseña que la gracia universal precede a la salvación, capacitando y animando a toda la humanidad a aceptar la obra de Dios de la salvación: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11).

Dios manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan (Hechos 17:30), y El da la capacidad de hacer lo El requiere (Filipenses 2:13; 1 Juan 5:3). Dios quiere que todos se arrepientan, y les da a todos una oportunidad de hacerlo (2 Pedro 3:9).

La bondad de Dios guía a los hombres al arrepentimiento (Romanos 2:4), así que El extiende a todo el mundo la bondad o la gracia que lleva al arrepentimiento. El llamamiento se extiende a todos (Mateo 11:28; Apocalipsis 22:17), pero solo aquellos que responden serán salvos. Muchos son llamados pero pocos son escogidos (Mateo 20:16; 22:14).

Hallamos también que la fe viene por la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Hay muchos ejemplos en las Escrituras donde el oír la Palabra de Dios inspiró la fe. Así fue el caso de los samaritanos, de Cornelio y su casa, y de los Corintios (Hechos 8:12; 10:44; 18:8).

Así que, todos reciben una medida inicial de fe de Dios. Podemos aumentar nuestra fe por oír la Palabra de Dios y por la operación del Espíritu Santo. Somos responsables de permitir que Dios desarrolle la fe en nosotros y de usar la fe que El ha puesto en nuestros corazones. 

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Una Definición de la Fe 

Ya hemos identificado la fe como la reacción positiva del hombre para con Dios y el medio por el cual el hombre acepta la gracia salvadora de Dios. Es el medio por el cual nos rendimos a Dios, obedecemos Su Palabra, y le permitimos realizar Su obra salvadora en nosotros.

Esto declara con precisión la función de la fe, pero ahora intentaremos definir más precisamente qué es la fe. El Diccionario Webster define creer como “una actitud o hábito de mente por medio del cual se pone la confianza en alguna persona o cosa,” y define la fe como “la obedi- encia al deber o a una persona; la lealtad . . . creer y confiar en Dios y lealtad a El . . . algo que se cree, sobre todo con una convicción fuerte.”[3]

Cuando contemplamos el idioma griego, encontramos un significado aun más profundo. El prólogo del editor de La Biblia Amplificada contiene una discusión significativa de la palabra creer. Como esto señala, la mayoría de las personas creen en Cristo, en el significado común de la palabra castellana.

Es decir, la mayoría de las personas creen que Cristo vivía, era el Hijo de Dios en algún sentido, y murió en la cruz para salvar a los pecadores. Sin embargo, según La Biblia Amplificada, ninguna sola palabra puede mostrar el propuesto significado de la palabra griega pisteuo que la mayoría de las traducciones traducen creer.

Note la definición de La Biblia Amplificada de pisteuo: “significa ‘adherirse a, confiar, tener fe en; tener confianza en.’ Consecuentemente, las palabras, ‘Cree en el Señor Jesucristo . . .’ realmente significan tener una confianza personal absoluta en el Señor Jesucristo como el Salvador.”[4]

W. E. Vine, en su libro Un Diccionario Expositorio de Palabras del Nuevo Testamento, define pisteuo de la siguiente manera: “creer, también ser persuadido de algo, y por consiguiente, poner la confianza en ello; confiar; significa, en este sentido de la palabra, confianza en algo, no la creencia únicamente.”[5] La forma sustantiva pisteuo es pistis, y por lo general se traduce “fe.”

Vine define pistis como “principalmente, la persuasión firme, una convicción basada en el oír.”[6] El dice que pisteuo y pistis incluyen un reconocimiento total de la revelación de Dios, una rendición personal a El, y un estilo de vida inspirado por aquella rendición:

“Los elementos principales de la fe en su relación al Dios invisible, como distinta a la fe en el hombre, se enfatizan sobre todo en el uso de este sutantivo y el verbo correspondiente, pisteuo; estos son (1) una convicción firme, produciendo un reconocimiento pleno de la revelación de Dios o de la verdad, por ejemplo, 2 Tesalonicenses 2:11, 12; (2) una entrega personal a El, Juan 1:12; (3) una conducta inspirada por tal entrega, 2 Corintios 5:7 . . . Todo estoqueda en contraste a la creencia en su ejercicio netamente natural, que consiste en una opinión guardada en buena fe, sin referencia necesaria a su prueba.”[7]

El escritor Bíblico muy conocido, Charles Erdman, confirma que la fe bíblica abraza una relación personal a Cristo que se refleja en la confianza, la obediencia, y la conducta santa de una persona:

“Si la fe denota el mero asentimiento no más a dogmas, o la repetición de un credo, sería entonces absurdo e injustoaceptar a uno como virtuoso, en idea de su fe; pero la fe describe una relación personal con Cristo.

Para un creyente, significa una confianza en Cristo, la obediencia a Cristo, el amor para Cristo, y tal confianza, obediencia y amor resultan inevitablemente en la pureza y la santidad y una vida de servicio altruista.”[8]

El teólogo protestante Donald Bloesch hace varios comentarios que echan más luz con respecto a la fe bíblica. El habla de “la herejía de la gracia barata, por medio de la cual la salvación llegó a ser un pasaporte a los cielos que le era asegurado a uno simplemente por medio del bautismo, o una afirmación pública de fe, o por el nacimiento en la comunidad del pacto.”[9]

En oposición al concepto de la “gracia barata,” él declara que “el don gratuito de la salvación demanda no simplemente un asentimiento intelectual exterior o una sumisión voluntaria al Evangelio, sino un compromiso total y un discipulado de toda la vida bajo la cruz.”[10] Además, él presenta una definición de la fe como “un compromiso radical del hombre entero al Cristo viviente, un compromiso que trae consigo el conocimiento, la confianza, y la obediencia.”[11]

Tres Componentes de la Fe Salvadora

En otras palabras, la fe salvadora significa mucho más que el conocimiento o el asentimiento mental. Es más, podemos identificar a tres componentes importantes de la fe salvadora: el conocimiento, el asentimiento, y la apropiación.[12]

Para que una persona pueda tener fe en algo, debe tener primeramente un cierto grado de conocimiento o comprensión mental. Debe saber lo que profesa creer. La fe salvadora no nos exige que entendamos todo lo de Dios o de la vida, pero sí exige que comprendamos nuestra necesidad de la salvación y que sepamos que Jesucristo es nuestro único Salvador.

En segundo lugar, para que una persona pueda tener fe debe haber un asentimiento o una aceptación mental. El conocimiento no es suficiente, porque una persona puede entender una cierta proposición y a la vez no creerla. Además del entendimiento, debe haber un reconocimiento que la profesión es correcta.

Finalmente, debe haber una apropiación de lo que se cree. En otras palabras, debe haber una aplicación práctica de la verdad. La única manera que podemos creer a otra persona es por aceptar y seguir su palabra.

Entonces, la fe salvadora en Jesucristo involucra más que reconocerlo mentalmente como el Salvador. Debemos apropiar esta verdad y hacerla el principio que nos guía en nuestras vidas. Esto lo hacemos por obedecer el evangelio de Jesús, por identificarnos con Él, por establecer una relación de una fe total en Él, y por unirnos con Él y confiar en Él.

Nuestro estudio de las palabras griegas pistis y pisteuo enfatizaba este tercer componente. Sin ello, no hay fe salvadora. Muchos le reconocen a Jesús como Señor y Salvador y todavía confiesan que no han obedecido al evangelio.

Aunque tienen el conocimiento y el asentimiento, no han apropiado el evangelio a sus vidas. No han actuado sobre la verdad. No se han entregado a Jesucristo, ni se han identificado con Él. En suma, la fe salvadora es una confianza activa en Dios y en Su Palabra. No podemos separarla de la confianza, la obediencia, y el compromiso.

Unos Ejemplos de una Fe Insuficiente 

La Escritura da muchos ejemplos de personas que tenían algún grado de fe en Jesucristo pero que eran salvas. Esto demuestra que una persona puede tener una fe mental en Jesús como Señor y Salvador y todavía no obedecerlo, confiar en El, o entregarse a El hasta el punto de recibir la salvación.

Por ejemplo, muchas personas en Israel creyeron en Jesús cuando vieron los milagros que El hacía. Sin embargo, Jesús no se comprometió con ellos porque El conocía lo que había en sus corazones. Ellos no se habían comprometido totalmente a El como Señor de sus vidas (Juan 2:23-25).

Del mismo modo, muchos de los líderes religiosos judíos creyeron en Jesús pero no le confesaron porque temían ser expulsados de las sinagogas. Estos amaban la alabanza de los hombres más que la alabanza de Dios (Juan 12:42-43). Dios no los aceptó porque ellos no actuaron sobre su fe.

Según Jesús, algunas personas hacen grandes milagros en Su nombre, sin embargo, si rehúsan hacer la voluntad de Dios, no serán salvas (Mateo 7:21-27). Tendrán fe suficiente para hacer milagros pero no tendrán fe suficiente para obedecer la Palabra de Dios en todas las cosas. Tendrán fe, pero no fe salvadora.

Los samaritanos creyeron la predicación de Felipe y se bautizaron, mas no recibieron el Espíritu de Dios hasta que vinieron Pedro y Juan (Hechos 8:12-17). Simón el mago era uno que creyó y se bautizó, pero más tarde intentó comprar el poder espiritual y las bendiciones con dinero (Hechos 8:18-19).

Pedro lo reprendió y le dijo que se arrepintiera de su maldad, diciendo, “No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. . . Porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (Hechos 8:21-23). Él no fue salvo hasta este punto, aunque había creído hasta cierto grado.

Aún los demonios creen en un solo Dios (Santiago 2:19), que es más de lo que hacen algunos. No solo creen, sino confiesan que Jesús es el Hijo de Dios (Mateo 8:29). Sin embargo, a pesar de su fe y su confesión, no tienen fe salvadora.

En cada uno de estos casos, había una comprensión mental y una aceptación, pero había también una falta de compromiso total a Jesús y de obediencia a Su Palabra. Poseían un poco de fe pero no suficiente para producir la salvación. De modo que la fe salvadora está ligada inseparablemente a la obediencia. 

La Fe y la Obediencia

Pablo enfatizó la justificación por la fe más que cualquier otro escritor, pero él insistía fuertemente que la fe salvadora está ligada inseparablemente a la obediencia. El enseñó que el misterio del plan redentor de Dios, la iglesia, ha sido “dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Romanos 16:26).

La Nueva Versión Internacional traduce esta última frase como “lo hizo conocer. . . para que todas las naciones pudieran creer y obedecerle.” La gracia de Dios trae “la obediencia a la fe” (Romanos 1:5).

 Jesucristo obró por medio de Pablo “para la obediencia de los gentiles” (Romanos 15:18). Del mismo modo, Lucas escribió que un gran número de sacerdotes “obedecían a la fe” (Hechos 6:7). La fe y la obediencia están tan estrechamente ligadas que una falta de obediencia a Dios es prueba de una falta de fe: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10:16).

Muchos otros pasajes reiteran el vínculo esencial entre la obediencia y la salvación. Jesús dijo, “No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Solo el hombre que ambos oye y hace la Palabra del Señor será salvo (Mateo 7:24-27). Jesús también dijo, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15); “El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23).

El Señor castigará con destrucción eterna a aquellos que no “obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:7-10). Jesucristo ha llegado a ser el “autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9).

Pedro dijo, “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 Pedro 4:17).

Juan dio la siguiente prueba de un cristiano: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en El; pero el que guarda su palabra, en Este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en El.” (1 Juan 2:3-5).

Conocemos a Dios, tenemos el amor perfecto de Dios en nosotros, y estamos en Dios solo cuando obedecemos a Dios. El verdadero creyente obedecerá los mandamientos de Dios y así sabrá que tiene amor (1 Juan 5:1-3).

Cuando Dios envió al ángel de la muerte a visitar cada casa en Egipto, los israelitas no fueron protegidos automática y simplemente a causa de su actitud mental. Ellos tenían que aplicar la sangre del cordero de la Pascua a los postes de sus puertas (Exodo 12). Estaban seguros solo cuando expresaron su fe por medio de la obediencia al mandamiento de Dios.

“Por la fe [Moisés] celebró la pascua, y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos” (Hebreos 11:28). De la misma manera, la fe salvadora de hoy incluye la obediencia activa. Debemos aplicar la sangre del Cordero a nuestras vidas por medio de la obediencia a Su evangelio del arrepentimiento, del bautismo en agua en Su nombre, y del recibir Su Espíritu.

Alguien que realmente cree la Palabra de Dios la obedecerá. La Palabra de Dios enseña el bautismo en agua, así que el que cree a la Biblia se bautizará. La Palabra de Dios promete el don del Espíritu, por tanto el verdadero creyente esperará, buscará, y recibirá este don. Un escritor protestante ha declarado, “Los cristianos han afirmado históricamente que para disfrutar una relación con Dios que transforma la vida, una persona debe creer y debe obedecer al evangelio.”[13]

Otro teólogo protestante escribió, “El contenido de la fe de hecho puede ser captado en una sola declaración: Jesús es Señor (1 Corintios 12:3). . . . Por consiguiente, decir con fe que ‘Jesús es Señor’ también significa comprometerse a la obediencia.

Creer el hecho es obedecer la citación implícita en el hecho; y solo en la obediencia se reconoce verdaderamente el hecho. . . . Para Pablo la obediencia es lo mismo que la fe, así como la falta de obediencia es una falta de fe.”[14] El teólogo Dietrich Bonhoeffer dijo, “Solo el que cree es obediente, y solo el que es obediente cree.”[15]

La Fe y las Obras

La Biblia enseña también que no se puede separar la fe de las buenas obras. “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras” (Tito 3:8).

No hay fe aparte de obras ni sin ellas. Santiago escribió de la imposibilidad de separar la fe de las obras: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? . . . Así también, la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.

Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Más quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?

Y su cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe . . . Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:14, 17-24, 26).

Algunos ven una contradicción en las enseñanzas de Pablo acerca de la fe y las enseñanzas de Santiago acerca de las obras. A Martín Lutero no le gustaba el Libro de Santiago—e incluso cuestionaba su lugar en la Biblia— porque el pensaba que contradecía a la justificación por la fe.

Sin embargo, las epístolas de Pablo y la epístola de Santiago son igualmente parte de la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios no se contradice. Las escrituras de Pablo y de Santiago se complementan y se encajan juntas en un todo armonioso.

Pablo enfatizó que somos salvos por la fe en Jesús, y no por nuestras obras. Dios nos ha comprado la salvación y la aceptamos por la fe; no compramos la salvación con buenas obras. En particular, Pablo enfatizó que guardar la ley de Moisés no puede salvar a nadie porque las observancias ceremoniales no tienen el poder en ellos mismos para limpiar el pecado.

Santiago reconoció también que “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto” (Santiago 1:17), inclusive la salvación. El dijo que el tipo de fe que salva necesariamente producirá las obras. En otras palabras, no podemos demostrar la fe en teoría aparte de las obras; la única manera en que Dios o alguien más puede ver nuestra fe es por medio de nuestra reacción. La fe no es solamente una condición de la mente, sino es una fuerza que cambia la vida.

Pablo mencionó a Abraham como un ejemplo de la justificación por la fe (Génesis 15:6; Romanos 4:1-3). Santiago usó el mismo ejemplo para mostrar que la fe solo puede demostrarse por medio de las obras. Sin las obras, la fe de Abraham habría estado muerta.

¿Qué habría pasado si Abraham hubiera dicho, “Le creo a Dios” pero hubiera negado a ofrecer a Isaac? Según Santiago, él no habría tenido la fe verdadera y por eso no habría sido justificado. Después de que Abraham voluntariamente hubo ofrecido a Isaac, Dios mismo le dijo, “te bendeciré . . . por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:16-18).

La descripción de Pablo de la fe de Abraham lleva a la misma conclusión. En esperanza contra esper- anza Abraham creyó. El no consideró las limitaciones humanas, no dudó de la promesa de Dios, era fuerte en fe, dio la gloria a Dios, y estaba plenamente convencido (Romanos 4:18- 21).

Este pasaje no describe el asentimiento mental aparte de las obras sino la fe activa que apoyaba a Abraham en su conducta a lo largo de muchos años—una fe que lo hizo confiar en Dios y entregarse totalmente a El.

Cualquier confusión restante se aclara cuando comprendemos que Pablo y Santiago usaron los mismos términos en unos contextos y maneras algo diferentes. En Romanos, fe significa la fe verdadera en Dios con todos sus significados; en Santiago quiere decir asentimiento mental que pudiera no afectar la conducta de uno, lo que no sería en absoluto la fe verdadera y viva.

En Romanos, la palabra obras significa obras muertas que pueden hacerse aparte de la fe; en Santiago significa obras vivas que solo pueden hacerse a través de la fe, y esas atestarán a la existencia de la fe. En Romanos, ser justificado significa “declarado justo por Dios”; en Santiago significa “mostrado como justo.” W. E. Vine hizo un comentario acerca de esta armonía entre Pablo y Santiago:

“Hablando de la justificación por las obras, la llamada contradicción entre Santiago y el Apóstol Pablo solo aparenta serla. . . . Pablo estaba pensando de la actitud de Abraham hacia Dios, su aceptación de la palabra de Dios. . . . Santiago (2:21-26) está ocupado con el contraste entre la fe que es verdadera y la fe que es falsa, una fe estéril y muerta que actualmente no es fe.”[16]

Es evidente que tanto Pablo como Santiago están de acuerdo que la fe salvadora producirá una confianza en Dios que cambiará la vida, y esto será evidenciado por las obras. Pablo enseñó que somos salvos por la fe; Santiago enseñó que la fe salvadora producirá obras y solo se ve por medio de las obras. Si las obras no acompañan a la fe de una persona, algo anda mal con su fe.

Hebreos 11 ilustra en una manera hermosa la relación complementaria entre la fe y las obras. El propósito principal de este capítulo es mostrar cuán necesaria es la fe, y mostrar lo que la fe producirá. Nombra muchos héroes del Antiguo Testamento y hace nota de sus obras hechas “por la fe.” Este pasaje demuestra que la fe siempre producirá obras y que solo se puede ver por medio de las obras. Cada vez que el escritor describió la fe de alguien, también nombró las acciones que la fe produjo.

Ciertamente, somos salvos por gracia por medio de la fe. Confiamos en la obra de Dios para traer la salvación, y no en nuestras propias obras. Sin embargo, esto no nos libra de nuestra responsabilidad de responderle a Dios, de obedecerle, y de actuar sobre nuestra fe. La fe salvadora es una fe viviente que obra.

La Fe Continua

La fe salvadora no es solamente una condición temporal sino es una relación continua con Jesucristo. No somos salvos por un solo hecho de fe. Más bien, “el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17; Gálatas 3:11; Habacuc 2:4). Colosenses 2:6 dice, “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en El.”

La Biblia habla a menudo de la fe en el tiempo presente, así indicando la fe continua. Por ejemplo, la palabra creer en Juan 3:16 indica la fe continua: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” La salvación no es solamente una experiencia en el pasado; es una relación en el tiempo presente que llevará a la salvación eterna.

Debemos vivir diariamente por la fe para ser salvos al final. Es mucho más fácil ver la relación íntima entre la fe y las obras cuando comprendemos este hecho. La fe es progresiva; le lleva cada vez más allá en la voluntad de Dios.

El Objeto de la Fe

Tal como la fe no tiene mérito aparte de la respuesta, así también la fe no tiene mérito aparte del objeto de fe. La fe misma no tiene ningún valor. Si en sí misma la fe del hombre fuese meritoria, sería entonces la justificación por la fe simplemente una forma más por la cual el hombre se salva sí mismo.

El valor de la fe depende totalmente del objeto de la fe. Somos salvos por Aquel en quien hemos puesto nuestra fe, y no por el hecho de tener la fe. Cuando Pablo usó a Abraham como un ejemplo de justificación por la fe, él señaló que Abraham creyó a Dios, el Ser omnisciente y omnipotente que podía cumplir Sus promesas (Romanos 4:16-17).

Pueda ser que los religiosos paganos tengan una gran fe, pero no son salvos, puesto que no tienen fe en Jesús. Ya que la salvación viene solamente por Jesús, es sumamente importante tener fe en El.

Esto significa también que debemos tener fe en Su Palabra. Muchas personas tienen una gran fe en ciertos sistemas religiosos que profesan a Cristo, pero no son salvos porque su fe no está basado en la Palabra de Dios y el evangelio de Cristo. Tener fe en un sistema artificial y ser sincero en aquella creencia no es suficiente.

Debemos adorar a Dios en verdad tanto como en espíritu (Juan 4:24). Jesús dijo, “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). Debemos creer de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras. No hay poder salvador en la fe mental del hombre aparte de la fe en Jesús y obediencia a y Su Palabra.

La Fe y el Arrepentimiento

Ahora déjenos analizar con más detalles exactamente lo que la fe en Jesús producirá. La fe y el arrepentimiento obran juntos en la salvación. Jesús predicó, “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Una persona debe tener un poco de fe para arrepentirse.

Nadie busca arrepentirse del pecado a menos que cree que el pecado es malo y que el arrepentimiento no solo es posible sino necesario también. La Palabra de Dios declara que todos perecerán sin el arrepentimiento, y que todos los hombres en todo lugar deben arrepentirse (Lucas 13:3; Hechos 17:30). Ciertamente, entonces, la fe en la Palabra de Dios conducirá al arrepentimiento.

Algunos debaten si el arrepentimiento precede o sigue a la fe. Los teólogos luteranos tradicionalmente han considerado el arrepentimiento como algo que precede a la fe, mientras Calvino lo describía como un producto de la fe.

Todo depende del uso del término fe. Si, por ejemplo, una persona lo usa para denotar el momento de la salvación, entonces el arrepentimiento debe precederla porque el arrepentimiento es un requisito previo para recibir la salvación. Por otro lado, si uno considera la fe como un proceso continuo así también como un punto en el tiempo, entonces la fe puede preceder al arrepentimiento tanto como lo puede seguir. Este último punto de idea es apoyado por las Escrituras.

La fe puede tener su comienzo la primera vez que uno oye la Palabra de Dios aunque en aquel momento la fe no produzca la salvación. Hemos explorado los ejemplos bíblicos que demuestran que una persona puede tener algún grado de fe antes de recibir la experiencia de la salvación.

Una persona no es salva el momento que la fe empieza, sino la salvación es experimentada mientras la fe madura, toma control de su corazón, y le lleva a una reacción positiva a Cristo y al evangelio, lo que le hace obedecer las Escrituras en el arrepentimiento, el bautismo en agua, y buscando y recibiendo el don del Espíritu.

El arrepentimiento, entonces, sigue al primer momento de la fe pero precede a la expresión llena de la fe salvadora (la experiencia del nuevo nacimiento). Quizás se puede describir mejor el arrepentimiento como la primera “reacción de fe” al evangelio, porque el arrepentimiento es el principio de una vida de fe y es el hecho inicial de fe.

La Fe y el Bautismo en Agua 

La fe en Dios también conducirá en el bautismo en agua. Jesús dijo, “El que el creyere y fuere bautizado será salvo” (Marcos 16:16). Obviamente El enseñó que la fe conduciría al bautismo, y la historia de la Iglesia primitiva afirma esta verdad. Después del sermón de Pedro en el Día de Pentecostés, “los que recibieron su palabra fueron bautizados” (Hechos 2:41).

Cuando los samaritanos “creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban” (Hechos 8:12). El carcelero filipense creyó y se bautizó en la misma hora que Pablo lo amonestó a creer (Hechos 16:31-34). Cuando Pablo predicó en Corinto, muchas personas “creían y eran bautizados” (Hechos 18:8).

En muchas otras ocasiones personas fueron bautizadas cuando oyeron y aceptaron el evangelio (Hechos 8:36-38; 9:18; 10:47-48; 16:14-15; 19:5). Concluimos que el bautismo en agua es un hecho de fe—una reacción de fe hacía Dios. La verdadera fe en Dios y en Su Palabra hará que el creyente se someta en el bautismo en agua.

Un erudito bautista declaró, “Hay, de hecho, mucho que se puede decir acerca de la disputa, apoyado independientemente por los teólogos de varias escuelas, que en el Nuevo Testamento la fe y el bautismo se consideran como inseparables cuando se habla del asunto de la iniciación cristiana . . . El bautismo es . . . la cita divinamente fijada de la gracia para la fe. Es . . . la expresión externa indispensable y el momento principal del hecho de fe.”[17]

La Fe y el Espíritu Santo

La fe también conducirá a uno a recibir el don del Espíritu Santo. Jesús dijo, “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7:38). Juan explicó que Jesús hablaba del Espíritu Santo: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:39).

Pedro enseñó que el don, o el bautismo, del Espíritu Santo viene a todos los que creen en el Señor Jesucristo. El identificó la experiencia de Cornelio como el bautismo pentecostal del Espíritu y preguntó, “Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (Hechos 11:15-17). En otras palabras, Pedro identificó al “creer en el Señor Jesucristo” con ser bautizado con el Espíritu.

Pablo también esperó que los creyentes recibieran el Espíritu Santo. Cuándo encontró a algunos discípulos de Juan el Bautista en Efeso, El preguntó, “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” (Hechos 19:2).

Pablo enseñó más allá en sus epístolas que se recibe el Espíritu Santo por medio de la fe: “Para que en Jesucristo la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:14). “Y habiendo creído en El [Cristo], fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13).

La conclusión inevitable es que la fe conducirá a la persona a recibir el Espíritu Santo. En otras palabras, el verdadero creyente recibirá el Espíritu Santo; se demuestra que su fe es genuina y completa cuando Dios le concede el don del Espíritu.

El Arrepentimiento, el Bautismo en Agua y las Obras

¿Se puede clasificar como obras al arrepentimiento y el bautismo en agua? No son obras en el sentido de cosas que el hombre hace para ayudarse ganar su salvación, sino son obras salvadoras de Dios. La fe salvadora se expresa necesariamente por medio del arrepentimiento, el bautismo en agua, y el recibir el Espíritu.

En sí mismo, el hombre no tiene el poder de volverse del pecado, pero Dios lo lleva al arrepentimiento y le da el poder de arrepentirse. Dios obra el arrepentimiento en el hombre, cambiando su mente y su dirección.

De la misma manera, Dios perdona el pecado en el bautismo. Sin la obra de Dios y la fe en Su obra, el bautismo es un rito sin sentido. Finalmente, recibir el Espíritu Santo ciertamente no es una obra de parte del hombre; el Espíritu es una dádiva libre de Dios que la persona recibe por la fe.

El papel del hombre en todo esto es de simplemente creer el evangelio, buscar el arrepentimiento, someterse en el bautismo en agua, y permitir que Dios le llene con el Espíritu. Estos elementos son todos una parte de la apropiación, la reacción, el compromiso, la confianza, y la obediencia que la fe salvadora necesariamente incluye. Esta “reacción de fe” de parte del hombre ni gana ni compra la salvación, pero es una reacción necesaria para recibir la salvación.

Dios ofrece la salvación libremente a todos en base de la expiación de Cristo, pero solo aquellos que expresan fe en Dios reciben la salvación. O el hombre permite que Dios haga la obra de la salvación (por su fe y obediencia) o El niega que Dios obre (por la incredulidad y la desobediencia).

Dios llama a una persona, guía a aquella persona a Él, le cambia la mente y la dirección (el arrepentimiento), le lava sus pecados (en el bautismo en agua), le bautiza con Su Espíritu, le guarda en Su gracia, y le da el poder de vivir una vida santa. Esta acción de parte de Dios constituye Su salvación del hombre en la edad presente.

La Confesión, la Fe y la Salvación

¿Contradice a Romanos 10:8-10 esta conclusión acerca de la fe salvadora? Este pasaje dice, “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”

Algunos creen que este pasaje significa que la salvación viene automáticamente si uno asiente mentalmente que Jesús resucitó de los muertos y confiesa verbalmente que Él es Señor. Sin embargo, esta interpretación contradice la verdad que la fe salvadora incluye la apropiación y la obediencia.

De acuerdo con esta idea, muchos serían salvos que ni sostienen que viven para Dios. Incluso los demonios se salvarían, porque ellos saben que Jesús está vivo, le confiesan verbalmente, y creen en un solo Dios (Mateo 8:29; Santiago 2:19). Claramente, tal comprensión superficial de Romanos 10:8-10 no es adecuada.

Al seguir la lectura de Romanos 10, esto se hace aún más claro. El versículo 13 dice, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” ¿Significa esto que son salvos todos los que pronuncian verbalmente el nombre de Jesús? Ciertamente no; de otro modo, el nombre de Jesús sería meramente una fórmula mágica.

Además, el versículo 16 enseña que una falta de obediencia indica una falta de fe: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice, Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” Muchos confesarán verbalmente a Jesús como Señor y llamarán Su nombre, pero solamente aquellos que realmente hacen la voluntad de Dios serán salvos (Mateo 7:21-23). A pesar de la confesión verbal de fe de una persona, si niega a obedecer el evangelio, no tiene la fe salvadora.

Si esto es así, ¿cuál es la interpretación correcta de Romanos 10:8-10? En primer lugar, debemos comprender que Pablo estaba escribiendo a cristianos. Su propósito era recordarles de cuán accesible realmente es la salvación (versículo 8).

Él no tenía que explicar en detalle el nuevo nacimiento porque sus lectores ya lo habían experimentado. El simplemente estaba recordándoles que el fundamento de la salvación siempre es la fe en Jesucristo y en el evangelio, y en la confesión pública de aquella fe al mundo en que ellos vivían.

Un comentarista, hablando del libro de Romanos, notó que Pablo en este pasaje hizo referencia a la fe que nos trajo a una relación apropiada con Cristo y a la confesión que es el medio por el cual mantenemos esa relación.

“Si decimos que la salvación significa “seguridad”, quizás tenemos el mejor equivalente. Recibimos la justicia por medio de la fe, y experimentamos aquella justicia como “seguridad‘’ por la confesión incesante de Cristo como Señor . . . mientras creer en Cristo trae al hombre a una relación correcta con Dios, la confesión de fe le mantiene en aquella relación apropiada y le guarda continuamente seguro hasta la salvación final.”[18]

En segundo lugar, debemos leer Deuteronomio 30:14, porque este es el versículo que Pablo citó en Romanos 10:8; “Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.” Este versículo demuestra que el confesar y el creer necesariamente incluyen la obediencia a la Palabra de Dios.

En tercer lugar, “confesar con la boca al Señor Jesús” significa dar una confesión verbal y verdadera que Él es Señor. Sin embargo, para que esto sea verídico, tenemos que someter nuestras vidas a Él como Señor y ser obedientes a Él. ¿Cuándo Le confesamos primeramente a Jesús como Señor?

 La confesión verbal viene cuando invocamos Su nombre en el bautismo en agua (Hechos 22:16) y cuando hablamos en lenguas en el bautismo del Espíritu (Hechos 2:4). Después de todo, nadie puede confesar que Jesús es Señor sino por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3).

En el sentido más exacto de este pasaje, nadie puede verdaderamente confesar a Jesús como Señor de su vida hasta que haya recibido el Espíritu y esté viviendo por el poder del Espíritu. Interesantemente, F. F. Bruce, en Los Comentarios de Tyndale del Nuevo Testamento, también unió este pasaje en Romanos 10 con 1 Corintios 12:3.

También unió la confesión con el bautismo en agua: “Si vamos a pensar de una ocasión excelente para hacerse una confesión así, más probablemente debemos pensar en aquella primera confesión . . . hecha en el bautismo cristiano.”[19]

En cuarto lugar, creer en el corazón que Dios ha levantado a Cristo de los muertos significa una verdadera fe que incluye la confianza. Debemos creer en la resurrección y debemos confiar en este evento sobrenatural para la salvación. Confiamos en la resurrección para hacer eficaz la muerte expiatoria de Jesucristo (Romanos 4:25) y para darnos nueva vida por medio del Espíritu del Cristo resucitado (Romanos 5:10; 6:4-5; 8:9-11). Por consiguiente, la verdadera fe en la resurrección de Jesucristo nos llevará a aplicar Su expiación a nuestras vidas y después a recibir Su Espíritu.

Invocar el Nombre del Señor

Cuando Romanos 10:13 dice, “porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo,” quiere decir más de una mera invocación verbal del nombre de Jesús. De otro modo, la fe misma no sería necesaria. La fe salvadora es más que una confesión verbal de Cristo, porque ese hecho sólo no es suficiente. (Véase a Mateo 7:21.)

Obviamente Romanos 10:13 describe la expresión sincera del corazón de alguien que cree en Jesús. La confesión verbal es un paso en aquella dirección, pero se exigen la fe viviente y la obediencia para hacer válida aquella confesión.

El punto principal de Romanos 10:13 no es dar una fórmula para la salvación sino enseñar que la salvación es para todos. El énfasis está en todo aquel. Pablo citó este versículo para apoyar su declaración que “no hay diferencia entre judío y griego: pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Romanos 10:12).

La cita aparece originalmente en Joel 2:32, que sigue la profecía de Joel acerca del derramamiento del Espíritu sobre toda carne en los últimos días (Joel 2:28-29) y el juicio de Dios del últi- mo día (versículos 30-31). Joel 2:32 explica que todos que invocan a Jehová serán librados de este juicio.

Pedro aplicó esta profecía al derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés (Hechos 2:21). Además, Ananías mandó a Pablo (el escritor del libro a los Romanos) a invocar el nombre del Señor en el bautismo en agua (Hechos 22:16).

En resumen, llegamos a dos conclusiones acerca de “invocar el nombre del Señor.” Primeramente, no proclama una salvación de “creencia fácil”, sino enseña que la salvación de Dios está libremente disponible a todos aquellos que le buscan y le invocan por fe. Segundo, si alguien realmente invoca al Señor, recibirá Su Espíritu e invocará Su nombre en el bautismo.

Un Sólo Plan de Salvación

Creemos que Dios siempre ha hecho disponible la salvación a la humanidad de acuerdo a un solo plan, a saber, por gracia por medio de la fe basada en la muerte expiatoria de Cristo. Dios ha tratado con el hombre en varias maneras a través de las edades, pero al fin y al cabo, todos Sus tratos descansan en este único plan.

Aunque nuestra época ha visto la plenitud de la gracia de Dios hasta el punto que podemos llamarla la edad de gracia (Juan 1:17), la salvación en todas las épocas ha sido un producto de la gracia de Dios y no las obras del hombre. Si el hombre en algún momento pudiera haberse salvado, podría hacerlo todavía, pero la Palabra de Dios declara que no lo puede hacer.

De igual modo, el principio de la fe ha llegado a ser tan claro en esta edad que podemos llamarla la edad de la fe (Gálatas 3:23-25), pero Dios siempre ha requerido la fe. Abraham fue justificado por la fe (Gálatas 3:6). Aunque algunos judíos pensaban que su salvación descansaba en las obras de la ley, guardar la ley nunca era de ningún valor sin la fe (Mateo 23:23; Romanos 2:29; 4:11- 16; 9:30-33).

Por supuesto, la fe siempre ha incluido la obediencia. Como parte de su fe en Dios, Abraham obedeció el mandamiento de dejar su patria, confió en las promesas de Dios, y ofreció a su hijo Isaac otra vez a Dios (Romanos 4:16-22; Hebreos 11:8-10, 17-18; Santiago 2:20-24).

Como parte de su fe en Dios, los judíos se adhirieron a la ley de Dios como le fue revelada a Moisés, incluso el sistema de los sacrificios de sangre (Hebreos 11:28-29). Como parte de nuestra fe, obedecemos al evangelio de Jesucristo. Toda esta obediencia era y es necesaria, pero la salvación en cada edad ha venido por la fe, y no por las obras.

Finalmente, la salvación en cada edad ha descansado en la muerte expiatoria de Jesucristo. Él era el único sacrificio que podía perdonar el pecado en todas las edades (Hebreos 9:22; 10:1-18). La muerte de Cristo hizo expiación para los pecados de todo las edades. “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:25).

Los santos del Antiguo Testamento eran salvos por la fe en el plan futuro de Dios de la expiación. Ellos expresaron su fe (sin comprenderla totalmente) por obedecer el sistema de sacrificios que Dios había mandado. Los santos del Nuevo Testamento son salvos por la fe en el plan pasado de Dios de la expiación. Ellos expresan su fe por obedecer el evangelio de Jesucristo.

Los requisitos de obediencia en el Antiguo Testamento, como la circuncisión y el sacrificio de sangre, eran consistentes con el principio de la justificación por la fe, y los requisitos de obediencia en el Nuevo Testamento, como el arrepentimiento y bautismo en agua, también son consistentes con la justificación por la fe.

La Fe Salvadora

Basada en nuestra discusión en este capítulo, aquí presentamos nuestra definición de la fe salvadora en nuestra edad. La fe salvadora es la aceptación del evangelio de Jesucristo como el único medio de nuestra salvación, y la apropiación (la aplicación) de aquel evangelio a nuestras vidas por medio de la obediencia a sus requisitos.

La fe salvadora descansa en Jesús, en Su muerte sacrificadora en la cruz, en Su resurrección, y en las enseñanzas de Su Palabra. La fe salvadora se expresa por medio de nuestra obediencia al evangelio de Cristo y por nuestra identificación con El. Es una fe viviente que obra.

El evangelio de Jesucristo es Su muerte, sepultura y resurrección (1 Corintios 15:1-4). Aplicamos el evangelio a nuestras vidas—nos identificamos con Cristo y Su obra redentora—por el arrepentimiento, el bautismo en agua en el nombre de Jesús, y recibir el don del Espíritu Santo (Romanos 6:3-5). No importa cómo lo analicemos, la fe salvadora produce estos tres elementos, halla expresión por medio de ellos, nos lleva a ellos, los produce, y los incluye.

Una Analogía de la Gracia y la Fe

Aquí presentamos una analogía que puede ayudar a poner en su perspectiva lo que hemos aprendido. Supongamos que David le dice a Juan, “Espérame mañana por la mañana en el banco a las 10:00 horas y te daré un don de $1,000 [mil dólares americanos].” (Esta es una condición de recibir el don.) Si Juan realmente le cree a David, él aparecerá en el lugar designado y a la hora designada. (La fe necesariamente produce confianza, una reacción, y la dependencia).

Si Juan aparece allí, ¿ha ganado el dinero por eso? Claro que no, porque el dinero es un don libre. Sin embargo, su apariencia es una condición necesaria que él debe satisfacer para poder recibir el don. (La gracia es de parte de David, la fe es de parte de Juan.) Si Juan no aparece, no recibirá el don y la responsabilidad por el fracaso descansará totalmente en él. (Demuestra una falta de fe en la promesa).

Del mismo modo, debemos responder a Dios con fe por buscar el arrepentimiento, el perdón de los pecados en el bautismo en agua y el bautismo del Espíritu. Si hacemos esto, Dios concederá bondadosamente nuestra petición, y recibiremos la salvación completamente como una dádiva libre y no como un derecho ganado. Si no respondemos en obediencia a la Palabra de Dios, no recibiremos la salvación, y la culpa descansará totalmente en nosotros.

La Gracia, la Fe y el Nuevo Nacimiento

Las doctrinas de la gracia y de la fe no eliminan la necesidad del nuevo nacimiento, sino explican cómo lo experimentamos. La doctrina de la gracia enseña que el nuevo nacimiento es una dádiva libre de Dios que ni ganamos ni merecemos. La doctrina de la fe enseña que recibimos el nuevo nacimiento dependiendo total y exclusivamente en Cristo y Su evangelio. La fe es el medio por el cual apropiamos la gracia de Dios, nos rendimos a El, y permitimos que El realice Su obra salvadora en nosotros.

La fe genuina en Dios siempre incluye la obediencia a Su Palabra. Si creemos en Jesús, obedeceremos Sus mandamientos de arrepentirnos y ser bautizados. Si tenemos fe en Cristo y en Su muerte expiatoria, El perdonará nuestros pecados en el bautismo en agua; de otro modo, simplemente nos mojamos en el bautismo. Si creemos en Jesús según las Escrituras, Él nos llenará con Su Espíritu. Después de esto, la fe guardará al creyente renacido en una relación continua con Jesucristo que incluye la obediencia continua y la santidad de vida por medio del poder del Espíritu que mora en él. En resumen, la experiencia del nuevo nacimiento es una dádiva libre de Dios que recibimos por medio de la fe en Jesucristo.

[1] David Hesselgrave, Comunicando a Cristo Entre Las Culturas (Grand Rapids: Zondervan, 1978), pág. 106.
[2] Donald Bloesch, Esenciales De La Teología Evangélica (San Francisco: Harper & Row, 1978), 11, 250, citando a Benjamín Warfield, “La Justificación Por La Fe,” La Verdad Presente, Tomo 4, No. 4 (Agosto de 1975), pág. 9.
[3] Webster, pág., 816.
[4] La Biblia Amplificada (Grand Rapids: Zondervan, 1965), pról- ogo del publicador.
[5] W E. Vine, Un Diccionario Expositorio de Palabras del Nuevo Testamento (Old Tappan, N.J.: Fleming H. Revell, 1940), pág. 118.
[6] Ibidem, pág. 411.
[7] Ibidem
[8] Charles Erdman, La Epístola de Pablo a Los Romanos (Filadelfia: Wesminster Press, 1966), pág. 77.
[9] Bloesch, 207.
[10] Ibidem
[11] Ibidem, pág. 224.
[12] William Evans, Las Grandes Doctrinas de la Biblia (Chicago: Moody Press, 1974), pág. 145.
[13] Bruce Demarest, “Cómo Conocer Al Dios Vivo,” Christianity Today, 18 de marzo de1983, pág. 40.
[14] Lewis Smedes, Unión con Cristo (Grand Rapids: Eerdmans, 1983), pág. 147.
[15] Dietrich Bonhoeffer, El Costo del Discipulado, 2 ed., R. H. Fuller, trad. (Nueva York: Macmillan, 1959), pág. 69. El énfasis está en el original.
[16] Vine, págs. 625-26.
[17] G. R. Beasley-Murray, El Bautismo en el Nuevo Testamento (Grand Rapids: Eerdmans, 1974), pág. 272-74.
[18] W. H. Griffith Thomas, La Epístola de Pablo a los Romanos (Grand Rapids: Eerdmans, 1974), pág. 279.
[19] F. F. Bruce, La Epístola de Pablo a los Romanos, Tomo VI de Los Comentarios Tyndale del Nuevo Testamento (Grand Rapids: Eerdmans, 1963), pág. 205.