Saltar al contenido
Estudios Bíblicos Pentecostales, Prédicas Cristianas Escritas, Sermones

EL PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE ISRAEL

Índice

EL PASADO DE ISRAEL (ROMANOS 9)

Había muchos judíos, así como también gentiles en Roma y Pablo escribió los capítulos 9, 10 y 11 especialmente para ellos. En el capítulo 9, trató principalmente acerca de la historia del pasado de Israel

(También puedes visitar la sección de Estudios Bíblicos)

El privilegio dado por Dios a Israel

En los versículos 1-3, introdujo el tema de Israel al revelar su propio sentimiento por los judíos, que eran sus parientes. El también era judío. Sentía gran pesar porque, como una nación, no había aceptado a Jesús. De seguro él fue movido por el Espíritu de Cristo en su declaración de que él habría deseado ser anatema si tal cosa significara su salvación. De seguro, nadie sino Jesús podía morir por los pecados de otro.

En los versículos 4 y 5 recordó a estos israelitas de los privilegios dados por Dios, que el pueblo de Israel había disfrutado en su historia pasada. Dios había llamado a Abraham de su pueblo para hacer de sus descendientes una gran nación, de la cual saldría Uno por quien todas las naciones habrían de ser bendecidas.

Este fue Jesucristo (Gálatas 3:16). Dios había librado a Israel de la esclavitud egipcia, les había dado la ley de Moisés, había hecho un pacto con ellos y los había enviado a la tierra prometida. No se dieron cuenta, mas su mayor bendición consistió en el privilegio de dar (engendrar) a Cristo, el Salvador del mundo.

El evangelio de Jesucristo había surtido efecto entre ellos (Romanos 9:6). Muchos judíos habían aceptado a Jesús. Prácticamente todos los (le la iglesia primitiva eran judíos, pero sus líderes religiosos no aceptaron a Jesús. 

El cuidado con que Dios escogía los progenitores de la nación de Israel

En los versículos 7-9, Pablo enseñó del significado espiritual del cuidado con que Dios había escogido los progenitores de la nación de Israel. No todo hijo de Abraham podía calificar. Esta nación, que tenía que ser tan importante para el plan de Dios, tenía que venir de Isaac, el hijo de la promesa ordenado por Dios. 

Tampoco podía calificar cualquier hijo de Isaac para perpetuar esta nación, sino que tenía que venir de Jacob, el hijo de la fe. Esto significa que los verdaderos hijos de Dios tenían que ser aquellos de la fe en vez de aquellos de la mera generación natural (Gálatas 4:22-31).

Justicia de los actos soberanos de Dios

En Romanos 9:10-24, Pablo enseñó acerca de la justicia de los actos soberanos de Dios. A pesar de que Dios es soberano, es absolutamente justo y recto en todos sus actos. No tenemos el derecho para cuestionar la justicia o la rectitud de cualquiera de sus hechos, aunque no lo entendamos. 

Dios fue absolutamente justo y sabio en su elección de Jacob antes que a Esaú, antes de nacer, para encabezar la nación de Israel. El sabía que Jacob valoraría la primogenitura, mientras que Esaú la des- preciaría (Génesis 25:21-34). Con todo, les dio a ambos, a Jacob y Esaú, la oportunidad de probar sus actitudes. 

El mismo principio fue implicado cuando Dios trató con Faraón. Dios no endureció el corazón del Faraón en contra de los judíos, sino que, sabiendo cual sería su actitud, le permitió llegar a ser Faraón de Egipto en este tiempo, de manera que El pudiera usar su dureza de corazón para mostrar Su poder al liberar a Su pueblo.

Dios no hace a algunas personas buenas y a otras malas. Todo hombre ha heredado de Adán una tendencia hacia el mal. Algunos, por fe, escogen ser liberados del mal mientras que otros escogen seguir a sus propios deseos carnales. 

Dios, que es omnipotente, sabe de antemano lo que cada uno elegirá. De ahí que sus actos en cada situación son planeados antes de su tiempo. La eternidad es ahora un presente continuo para con nuestro Dios eterno, quien sabe el final desde el principio. El es ambas cosas, justo y misericordioso, al aceptar en Su reino a todo aquel que viene a Él por fe.

Los judíos y gentiles viniendo a Cristo bajo el nuevo pacto

Romanos 9:25, 26 se refiere a una profecía en Oseas 2:23, que evidentemente se refirió a los gentiles viniendo a Jesús bajo el Nuevo Pacto. La profecía de Oseas era sobre el Israel apóstata, siendo entre- gado en cautiverio por Babilonia hasta que se arrepintieran. 

Mientras el pueblo de Israel estaba en Asiria y Babilonia en cautividad, muchos de ellos se volvieron a Jehová y se convirtieron en un testimonio para los paganos que les gobernaban. Muchos paganos llegaron a creer en Jehová Dios y se convirtieron en prosélitos de la religión judía

A los judíos, después que fueron sometidos bajo el régimen de los persas, se les permitió regresar a su tierra (Oseas 2:14-17). Oseas 2:19-22 se refiere evidentemente a los judíos viniendo a Cristo bajo el Nuevo Pacto, y Oseas 2:23 se refiere a la venida de los gentiles a Cristo bajo el Nuevo Pacto.

Romanos 9:27-29 se refirió a la profecía de Isaías del remanente de Israel viniendo a Dios en Cristo (Isaías 10:21-22). Isaías también profetizó que siempre había existido un remanente de fe entre los israelitas (Isaías 1:9). Fue este remanente el que aceptó al Señor Jesucristo y recibió el Espíritu Santo, mas sus líderes, los oficiales de su gobierno religioso, no le aceptaron.

Romanos 9:30-33 explica por qué los líderes de los judíos rechazaron a Jesús, mientras que muchos gentiles le aceptaron bajo el ministerio del Apóstol Pablo y la iglesia primitiva. Los judíos estaban empapados de la creencia de que tenían que salvarse a sí mismo por guardar la ley ceremonial de Moisés. 

Los judíos parecían esperar al Mesías únicamente para liberarlos del régimen gentil y retornarles su reino. Jesús era una piedra de tropiezo para ellos porque ellos no deseaban renunciar a su manera de salvación por la ley de Moisés, la cual no tenía ya efecto a causa del Nuevo Pacto de gracia en Jesucristo.

En el tiempo que Jesús vino a la tierra, muchos gentiles habían llegado a creer en Jehová por sus milagros operados en la vidas de los judíos fieles en la cautividad: Daniel y sus compañeros, Ezequiel, y otros. 

Más tarde, muchos llegaron a creer por medio de los milagros de Jesús durante su ministerio terrenal. Estaban listos para recibir la justicia por la fe mediante el evangelio de Jesucristo. Cristo es el fin de la ley para justicia. Su justicia es dada ahora a todo aquel que crea en él (Romanos 10:4).

Los líderes religiosos de los judíos cumplieron la profecía en su rechazo a Jesús como su Mesías, que Isaías había profetizado:

“Entonces él será por santuario; pero a las dos casas de Israel, por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén. Y muchos tropezarán entre ellos, y caerán, y serán quebrantados; y se enredarán y serán apresados” (Isaías 8:14, 15).

Verdaderamente, Jesús se convirtió en un santuario, un lugar santo, y refugio contra el mal y la vileza (Isaías 32:1-4), para todo aquel que le recibió. Pero aquellos judíos que rehusaron apartarse de las tradiciones de sus ancianos y sus presentes posiciones de autoridad y honor en religión, su Roca de los siglos vino a ser piedra para tropezar.

Estos judíos que lo rechazaron no deseaban asociar a Jesús con el Jehová que había salvado a sus antepasados en el desierto, dándoles agua de la roca (Deuteronomio 8:15-17). Pablo dijo que la roca era Cristo (I Corintios 10:1-4). Dios era la fuente del agua que fluía de la roca en el desierto (Deuteronomio 32:2,4), y Jesús es la fuente del agua de vida (Juan 4:13,14; 7:37-39).

Para aquellos, que creen, él es precioso; mas para aquellos que en desobediencia tropiezan a la palabra del Señor, él que es la roca, cabeza del ángulo del reino de Dios, es hecha piedra de tropiezo y una roca que hace caer (I Pedro 2:7-8; Salmos 118:22). Los judíos rechazaron a su Dios porque no le reconocieron en Jesús.

Alrededor de cuarenta años después que los judíos habían rechazado a su Mesías, el general romano Tito tomó la ciudad de Jerusalén, destruyó su hermoso templo, y fueron forzados a escapar por sus vidas. 

Más de un millón, se dijo, habían perecido en el cerco terrible, y muchos miles fueron vendidos en esclavitud (La Enciclopedia de Grolier, volumen 10, página 156). Indudablemente Jesús se preocupó por todos aquellos que le servían. Él les había dicho que esto ocurriría y les dijo lo que debían hacer (Mateo 24:1-4, 15-22).

ISRAEL EN EL PRESENTE, EN LA ERA DE LA IGLESIA (ROMANOS 10)

El capítulo 10 trata principalmente con el estado presente de Israel en la era de la Iglesia. Pablo introdujo este capítulo al expresar una vez más el deseo de su corazón para la salvación de Israel. Muchos miles de judíos estaban ya en la Iglesia de Jesucristo, mas Pablo hablaba de aquellos que, igual que sus líderes, habían rechazado al Señor Jesús (versículos 1-3). Tenían un celo por Dios, pero no de acuerdo al conocimiento. 

Cristo es la sabiduría y el poder de Dios (I Corintios 1:24). Pablo dijo que si los príncipes de este mundo, incluyendo a los líderes de los judíos, hubiesen conocido esta sabiduría, no habrían crucificado al Señor de gloria (I Corintios 2:8). En incredulidad, trataron de establecer su propia justicia mediante la ley y rehusaron someterse al perfecto plan de Dios de justicia (Romanos 5:17,18).

Cuando Jesús ascendió al cielo y derramó su Espíritu Santo en el día de Pentecostés, la ley fue cumplida (Terminada) (Romanos 10:4) y Su Nuevo Pacto de gracia entró en vigencia (Hebreos 8:6-13; 13:20,21). 

El único beneficio espiritual en la ley de Moisés estaba en su intento de frenar el pecado. Se podía ser justificado por la ley únicamente al guardarla toda desde la tilde hasta la jota (versículo 5; Santiago 2:10; Mateo 5:18), y nadie jamás lo hizo. 

La ley no hizo nada perfecto, sino el advenimiento de una esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios (Hebreos 7:19). Fue cumplida mediante el Nuevo Pacto del amor de Dios siendo derramado en los corazones de sus hijos en el Espíritu Santo (Romanos 5:5; 13:8-10). 

La misericordia de Dios se extendió a través de las edades para Israel en su sistema de sacrificios, que aplazaron su juicio hasta la venida de Cristo. Así que Su misericordia abundante fue cumplida en Jesús (Efesios 2:4-6; 1 Pedro 1:3, 4; Hebreos 4:16).

En Romanos 10:6 y 7, Pablo habló del plan de Dios para la redención del hombre en Jesucristo. Probablemente se refirió a Deuteronomio 30:12, en el cual Moisés dijo al pueblo de Israel que el mandamiento del Señor no era algo fuera de su alcance o conocimiento. 

Se les había dado a los judíos, por medio de Moisés, los mandamientos de Dios. Si obedecían a sus mandamientos, serían bendecidos con la salvación y la prosperidad. Mas, si rehusaran obedecer, no prolongarían sus días sobre la tierra sino que perecerían ciertamente (Deuteronomio 190:11-20). 

Esta parecía ser la actitud de muchos judíos en el tiempo de Pablo. Querían salvarse a sí mismo mediante la ley, a su manera. No podían ascender al cielo para traer a Jesús a la tierra, ni ir al Hades para levantar a Jesús de los muertos. 

Sólo Dios podía efectuar la salvación para el hombre. Había traído a Jesús a la tierra para morir por el hombre, al hacer sombra sobre la virgen María, y le había levantado ya de la muerte y el Hades (Apocalipsis 1:18). 

El plan de Dios para la salvación, la cual forjó en Jesucristo, es el único medio de salvación para la humanidad. La justicia de Dios, que se obtiene para justificación, se alcanza sólo por la fe en la muerte, sepul- tura y resurrección de Jesús. Este es el evangelio de nuestra salvación (Romanos 1:16,17).

La Fe que salva

El precepto de Dios para la fe que salva se encuentra bosquejado en los Romanos 10:8-10. La fe que salva es mucho más que una aceptación mental de Jesús como Hijo de Dios. Aquel que viene a Jesús tendrá que confesar con su boca y creer en su corazón la verdad completa de la venida de Jesús en carne para morir por los pecados del hombre (Hebreos 2:14-18); de su resurrección de entre los muertos, y su ascensión al cielo para darle al hombre vida eterna. Se tiene que creer hasta obedecer el evangelio completo de Jesucristo, el cual le traerá la justicia de Dios (versículo 10). 

Aquel que viene a Dios con tal fe, nunca tendrá necesidad de ser avergonzado, porque Dios nunca le defraudará. Nunca será decepcionado en su esperanza, ni avergonzado por su confianza en Dios (versículo 11). 

Nuestro gran Dios omnipotente ha provisto esta vida abundante (Juan 10:10) para toda la gente del mundo, gentiles así como judíos. Es para todo aquel que invocare el nombre del Señor en fe (versículos 12 y 13).

Propósito e importancia de la predicación del evangelio

Romanos 10:14-17, nos enseña el propósito y la importancia de la predicación del evangelio de Jesucristo. Para ser salvo, hay que invocar el nombre del Señor, mas no le invocará hasta que crea en él. No se puede creer en aquel de quien no se ha oído, y no se puede oír hasta que alguien le traiga las Buenas Nuevas del Evangelio de Jesucristo.

Pablo mostró claramente que nadie puede predicar con éxito el mensaje de Dios para salvación hasta que haya sido salvo él mismo, llamado y enviado por el Espíritu Santo. Pablo mismo no intentaría a predicar el evangelio con palabras seductoras de la sabiduría del hombre, mas sólo por la unción del Espíritu Santo y la demostración del poder de Dios (I Corintios 2:1-5). 

Esto era importante, de manera que la fe del hombre fuera establecida en el poder de Dios. La fe viene por el oír la Palabra de Dios predicada con sinceridad y con el poder del Espíritu Santo (I Corintios 1:17,18). Pablo dijo: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (I Corintios 1:21).

Este pasaje de la Escritura enfatiza la responsabilidad del ministerio y de la iglesia para predicar el evangelio a todo el mundo. Jesús dijo: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14). 

Todo siervo de Dios debe sentir la carga y un sentido de deuda para llevar el evangelio al mundo, así como hizo Pablo (Romanos 1:14,15). No todos podemos predicar el evangelio, pero podemos orar y ayudar a mantener a aquellos que son llamados para predicar el evangelio en los diversos campos del mundo. De muchas maneras podemos ayudar a cumplir la responsabilidad más importante. Toda congregación de la Iglesia de Jesucristo debe ser una asamblea orientada a la misión.

Juan, en la Isla de Patmos, tenía una visión muy maravillosa e importante del Señor y su iglesia (Apocalipsis 1:9-18). El vio al Señor en toda su gloria resplandeciente en medio de los siete candeleros de oro. Tenía en su mano derecha siete estrellas y una espada aguda de dos filos que salía de su boca. 

El valor del significado de esta visión es inmensurable. Los siete candeleros de oro (una lámpara con siete candeleros, alimentada con el aceite de su depósito) iluminaba el lugar santo del templo. Esto era un tipo de la Iglesia de Jesucristo, que es la luz del mundo (Mateo 5:14-16). 

Jesús, la luz de la vida (Juan 1:4) da luz mediante su Iglesia al mundo. El Señor interpretó el significado de las siete estrellas y de los siete candeleros de oro: Las siete estrellas eran los ángeles, o mensajeros de las siete Iglesias, y los siete candeleros eran las siete Iglesias. 

El significado del número siete en las Escrituras proféticas es la parte entera o completa de algo. Los siete candeleros de oro representaban a la Iglesia completa de Dios. Las siete estrellas tipificaban el número completo de aquellos a los que Él ha llamado y ungido como sus mensajeros para predicar Su Palabra, que era representada por la espada aguda en su boca. 

El mensaje de esta visión es: La luz de la vida en el Espíritu Santo resplandeciendo mediante su Iglesia en el mundo; sus ministros o mensajeros asidos en su mano derecha para proclamar, no sus propias ideas o preceptos de hombres, sino la Palabra de Dios. Sus obras y sus mensajes tienen que ser del Espíritu Santo (I Corintios 2:1-5).

El Apóstol Pablo es un ejemplo fiel para todos los santos de Dios y para todos los ministros de su evangelio. Él en su vida se dio completamente a sí mismo a la tarea de alcanzar a tantos como fuera posible con el evangelio. 

Predicó el evangelio hasta el extremo que sintió que si estaba oculto para alguien era porque había, en su incredulidad, cerrado su mente a la luz gloriosa de su mensaje (11 Corintios 4:1-5). El Señor ha dado el ministerio de la reconciliación a todo miembro del cuerpo de Cristo. 

El Señor Jesucristo ha llamado a cada uno para ser su embajador, para representarle en este mundo (11 Corintios 5:17-20). Nos ha dado esta luz gloriosa de vida en su Espíritu Santo para que alumbre a otros (Mateo 5:14).

Israel no tuvo excusa por la ignorancia de rechazar a Jesús como el Cristo (Romanos 10:18-21). Su nacimiento, ministerio, muerte y resurrección están detallados en las profecías del Antiguo Testamento.

En el rollo del Libro (La Biblia) está escrito de aquel que vendría para hacer la voluntad de Dios en la salvación del mundo (Salmos 40:5-10; Hebreos 10:5-10). Si los judíos hubieran buscado la verdad con sinceridad, habrían aprendido de la profecía del Antiguo Testamento, que Jesús, cumplió todas las profecías mesiánicas (Juan 5:39). 

Los judíos no tenían excusa, por ignorancia, concerniente a la aceptación por parte de Dios de los gentiles. Debían haber sabido aún de Moisés (Deuteronomio 32:21), así como también de los profetas (Isaías 65:1-5; Hechos 13:38-45), que el plan de Dios para salvar al hombre incluía a los gentiles. La profecía también revela que los gentiles le aceptarían, pero que los judíos, como nación, no.

El estado de Israel durante la época de la Iglesia (ROMANOS 11: 1-10)

En los versículos 1-10, Pablo continuó el tema del estado de Israel durante la época de la Iglesia. Dios no había desechado a los judíos sino que había venido a ellos en Jesús, con su Nuevo Pacto de Gracia para reemplazar el pacto de la ley. 

Israel, como nación, había rechazado a Dios en Jesús. Pablo podía afirmar esto porque él también era un israelita. Usó el ejemplo del disgusto de Elías cuando escapó de la trampa de Jezabel. Pensaba que era el único que quedaba en la tierra que no había adorado a Baal; mas Dios le dijo al profeta que Él tenía siete mil en Israel que habían guardado su fe en Él (I Reyes 19:14-18). 

Pablo sabía que había muchos miles de judíos en ese entonces que estaban sirviendo al Señor Jesús (Romanos 11:2-6), así como sabemos que hay muchos judíos esparcidos en las naciones del mundo hoy, que están sirviendo al Señor Jesucristo. Israel, como nación, le considera todavía como un impostor; mas la Escritura muestra que finalmente le recibirán como su Señor y Dios.

El plan preordenado de Dios para la redención en Cristo para todos los hombres no había cambiado, sino que había progresado a través de la historia del Antiguo Testamento de la raza humana. Desde Adán hasta Abraham trató con el pueblo como individuos, buscando guiarles a la fe del único, verdadero y viviente Dios. 

Después del diluvio, cuando prácticamente toda la gente se había convertido en idólatra, llamó a Abraham, un hombre de fe en Dios, de entre su pueblo, para que por medio de su posteridad, preservara la fe en el único Dios verdadero y viviente

La familia de Jacob (el nieto de Abraham), se fue a Egipto después que José, que había sido vendido por sus hermanos como un esclavo se convirtió en gobernador de Egipto. Durante los cuatrocientos años que estuvieron en Egipto, crecieron en gran multitud y llegaron a ser esclavos de los egipcios. Dios entonces llamó a Moisés para libertarlos de la esclavitud egipcia, y darles su pacto de ley para gobernarles como su nación. 

Fueron llamados “Los Hijos de Israel,” a causa de que habían salido de los doce hijos de Jacob, el nombre del cual fue cambiado por Israel (Génesis 32:24-30). Dios creó esta nación natural para tipificar y guiar al advenimiento de su nación espiritual en Jesucristo. Este fue el propósito eterno de Dios desde antes de la fundación del mundo (Efesios 1:3-7).

Quizás la disuasión principal de la fe de aquellos judíos que rechazaron a Jesús como su Mesías fue su anhelo grandioso y la expectación del retorno a su reino natural en toda la gloria del reinado de David. El deseo de Israel para la prosperidad y la gloria natural los había cegado para el aspecto espiritual de las promesas de Dios. Si hubieran podido mirar más allá de este aspecto natural, ellos, igual que Abraham, hubieran podido ver esa ciudad hermosa cuyo constructor y hacedor es Dios (Hebreos 11:8-10). 

Todo Israel esperaba que él les restaurase su reino. Aun los discípulos, los cuales fueron convencidos de que Jesús era el Cristo, esperaban que Él restaurara el reino (Hechos 1:4-8). Después que recibieron el Espíritu Santo, entonces entendieron que él había establecido su reino espiritual.

Aquellos judíos que rechazaron a Jesús se convirtieron en ciegos espirituales a causa de su incredulidad y odio hacia Jesús (Romanos 11:7-10). Nunca encontraron lo que buscaban: Una restauración de su reino. 

Desde 1948, los judíos han estado en su tierra y han sido reconocidos como una nación; mas no han encontrado la gloria que buscaban. E] velo está puesto sobre el corazón de ellos y se quedará hasta que acepten a Jesús como su Señor y Rey (11 Corintios 3:14-16). 

“Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación (Isaías 25:9).

EL FUTURO DE ISRAEL (ROMANOS 11:11-36)

Romanos 11:11-36 enseña acerca de la reunión futura de Israel. Los versículos 11 y 12 indican que muchos judíos rechazaron el evangelio de Jesucristo porque fue predicado a los gentiles, muchos de los cuales aceptaron a Jesús (Hechos 13:42-45). 

Los judíos se sentían superiores a los gentiles y no estaban dispuestos a ser clasificados juntos con ellos de ninguna manera. Se pusieron en contra de Pablo, el Apóstol especial para los gentiles, porque invitaba a los paganos al reino de Dios.

Dios no rechazó a los judíos, simplemente les puso al mismo nivel de los gentiles (Efesios 2:14-22), una posición que rehusaron aceptar El reino de Dios permanece abierto aún para los judíos así como para toda la gente del mundo, mas sus mentes han sido vendadas a causa de su orgullo e incredulidad obstinada. 

Sin embargo, muchas profecías del Antiguo Testamento, así como también este capítulo en el Nuevo Testamento, predijeron acerca de un día cuando Israel, como una nación, aceptará al Señor Jesucristo como su Mesías prometido. Bajo el Nuevo Pacto serán entonces sellados con el Espíritu Santo, así como lo han sido todos los que han venido a él (Efesios 1:13,14).

Pienso que Romanos 11: 13-16 alcanza a los santos de Dios en el Antiguo Testamento en el reino de Israel. Sólo tenemos que leer el capítulo once de Hebreos para dar un vistazo a muchos fieles en Israel. No tuvieron la experiencia de vida nueva como hoy la tenemos, porque Jesús no había venido aún para proveerla. 

Mas el Apóstol Pablo escribió acerca de algunos que pasaron gran tribulación en su amor a Dios y fidelidad a él (Hebreos 11:35-37). Él dijo de ellos: “De los cuales el mundo no era digno . . .” (Hebreos 11:38). Su fe les fue contada por justicia, de la misma manera que fue con Abraham (Génesis 15:6; Romanos 4:3). Recibieron un buen testimonio mediante la fe, sin embargo, no recibieron la promesa del Espíritu Santo del Nuevo Testamento. 

La venida de Cristo fue necesaria para perfeccionarles (Hebreos 11:39, 40). Estas eran las primicias y la masa santa del reino natural de Dios, el cual condujo al advenimiento de su reino espiritual y eterna. A causa de que fue principalmente la clase dirigente de Israel la que rechazó a su Dios cuando fue manifestado en Jesús, fue la clase dirigente, representado a la nación de Israel, la que fue cortada como pueblo de Dios

El Día de Pentecostés marcó el final del reino natural de Dios y el nacimiento del espiritual, que abraza a aquellos de la fe de toda raza y nación del mundo. Esta fue esa gran oportunidad de la que tantos gentiles han sacado provecho desde entonces.

Las ramas injertadas

En los Romanos 11:17-24, Pablo usó el ejemplo del tronco de un árbol, del cual algunas ramas fueron quebradas y otras ramas de otro árbol fueron injertadas en el tronco. De ésto él explicó la transición del reino natural al reino espiritual, para aconsejar a los gentiles en contra de llegar a enorgullecerse y justificarse como hicieron los judíos.

El plan de salvación de Dios para los hombres, el cual pre-ordenó antes de la fundación del mundo, nunca ha cambiado, sino que ha progresado a través de la historia de la raza humana. La promesa de Dios a Abraham para hacer de sus descendientes una nación grande, por la cual Cristo debía venir al mundo, fue el primer paso de su plan para un reino espiritual que prepararía su pueblo para el cielo. 

Empezó con el reino natural como un tipo de su reino espiritual que venía. El reino natural produjo a Cristo, y Cristo, mediante la redención, creó su reino espiritual por el nuevo nacimiento en su Espíritu.

“Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (I Corintios 12:13). En su justificación orgullosa, los judíos no reconocieron a su Dios en Jesús (I Corintios 2:8). Dios no reconoció ya más a su nación como su pueblo, pero podían entrar a su reino espiritual si habían creído

Desde el día de Pentecostés, los judíos de todas las eras y de todas las partes del mundo han tenido el mismo privilegio como toda la demás gente para escuchar y aceptar el evangelio de Jesucristo, y muchos lo han hecho. 

Los gentiles, que no pudieron tener parte en la nación de Israel excepto al convertirse prosélitos a su religión, aceptaron a Jesús ahora y nacieron de Su Espíritu en Su reino espiritual (Lucas 17:20, 21; Juan 18:36; Romanos 14:17).

En Romanos 11:25-32, Pablo advirtió a los gentiles en contra de llegar a justificarse a sí mismos en sus bendiciones. Dijo a los santos romanos que la ceguera espiritual había venido a la nación de Israel. Mas cuando la plenitud de los gentiles haya venido, Israel aceptaría también a Jesús y sería salvo

La invitación del evangelio ha sido ofrecida a los judíos de igual forma como ha sido a los gentiles, y muchos le han aceptado en cada generación desde el tiempo de Cristo. Sin embargo, todo aquel que ha continuado asido del antiguo pacto de la ley de Moisés, ha continuado en ceguera.

Pablo sabía por medio de las profecías del Antiguo Testamento que Dios había planeado un tiempo y un medio de convencer a Israel de Su propia identidad. 

Quizás todos los cristianos pentecostales saben que en los últimos días habrá la batalla de Armagedón. Los ejércitos de las naciones del mundo habrán de convertirse en aliados bajo el régimen del “hombre de pecado,” el anticristo. Marcharán contra los judíos en Jerusalén con la esperanza de destruirlos. Mas, Dios tiene otros planes para los judíos. 

Dios permitirá a propósito que este gran ejercito marche contra ellos, de manera que Él pueda mostrar Su inmenso poder, tanto a este ejército como a los judíos. Él vendrá y peleará milagrosamente contra este ejército en defensa de Israel, así como había peleado tantas batallas victoriosas por ellos en los días del Antiguo Testamento (Zacarías 14:1-9). 

Cuando el Señor libre a los judíos en aquel tiempo, le reconocerán como Jesucristo a quien sus padres habían rechazado. Isaías nos ha dado una visión de la capitulación de Israel al Señor en el tiempo de su gran liberación de sus enemigos.

“Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho. Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación” (Isaías 25:8-9).

Israel no puede venir a Dios bajo el pacto antiguo de Moisés. Fue cumplido por Jesucristo y terminado. Cuando acepten a Jesús, lo harán bajo el nuevo pacto de Gracia. Nacerán de nuevo por Su Espíritu, por medio del cual vendrán a ser una parte del cuerpo de Cristo, la Iglesia (Efesios 1:9, 10; 3:3-6; Hebreos 8:6-13; 13:20).

Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables (Romanos 11:29). Dios nunca cambia. Él es el mismo ayer, hoy, y para siempre (Hebreos 13:8). Su voluntad nunca cambia y su plan eterno no puede fracasar. El nos ha dado, a los herederos de su promesa, una seguridad absoluta de su cumplimiento en esas dos cosas inmutables (incambiables), en las cuales es imposible que Dios mienta: Su promesa y juramento (Hebreos 6:13-20). Nosotros, como individuos, podemos fracasar, mas si le somos fieles a él, será fiel para con nosotros.

Como el alcance de nuestra visión se amplía para ver más del plan completo de Dios, empezamos a entender un poco de las riquezas de su gran sabiduría, conocimiento, misericordia y poder hacia la humanidad (versículos 33-36). 

No podemos por el entendimiento humano, investigar la gran sabiduría y poder de Dios, ni sus caminos. No podemos merecer la maravillosa gracia. Mas, en el Espíritu de Cristo somos transformados por la renovación de nuestra mente, de manera que podamos entender algo de las cosas gloriosas que Él ha hecho para nosotros (Romanos 12:1, 2; 1 Corintios 2:9-16). 

El ojo natural no puede ver; el oído no puede oír, ni tampoco puede el corazón entender las cosas que Dios ha preparado para aquellos que le aman, mas Él nos las revela, en parte, por Su Espíritu (1 Corintios 13:12).

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en Aceptar, aceptas el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos.   
Privacidad