Jesús calma la tempestad (Sermón Prédica Escrita)

Jesús calma la tempestad (Estudio bíblico de Reflexión)

Las tormentas son parte inevitable de la vida. A veces se presentan como crisis familiares, enfermedades repentinas, pérdidas dolorosas o desafíos que parecen sobrepasarnos. En medio de esas tempestades, surge una pregunta que muchas veces retumba en el corazón del creyente: ¿Dónde está Dios cuando mi mundo se sacude? La historia de Jesús cuando calma la tempestad en el Mar de Galilea no es solo un relato milagroso del pasado, sino una poderosa enseñanza espiritual para el presente.

En este estudio bíblico y reflexión, descubriremos cómo la humanidad de Cristo nos acerca a Él en nuestras debilidades, mientras que su deidad nos da confianza en medio del caos. Veremos que, aunque Jesús parezca estar «dormido», nunca pierde el control. Él no solo tiene el poder de calmar los vientos y las olas, sino también las tormentas internas que agitan nuestra fe. Acompáñanos a profundizar en este pasaje que nos recuerda que el Dios que calma el mar también habita en nuestro corazón.

Explicación de Marcos 4:35-36 – Jesús calma la tempestad (Bosquejo)

El relato de Jesús calmando la tempestad aparece en los tres evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. Cada uno nos ofrece una perspectiva que, en conjunto, revela tanto la humanidad como la divinidad del Señor. En este estudio nos centraremos principalmente en el relato de Marcos 4:35-36, pero consideraremos también los aportes de los otros evangelios para obtener una visión más completa.

A través del siguiente bosquejo, reflexionaremos sobre los detalles del pasaje y extraeremos lecciones espirituales profundas que nos ayudarán a confiar más en Jesús, el Señor de la tormenta.

I. I. El milagro de Jesús: quien calma la tormenta y detiene la tempestad

A) Resumen y explicación del momento en que Jesús calma la tempestad

Jesús había estado predicando durante todo el día cerca del Mar de Galilea. Al caer la tarde, deseando apartarse por un momento del bullicio de las multitudes, propuso a sus discípulos cruzar a la orilla opuesta, hacia una zona menos poblada (Marcos 4:35–36). Subieron a una barca y comenzaron la travesía. No pasó mucho tiempo antes de que Jesús, agotado por la intensa jornada, se quedara profundamente dormido. Fue entonces cuando se desató una fuerte tormenta (Lucas 8:23).

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Este pasaje nos revela dos aspectos fundamentales de la persona de Cristo. Por un lado, su verdadera humanidad, pues necesitaba descanso, retiro y sueño como cualquier ser humano. Estaba tan exhausto que ni siquiera el violento zarandeo de la barca logró despertarlo (Mateo 8:24). Por otro lado, más adelante veremos cómo también se manifiesta su divinidad, cuando con una palabra calma la furia del mar.

Estas verdades nos recuerdan que Jesús es verdaderamente hombre y, por ello, comprende nuestras debilidades (Hebreos 2:17). Pero al mismo tiempo, es verdaderamente Dios, con poder sobre toda la creación.

1. Pescadores experimentados temieron por su vida

El texto no menciona exactamente qué discípulos estaban en la barca, pero es razonable suponer que al menos cuatro de ellos eran pescadores con experiencia en esas aguas: Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. El Mar de Galilea era conocido por sus tormentas repentinas, y estos hombres sin duda habían enfrentado muchas antes. Sin embargo, esta tempestad fue tan violenta que incluso ellos, acostumbrados al mar, temieron por sus vidas (Lucas 8:24). Su reacción nos habla de una tormenta fuera de lo común, con olas que amenazaban con hundir la embarcación.

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2. Se levantó una gran tormenta, pero Jesucristo calma la tempestad

“Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:37–38)

Este versículo resume la desesperación de los discípulos y la calma de su Maestro. Mientras el agua entraba en la barca y el peligro era inminente, Jesús dormía tranquilamente. Su sueño profundo no era indiferencia, sino una expresión de plena confianza y reposo en la voluntad del Padre. Lo que para los discípulos era una amenaza de muerte, para Jesús era simplemente parte del camino. Lo despertarían pronto, y entonces verían con asombro cómo el Creador de los cielos y del mar ordena con autoridad al viento y al agua… y ellos obedecen.

II. Debemos tener fe en momentos de tormenta

A) ¿Cómo no tener fe?

Mientras las olas golpeaban y el viento aullaba, Jesús dormía con una paz perfecta. Esto desconcertó a los discípulos, quienes, dominados por el miedo, lo despertaron clamando: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38). Al despertarse, Jesús no solo calmó la tormenta, sino que también confrontó la tormenta interior de sus corazones: su falta de fe. Les preguntó: “¿Cómo no tenéis fe?” (Marcos 4:40).

La Biblia enseña que el que confía en el Señor puede dormir en paz, aun en medio de la adversidad (Proverbios 3:24; Salmo 4:8). Jesús modeló esa confianza total. Él no solo tenía fe, Él era la fuente de la fe. Su pregunta no buscaba avergonzar, sino despertar en ellos la comprensión de que, estando con Él en la barca, nunca estaban verdaderamente en peligro.

1. La falta de fe también es corregida hoy

Los discípulos no eran incrédulos; simplemente estaban abrumados por el miedo. Esto nos recuerda que la fe no es ausencia de temor, sino confianza en medio del temor. Incluso aquellos que caminaron con Jesús, que presenciaron sus milagros y escucharon su enseñanza, tuvieron momentos de duda.

Eso nos consuela, porque nos parecemos más a los discípulos de lo que creemos. Pero también nos desafía, porque al igual que ellos, Dios nos llama a crecer en confianza. Él no condenó su temor, pero sí los reprendió por su falta de fe. Su corrección amorosa sigue vigente hoy: nos enseña a mirar más al Salvador que a la tormenta.

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III. Jesús también puede rescatarnos de las tormentas de la vida cotidiana

A) Jesús nos rescata

La vida no siempre será calma. En nuestro caminar cristiano enfrentamos tempestades inesperadas: enfermedades, pérdidas, conflictos familiares, luchas económicas o momentos de soledad profunda. Estas tormentas pueden hacernos sentir como los discípulos: frágiles, vulnerables, sin esperanza. Pero el mismo Jesús que calmó el mar embravecido, sigue teniendo poder para intervenir en nuestras tempestades.

Jesús no cambia. Su poder es eterno. El mismo que habló a las olas y al viento, puede hablarle a tu situación hoy. Ya sea para calmarla, o para darte fortaleza en medio de ella.

1. Jesús está con nosotros en medio de la tormenta

Cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Pasemos al otro lado” (Mateo 8:18), sabía perfectamente que vendría una tormenta. Él no fue sorprendido. Jesús es omnisciente (Juan 2:25) y nada escapa a su conocimiento. Sin embargo, aun sabiendo lo que vendría, los llevó al mar.

Esto nos enseña que la presencia de problemas no significa ausencia de propósito, ni tampoco ausencia de Dios. Él no prometió una vida sin dificultades, pero sí prometió estar con nosotros en medio de ellas (Juan 16:33; Deuteronomio 31:8).

Cuando Jesucristo calma la tempestad, también nos está enseñando que la fe no se trata de evitar las tormentas, sino de atravesarlas confiando en que Él va con nosotros. Y aunque parezca dormido, su amor jamás descansa ni se olvida de nosotros.

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2. Jesús también puede calmar las tempestades de tu vida

Este relato es mucho más que una anécdota sobre el clima. Es una declaración del poder y autoridad divina de Cristo. Sólo Dios puede ordenar al viento y al mar, y que estos obedezcan (Lucas 8:25). Con una sola palabra, Jesús transformó el caos en calma total (Marcos 4:39).

Los discípulos, llenos de asombro, se preguntaron: “¿Quién es este que aun el viento y el mar le obedecen?” Su asombro es comprensible, porque estaban presenciando a Dios mismo actuando en medio de ellos.

Esta escena debe infundir esperanza al corazón del creyente. Si Jesús puede calmar la tempestad del mar con una sola orden, también puede traer paz a tu alma en medio del dolor, la confusión o la pérdida. Tal vez no elimine inmediatamente el problema, pero Él puede calmar tu corazón en medio de él. Su presencia es suficiente. Su poder es real. Y su amor nunca te abandonará.

IV. Jesucristo vino a calmar la tormenta

A) ¿Y si Jesús no hubiera calmado la tormenta?

El relato de Marcos 4:35-41 es una de las escenas más memorables y queridas de los evangelios. Jesús y sus discípulos cruzan el Mar de Galilea cuando de pronto se desata una violenta tempestad. Las olas son tan intensas que amenazan con hundir la barca, y los discípulos —pescadores en su mayoría— están aterrados. Mientras tanto, Jesús duerme plácidamente en la popa del barco.

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¡Dormido! ¿Cómo es posible? ¿Cómo alguien puede dormir en medio de un peligro tan inminente? Esa fue, sin duda, la reacción de los discípulos. En su desesperación lo despiertan y exclaman: “¡Maestro! ¿No tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38). Pero Jesús, con calma y autoridad, reprende al viento y al mar, y acto seguido todo queda en completa bonanza.

Después de calmar la tempestad, Jesús confronta el verdadero problema: el temor de los discípulos. Les pregunta: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (Marcos 4:40). Ellos se asombran profundamente, no solo por la calma repentina del mar, sino por la autoridad sobrenatural que acababan de presenciar. Mientras tanto, Jesús permanece sereno, no porque no le importe, sino porque Él tiene todo bajo control.

1. Jesús tiene el control absoluto

Este pasaje nos invita a reflexionar: ¿y si Jesús no hubiera calmado la tormenta de inmediato? ¿Habría cambiado eso el hecho de que Él seguía estando en la barca con ellos? Jesús sabía que aquella tormenta no iba a terminar en tragedia, y también sabía que podía detenerla cuando quisiera. Por eso no estaba angustiado.

Este detalle nos revela una verdad poderosa: la paz de Jesús no dependía de las circunstancias, sino de su identidad como Hijo de Dios. Él conoce todas las cosas (Juan 2:25). Nada lo toma por sorpresa. Y si Él está en el bote, entonces el bote no se hunde.

Cuando Jesús calma la tempestad, no lo hace por desesperación, sino para enseñar a sus discípulos una lección eterna: que pueden confiar en Él incluso cuando parece que no está actuando. Su aparente inactividad no es indiferencia, sino confianza absoluta en el plan del Padre.

Esta historia no solo nos muestra un milagro poderoso, sino que nos recuerda que la presencia de Jesús en nuestras vidas es mayor que cualquier tempestad que podamos enfrentar. Él no siempre calmará las tormentas al instante, pero siempre estará presente, siempre tendrá el control, y nunca permitirá que nos hundamos si confiamos en Él.

V. Cuando parece que Dios está durmiendo

A) El punto no es la tormenta, sino quién está contigo en ella

Las tempestades de la vida no son simples contratiempos. No se parecen a una llanta ponchada o un malentendido en el trabajo. Son esas crisis profundas que nos sacuden hasta lo más íntimo: una enfermedad terminal, la pérdida de un ser querido, el colapso de un matrimonio, la pérdida del rumbo o del propósito. En esos momentos, parece que Dios está en silencio… dormido. Y nos preguntamos: “¿Dónde estás, Señor? ¿No te importa que me hundo?”

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Oramos con lágrimas buscando respuestas: sanidad, restauración, una salida, una señal, pero a veces lo único que escuchamos es el rugido del viento. Sin embargo, esta historia nos recuerda que Jesucristo está en la barca, y que su aparente silencio no significa abandono.

Lo verdaderamente crucial no es cuán fuerte sea la tormenta, sino quién está presente en medio de ella. Esa es la gran enseñanza del relato: el punto no es sobrevivir la tormenta, el punto es saber que Jesús está contigo en el bote. Y no cualquier Jesús: es el mismo Dios que abrió el Mar Rojo, que mandó el maná del cielo, que hace temblar la tierra con su voz. ¡Él tiene el control, aunque parezca dormido!

1. Jesucristo calma las tormentas de nuestra vida y transforma nuestro corazón

Sí, es cierto: Jesús calma nuestras tempestades. Lo hemos experimentado, lo predicamos y lo creemos. Pero sería un error pensar que esa es su misión principal. Él no vino a hacernos la vida más cómoda, sino a salvarnos del pecado y de la muerte eterna. Su propósito no es simplemente que pasemos por la vida sin sobresaltos, sino transformarnos por medio de las pruebas y moldearnos a su imagen.

La Escritura lo deja claro:

«Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5:6-7).

Solemos hablar de “echar nuestra ansiedad sobre Él”, pero olvidamos que eso comienza con la humildad. No se trata solo de pedirle que quite la tormenta, sino de rendirse ante su voluntad soberana, aun si eso implica atravesarla. Echar nuestra ansiedad sobre Dios no es exigirle que nos evite el sufrimiento, sino confiar que si Él lo permite, es para bien.

2. No negamos el sufrimiento, pero afirmamos la fidelidad de Dios

El apóstol Pablo lo entendió perfectamente. En 2 Timoteo 1:12 escribió:

«Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.»

Pablo no niega el sufrimiento, lo acepta como parte de su llamado, pero lo enfrenta con una fe inquebrantable. Él sabía en quién había creído, y eso le daba seguridad más allá de cualquier tormenta.

Así también nosotros debemos aprender que nuestra fe no depende de si la tormenta se detiene o no, sino de quién está con nosotros dentro del bote. Y ese es Jesús, el Hijo de Dios, el que tiene poder sobre el viento y el mar, y sobre toda circunstancia de nuestra vida.

VI. La tormenta se trata de una batalla

A) No importa la tormenta, Jesucristo calma la tempestad

Este pasaje no minimiza el dolor humano ni ignora el sufrimiento que enfrentamos. No estamos llamados a pretender que todo está bien cuando no lo está. Jesús sí se preocupa por nuestras tormentas, y en esta historia lo vemos claramente: se levanta y calma la tempestad con autoridad divina. Lo que debemos recordar es que tu problema no va a hundir el barco, porque Cristo está en él contigo. Él nunca permitirá que te hundas cuando confías en Él.

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Jesús no dijo: “Crucemos al otro lado y ahoguémonos en el camino”. Tampoco estaba buscando un descanso placentero en el mar tras una jornada agotadora. Él tenía un destino divino y una misión que cumplir. Jesús sabía exactamente a dónde iba, qué enfrentarían, y cómo lo resolvería. La tormenta fue parte del trayecto, no el final del viaje. Y aunque había una batalla por delante, Jesús demostró que ni la más fuerte tormenta puede frenar los planes de Dios.

1. A veces sentimos temor en la tormenta

Las tormentas de la vida son reales, y dan miedo. Muchos hemos pasado por momentos en que pensamos: “No puedo más”, o hemos sentido que a Dios no le importa, o incluso que la muerte sería un descanso del dolor. En esas noches oscuras del alma, el corazón se llena de angustia. Pero si ese es tu sentir hoy, ánimo: Jesús está en el bote contigo, y Él calma la tempestad.

Jesús no te lleva al mar para que te hundas. Te lleva para que experimentes Su poder, Su fidelidad, y participes de Su obra redentora. Él no actúa desde la distancia: entra en la oscuridad, el caos y el sufrimiento de este mundo, y lo transforma desde dentro. Y si somos Sus discípulos, nosotros también seremos llamados a caminar por ese camino.

Por eso, necesitamos mantener nuestra mirada en Jesús (Hebreos 12:2), y recordar quién es el que “parecía dormido” en el bote: el Dios todopoderoso que con una sola palabra puede calmar cualquier tormenta.

VII. La tempestad es donde te encuentras con Dios

A) En la adversidad vemos con mayor claridad el poder de Dios

Es en medio de la adversidad donde muchas veces experimentamos de forma más profunda el poder de Dios en nuestras vidas. La sobreviviente del Holocausto, Corrie ten Boom, dijo una gran verdad: “No hay pozo tan profundo como para que el amor de Dios no sea aún más profundo”. Pero, ¿Cómo podrías conocer realmente esa profundidad si no hubieras caído en un pozo que te hiciera dudar de ella?

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Muchas veces, buscamos que Dios nos libre rápido de la tormenta, pero lo más glorioso no es el alivio inmediato, sino la transformación que la tormenta puede producir en nosotros. Mientras el enemigo quiere usarla para infundirte miedo, ansiedad o desaliento, Dios quiere usarla para hacerte más firme, valiente y maduro en la fe.

1. Si Jesús no calma la tormenta, confía en que Él te sostendrá

Jesús puede calmar la tormenta. Pero incluso si no lo hace en el momento que esperas, puedes confiar en que no te soltará, no te abandonará, y no dejará que naufragues. Aun en medio de la tempestad, Él sigue siendo fiel. Su propósito sigue obrando en ti. Su amor no se ha retirado.

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“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” — 2 Corintios 4:16-17

¿Te has encontrado con Dios a través de una tormenta? A veces, es allí —en lo más oscuro, lo más solitario, lo más inestable— donde finalmente vemos Su rostro con mayor claridad. Recuerda: Dios tiene el control absoluto de cada tempestad que atraviesas.

Conclusión: Jesús sigue calmando tempestades

La historia de Marcos 4:35-41 no solo nos muestra a Jesús calmando una tormenta física, sino nos revela una verdad eterna: Cristo está con nosotros en medio de nuestras tormentas. A veces, nos libra de ellas; otras veces, nos forma a través de ellas. Pero en todas, Él es fiel.

No temas si las olas golpean con fuerza ni si el viento parece incontrolable. Jesús sigue en el bote. Él tiene el poder. Él tiene el control. Y Él tiene cuidado de ti. Ya sea que hable y calme el mar o simplemente te dé paz en medio de él, Jesús es tu refugio seguro.

Así que, cuando venga la próxima tormenta —porque vendrá— no olvides quién está contigo. Él es el Dios todopoderoso que calma tempestades… y transforma corazones.

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