Sermón: El que persevere hasta el fin será salvo
¿Qué significa el que persevere hasta el fin será salvo?
Las palabras de Jesús en Mateo 24:13 son una advertencia y, al mismo tiempo, una promesa: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Este mensaje no solo tiene implicaciones para los tiempos finales, sino que también es válido para cada creyente en su caminar diario con Dios. La perseverancia no es simplemente aguantar, sino mantenerse firme en la fe, en la obediencia y en la fidelidad a Cristo, a pesar de pruebas, dificultades y oposiciones.
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Palabras de Jesús en Mateo 24
Cuando Jesús pronunció las palabras: «Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo« (Mateo 24:9-13), Él estaba preparando a sus discípulos para un tiempo de crisis y oposición.
Estas palabras tenían una aplicación inmediata para los primeros cristianos, quienes enfrentarían persecución bajo el Imperio Romano, y también una dimensión futura en los tiempos del fin. Sin embargo, más allá de lo escatológico, la enseñanza de Jesús es atemporal: el verdadero discípulo debe estar dispuesto a mantenerse fiel en medio de cualquier circunstancia adversa.
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Contexto espiritual de las palabras de Jesús
- Tribulación y persecución: Jesús no prometió un camino fácil, sino un camino estrecho (Mateo 7:14). La persecución es la prueba de autenticidad de la fe.
- Apostasía y tropiezos: muchos abandonarían el camino de la fe, mostrando que su confianza no estaba enraizada en Cristo.
- Falsos profetas: la confusión espiritual y las doctrinas engañosas serían parte de la batalla que enfrentaría la Iglesia.
- El enfriamiento del amor: el pecado y la indiferencia producirían corazones fríos, incapaces de perseverar en el amor a Dios y al prójimo.
Jesús contrasta todos estos peligros con un llamado firme: la salvación final está reservada a quienes resisten, permanecen y perseveran hasta el fin.
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Perseverar: una condición para participar de Cristo
Hebreos 3:14 nos recuerda: «Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio.»
Esto significa que la vida cristiana no es un instante de emoción, ni una decisión pasajera, sino un camino que debe recorrerse con fidelidad. Así como Israel fue probado en el desierto antes de entrar a la tierra prometida, nosotros somos probados en nuestra fe.
Perseverar implica:
- Sostener nuestra confianza inicial en Cristo aun cuando la esperanza parece desvanecerse.
- Caminar con disciplina espiritual: oración, lectura de la Palabra y vida en santidad.
- No rendirse en medio de la prueba: porque el premio no es para los que comienzan, sino para los que terminan la carrera.
No somos de los que retroceden
La Escritura nos advierte contra el peligro del retroceso espiritual: «No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa… Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.» (Hebreos 10:35-39).
El retroceso es dar la espalda a la gracia de Dios, apartarse del camino de vida eterna y volver a las tinieblas de donde Cristo nos sacó. Pero el autor de Hebreos afirma con seguridad: “nosotros no somos de los que retroceden”.
Esto nos enseña que la perseverancia no depende únicamente de nuestra fuerza humana, sino de una fe activa que confía en el poder de Dios para sostenernos hasta el fin. La fe es la que preserva el alma y nos permite avanzar cuando otros se rinden.
La promesa de la vida eterna para los perseverantes
El apóstol Juan nos recuerda una verdad fundamental: “Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna” (1 Juan 2:25). Esta declaración no solo nos habla de una esperanza futura, sino también de la fidelidad de Dios que ha garantizado esa promesa para los que permanecen en Cristo.
La vida eterna no es un premio a la perfección humana, sino el resultado de una fe que se mantiene hasta el final, firme y constante en medio de toda adversidad. Aquí vemos un contraste importante: algunos comienzan bien, incluso con entusiasmo, pero a lo largo del camino retroceden; en cambio, aquellos que perseveran hasta el fin reciben la corona de vida.
El apóstol Santiago lo reafirma: «Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman» (Santiago 1:12).
Esto nos enseña que la perseverancia está ligada al amor genuino a Dios. El que ama permanece fiel, y el que permanece fiel recibe la vida eterna.
En el libro de Apocalipsis, Jesús promete lo mismo a los vencedores:
- “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).
- “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7).
Por lo tanto, la vida eterna es el cumplimiento de todas las promesas de Dios, pero está reservada para los que no se rinden, los que aman hasta el final, los que guardan la fe a pesar de las pruebas.
Correr con los ojos puestos en Jesús
La vida cristiana no se compara a una caminata tranquila, sino a una carrera de resistencia. Hebreos 12:1-2 nos exhorta: «Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.»
Este pasaje nos muestra tres verdades esenciales:
- Despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia.
No podemos correr con libertad si llevamos cargas innecesarias. El pecado, la incredulidad, las distracciones del mundo, incluso las heridas no sanadas, pueden convertirse en estorbos que nos impiden perseverar. - Correr con paciencia.
La palabra griega hypomoné no significa solo aguantar, sino resistir activamente, avanzar bajo presión, mantenerse firme a pesar del cansancio. La carrera no se gana en velocidad, sino en resistencia. - Mirar a Jesús.
Él es el modelo perfecto de perseverancia. Soportó la cruz, el desprecio, la burla, el rechazo y aun así no se rindió. ¿Cuál fue su secreto? El gozo puesto delante de Él: la esperanza de la redención de nuestras almas y la gloria de estar con el Padre.
Cuando mantenemos nuestros ojos en Jesús y no en las circunstancias, podemos avanzar sin desmayar. Mirar a Cristo es la clave de la perseverancia.
Permanecer en Cristo: la clave de la perseverancia
Jesús lo expresó claramente: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4).
Esto significa que la perseverancia no es simplemente un esfuerzo humano. Es el resultado de una vida conectada a la fuente, que es Cristo. Así como una rama seca no puede producir fruto por sí misma, un creyente desconectado de Jesús no puede mantenerse fiel hasta el final.
Permanecer en Cristo implica:
- Comunión constante con Dios mediante la oración y la Palabra.
- Dependencia total del Espíritu Santo, quien fortalece en medio de las pruebas.
- Obediencia a la voluntad de Dios, aun cuando cueste.
- Fruto visible de una vida transformada, reflejando el carácter de Cristo.
La palabra paciencia en Hebreos 10:36 y 12:1 tiene el matiz de firmeza bajo presión. No es una espera pasiva, sino un caminar con convicción. Es como un corredor que, aunque siente el cansancio, sigue avanzando porque su mirada está fija en la meta.
De la misma manera, los hijos de Dios perseveran porque su fuerza viene de Cristo, la Vid verdadera, en quien permanecen y de quien reciben vida, poder y dirección.
Conclusión: El galardón de los perseverantes
El mensaje de Jesús es claro, firme y alentador: la salvación final está reservada para aquellos que no se rinden, que no retroceden y que permanecen fieles hasta el final. Perseverar no significa simplemente aguantar, sino mantener la fe, la obediencia y el amor a Dios vivos a pesar de las pruebas, tentaciones y dificultades que enfrentamos cada día.
Hoy más que nunca necesitamos creyentes que se mantengan firmes, que no se dejen enfriar por la indiferencia del mundo, que no se dejen engañar por falsas doctrinas y que mantengan su mirada puesta en Cristo, el autor y consumador de nuestra fe. Quien persevera produce fruto duradero, inspira a otros y glorifica a Dios con su vida.
Recordemos que perseverar hasta el fin no es un esfuerzo humano aislado, sino un caminar en dependencia de Cristo, permaneciendo en Él, alimentándonos de su Palabra, fortalecidos por el Espíritu Santo y sostenidos por la esperanza de la vida eterna. La perseverancia transforma la carrera de la fe en un testimonio vivo de la fidelidad de Dios.
Que esta exhortación del Señor resuene en nuestros corazones, no como una mera advertencia, sino como una promesa de victoria y recompensa eterna: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”.
Que cada paso que demos esté marcado por la constancia, la fe y el amor, recordando siempre que la corona de vida espera a quienes corren con paciencia, mirando a Jesús y permaneciendo firmes hasta el final.