LA OBRA DE CRISTO EN RELACIÓN CON LA KENOSIS

Por: Jason Dull. Cristología: Jesucristo, Completamente Dios y Completamente Hombre

LA OBRA DE CRISTO RELACIONADA CON LA KENOSIS

El pasaje de la kenosis no solo tiene incidencia significativa en la comprensión del ministerio de Cristo, sino que también tiene incidencia significativa en su obra.

El ministerio que Dios necesitó realizar a favor del hombre, es la razón por la que optó por limitar su esencia divina cuando asumió una existencia humana.

El Nuevo Testamento tiene mucho qué decir acerca del sacerdocio de Cristo o su papel mediador, sobre todo en el libro de Hebreos. Un sacerdote es alguien que representa al pueblo de Dios. Por contraste, un profeta llega a la gente representando a Dios y su Palabra. Por ejemplo, Pablo dijo que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1. Timoteo 2:5).

Tenga en cuenta que es el hombre Cristo Jesús, quien es el mediador. Si la deidad de Jesús sirvió como mediadora, entonces tendríamos que creer que su deidad es inferior a la del Padre. Pablo declaró específicamente, que el hombre Cristo Jesús es quien desempeñó este papel mediador. En la encarnación, Jesús se convirtió en el mediador entre Dios (Espíritu) y el hombre (carne), al asumir la humanidad. Él pudo ser este mediador, porque Dios unió la deidad completa y la humanidad completa en la única persona de Jesucristo.

Jesús declaró su papel de mediador cuando dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6). (También te puede interesar: La Obra Salvadora de Jesucristo)

El autor de Hebreos, hizo hincapié en el sacerdocio de Jesús a los creyentes (2:17-18, 3:1, 4:14-16, 5:1-10, 6:20, 7:1-28, 8:1-13, 9:11, 9:24-28, 10:11-12, 10:21-22, 13:11-12). Aunque este no es el único propósito de la encarnación, es uno de los más importantes para nosotros. 

Entendemos mucho mejor el por qué Dios escogió limitar el ejercicio de su deidad, cuando comprendemos su papel como el Sumo Sacerdote del Nuevo Pacto. Al igual que cualquier sacerdote tiene que ser solidario con aquellos a quienes representa ante Dios, Jesús también fue capaz de solidarizarse con aquellos a quienes representa ante Dios, porque Él era un ser humano auténtico como nosotros (Hebreos 2:14, 2:16-17, 5:1-3, 5:5-6).

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El autor declaró el propósito de la encarnación de Dios, cuando dijo: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:17-18). 

Dios se hizo hombre, de modo que Él pudiera ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel para la humanidad perdida. Como parte de ser un humano, Jesús enfrentó tentaciones genuinas (Mateo 4:1-11 y Lucas 4:1-14). Dios quiso ser tentado en la carne, para poder ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel para nosotros.

Algunos ven un problema en esto, porque Santiago 1:13 dice que Dios no puede ser tentado. Su razonamiento es que si Jesús es Dios, Él no podría haber sido realmente tentado, por lo que sólo parecía que Jesús fue tentado. 

El otro único camino para los que ven un problema aquí, sería el de confesar que Jesús fue tentado en verdad, pero que no era realmente Dios. Esto no es plausible, por lo que negar la verdad de sus tentaciones no es la ruta para explicar las tentaciones de Cristo. Al hacer esto, se negaría la integridad y la autenticidad de su humanidad.

Negar la legitimidad de las tentaciones de Jesús, no es la respuesta para conciliar esta aparente contradicción. La respuesta se encuentra en la comprensión de la naturaleza de la encarnación. Debido a que Dios asumió una existencia humana auténtica, Él experimentó la tentación como cualquiera de nosotros. 

No se puede argumentar que Jesús no pudo haber sido tentado porque Él no tenía la naturaleza de pecado, ya que Adán y Eva experimentaron la tentación, y sin embargo eran sin pecado. La diferencia entre Jesús y Adán, es que Jesús nunca sucumbió ante el poder de la tentación.

La tentación de Jesús no fue solo una experiencia genuina, sino que Él debe haber sentido todo el peso de su poder, porque nunca se rindió ante ella. A menudo, cuando somos tentados, cedemos con bastante rapidez, por lo que nunca sentimos todo el peso del poder de la tentación. 

Jesús resistió la tentación por el poder del Espíritu Santo, hasta que la derrotó. Cuanto más la resistió, más Satanás quiso ponerla sobre Él. Debido a que Jesús sintió toda la fuerza de la tentación, es que Él «es poderoso para socorrer a los que son tentados».

Si fue con base a su deidad que Jesús venció las tentaciones que enfrentó, ¿qué clase de victoria sería esta? Si Jesús resistió la tentación porque Él era Dios, no se puede decir que la enfrentó verdaderamente o que sintió la tentación, ya que Dios no puede ser tentado. 

En lugar de confiar en su deidad (que era latente dentro de él), Él puso su confianza en el Espíritu Santo como cualquier hombre debe hacerlo para vencer la tentación. Jesús tuvo éxito donde Adán falló, no porque Él sea Dios, sino porque Él se sometió perfectamente al Espíritu Santo. 

Él es nuestro ejemplo que nos recuerda que nosotros también podemos vencer la tentación si nos apoyamos en el poder del Espíritu Santo. Jesús sintió verdaderamente nuestras tentaciones y fue capaz de superarlas a través del poder del Espíritu, y ahora es capaz de compadecerse de nosotros y de ayudarnos cuando nos enfrentamos a nuestras tentaciones.

En esta misma línea de pensamiento, el autor declara: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). 

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Debido a esta realidad, el autor advirtió: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (v. 16). Otra vez aquí, se dice que Jesús fue tentado. No fue una fachada o farsa, sino que fue realmente sentida por Jesús. No sólo fue tentado, sino que Él fue tentado en todo según nuestra semejanza.

Aunque yo creo que Jesús fue tentado por algunas de las mismas cosas que nos tientan a nosotros (el licor, la fornicación, el robo, la mentira, etc.), no creo que fue tentado en cada una de las tentaciones a las que nosotros nos enfrentamos. 

Jesús no pudo haber hecho frente a la tentación de consumir heroína, porque este narcótico no era conocido en aquel tiempo, y seguramente las jeringas todavía no se habían desarrollado. La cultura y los avances tecnológicos de una sociedad, afectan la manera en que uno puede ser tentado. 

Parece mejor entender que fue tentado en todo, como una referencia a las tres raíces de todo pecado: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1. Juan 2:16). No importa cuál sea la tentación a la que uno se enfrente, esta se puede remontar a una o más de estas tres raíces del pecado.

Hago hincapié en que Jesús fue tentado de verdad, porque si esto no fue así, entonces no se podría decir que Él es verdaderamente humano. Aunque el pecado no es una marca distintiva de la existencia humana, la posibilidad de ser tentado sí lo es. 

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Si Dios no hubiera renunciado al ejercicio de sus prerrogativas divinas cuando vino en carne, Él no habría sido un verdadero ser humano como nosotros. Sin embargo, tuvo que ser un humano en todos los sentidos, para poder redimirnos de la maldición del pecado. 

Si Jesús se basó en su deidad para funcionar en esta vida, Él no podría haber sentido realmente nuestras tentaciones y por lo tanto no podría haber sido un fiel sumo sacerdote para nosotros en lo que a Dios se refiere. Ya que Él sintió la magnitud completa de nuestras tentaciones, Él puede compadecerse de nuestras debilidades y darnos la gracia para vencerlas.

Esta limitación que Dios se impuso sobre sí mismo cuando se hizo hombre (2. Corintios 5:19) puede ser ilustrada en algo así como si por su propia voluntad e intencionalmente, el más rápido velocista del mundo decidiera correr en una competencia atando sobre sí un pesado saco. 

La unión del corredor con la bolsa, lo hará considerablemente más lento. Este tipo de carrera sería una experiencia nueva para él. A pesar de que su fuerza física individual y su velocidad no han disminuido, se han circunscrito por las condiciones que ahora existen.

El corredor se ve reducido por la limitación de la bolsa, no por la pérdida de su capacidad de funcionamiento. Todavía podría correr tan rápido como siempre lo hace, pero aquella capacidad no es accesible, ya que está limitada por el peso del saco.

O considere que todo un equipo de béisbol cambiara por su propia voluntad la postura de bateo. O sea, que todos los derechos batearan por el lado izquierdo y viceversa. En ambos ejemplos, la esencia de su capacidad y su fuerza no han disminuido, pero las condiciones impuestas sobre sí por su propia voluntad, han limitado el ejercicio de su potencial. [1]

[1] Estas analogías están basadas en las analogías de Erickson, 735-736.

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